SEVILLA

Los últimos sastres maestros de Sevilla

Rodríguez Ávila, Cañete y O'Kean ejercen una profesión en vías de extinción. En sus sastrerías se cortan, afinan y cosen a mano los trajes

Francisco O'Kean, Fernando Rodríguez Ávila y José Cañete (de izquierda a derecha), todos ellos miembros del Club de Sastres de España, que tiene sólo 14 miembros en activos en España ABC
María Jesús Pereira

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Ellos forman parte de un selecto grupo que ejerce una profesión en vías de extinción, entre otras cosas por la falta de relevo generacional y de clientes que estén dispuestos a pagar un alto precio por un producto artesanal. Fernando Rodríguez Ávila, José Cañete y Francisco O'kean se dedican en Sevilla a la alta sastrería a mano y sus trajes -hechos con metro, jaboncillo, tijeras, aguja y dedal- no cuestan menos de 1.500 euros. Sólo un público minoritario, que además menguó con la crisis económica, puede permitirse un producto que exige 60 horas de trabajo a mano. Sus trajes son caros pero se heredan de padres a hijos y soportan el paso del tiempo, no sólo porque tienen cortes clásicos, sino porque sus paños son de alta calidad. Ellos son los únicos tres sevillanos que forman parte del C lub de Alta Sastrería Hecha a Mano, en el que sólo hay ya catorce miembros en activo, de la treintena que había hace varias décadas.

Fernando Rodríguez Ávila, el más veterano

Fernando Rodríguez Ávila, en su sastrería de la calle Sauceda de Sevilla ABC

Fernando Rodríguez Ávila (Sevilla, 1936) pertence a la quinta generación de una saga de sastres originarios de Asturias . Él hace a medida desde trajes a chaquetas de etiqueta (chaqué, frac, smoking…), uniformes de gran gala, trajes de librea y de servidores para las hermandades de Sevilla, así como para los miembros de la Real Maestranza de Sevilla desde hace 40 años.

«Es una pena que haya ido decreciendo paulatinamente el número de sastres, entre otras cosas porque hay pocas personas que hayan seguido la tradición familiar . Y eso que la sastrería artesanal de Sevilla ha estado a la cabeza y ha sido envidiada en toda España, con representantes como Cerezal, Rivera, 0'Kean, Aldón.. Nosotros hemos bebido de ellos», dice Rodríguez Ávila, también sin relevo generacional.

«Es duro aprender el oficio. Hay que prepararse durante cinco años, tantos como una carrera universitaria, para ser maestro», subraya Fernando Rodríguez Ávila, quien recuerda que « para ser costurera se necesitan al menos tres años y ya nadie quiere serlo porque se gana poco dinero. Después hay que conseguir la oficialidad y, por último, la maestría. Sólo entonces -subraya- se puede decir que el sastre está preparado para hacer artesanalmente cualquier tipo de prenda».

«Para conseguir la maestría necesitas tener a un buen maestro que te enseñe prueba después de saber cortar», explica Rodríguez Ávila, cuyo maestro fue Antonio Burgos, padre del conocido periodista y escritor. Con taller en la calle Sauceda 3 de Sevilla, este sastre destaca que un buen traje hecho a mano puede hacer que un señor de 137 kilos parezca más delgado o si tiene exceso de espadas, se le disimule.

«Tras la medida, el corte y la prueba viene el afinado en la mesa. El ayudante descose todo y el maestro le da la línea que él cree . Cada maestro deja su impronta en sus trajes. Yo puedo distinguir al vuelo de quién es cada traje porque cada uno tenemos un estilo», aclara Rodríguez Ávila ,que imparte clases de sastrería .

«El problema es que el mundo se ha desvestido sin gracia ni gusto y por eso vemos ahora la moda de los vaqueros rotos , opina Fernando, quien destaca a diferencia de las prendas confeccionadas industrialmente, «en la sastrerías artesanales se usan telas buenas, como seda, alpaca o cachemir. Si vas a pagar entre 1.500 y 2.700 euros por un traje, lo lógico es que exijas un paño bueno». Otro de los problemas a los que se enfrentan los sastres es que tienen que recurrir a las pañerías inglesas «porque las catalanas están cerrando».

¿Quiénes son sus clientes? Según Fernando Rodríguez Ávila, principalmente directores de banco, médicos, abogados , relaciones públicas... personas que necesitan vestir bien.

José Cañete, en el gremio desde hace 61 años

José Cañete, en su sastrería de la calle Rioja ABC

«Mi abuelo y mi padre eran sastres», dice orgulloso José Cañete (Sevilla, 1939), quien admite que de joven quería estudiar ingeniero naval. « A los 16 años mi padre me dijo que tenía que seguir la tradición familiar y me mandó dos años a Barcelona para aprender con el maestro Llobet. Con 18 años empecé a trabajar con mi padre y en 1963 me sugirió que debía poner una tienda en la calle Rioja. Yo tenía 24 años. Monté una sastrería y una tienda porque la gente comenzó a comprar camisas y trajes hechos a medida», recuerda Cañete.

«Como cada sastre tiene su estilo. Yo comencé a hacer prendas más ajustadas, con los hombres más estrechos . Llegué a tener tienda en la calle Asunción y Tetuán. Ahora estoy haciendo obras en la de la calle Rioja para modernizarla», declara este sastre, que tiene clientes desde hace 53 años.

«Hay que prepararse mucho para saber hacer un traje a medida, usando metro, jaboncillo, tijeras, aguja y dedal . Esto es como un carrera universitaria», dice este miembro del Club de Sastres de España, quien alerta de que «la mano de obra del sector se está acabando. Ya no hay gente que sepa hacer ojales o picados a mano. Y la poca que hay es carísima».

«Se puede tener un traje hecho a medida -dice- a partir de 1.800 euros , mientras que un traje confeccionado, usando patrones industriales, se consigue a partir de 500 euros. Eso se explica porque un traje de alta sastrería necesita al menos 60 horas, mientras que el confeccionado precisa de 20 horas y el industrial, dos horas»

¿Cuál es el perfil del cliente de una sastrería? Cañete dice que entre sus clientes hay «personas con un alto nivel adquisitivo, profesionales liberales, empresarios y políticos». Entre sus clientes se citan políticos como Alejandro Rojas Marcos y toreros como Morante de la Puebla o Curro Romero. Cañete, que hace unos 100 trajes artesanales al año, recuerda la época en la que Rafael de Paula, en pleno auge profesional, le encargó de una sola vez 20 trajes y cada uno costaba 100.000 pesetas de la época. «Tardé un año y se los hice de franela, de ojo de perdiz, de pana... en varios colores».

Algunos de sus trajes han pasado de padres a hijos «porque están bien cosidos con buenas telas». Lamenta Cañete que los sastres sean profesionales llamados a extinguirse «porque no hay relevo generacional y porque las personas que antes cosían se han jubilado. No ha habido aprendices porque preferían ganar más dinero en las fábricas o los comercios»

Francisco O'Kean, en su sastrería de la plaza Nueva ABC

Francisco O'Kean, sin relevo generacional

Francisco 0'Kean (Sevilla, 1959) es la cuarta generación de una familia de sastres. «Mi familia -dice- era oriunda de Irlanda y trabajaban en una naviera en Málaga. Mi bisabuelo José María montó la primera sastrería O'Kean en la calle Larios. Su hijo Francisco, que era mi abuelo, vino a Sevilla a la sastrería de don Juan Cruz, que trabajaba para los Montpensier, en la calle Tetuán, donde le formó el maestro Adolfo Major».

«La sastrería de mi bisabuelo en Málaga no funcionaba porque esa ciudad nunca se ha caracterizado por vestir como en Sevilla y otras ciudades importantes. Al final, mi abuelo José lo convence para que vengan a Sevilla porque hay más trabajo. Montan -dice Francisco O'kean- la primera sastrería en la calle Rioja, en lo que hoy es la tienda Bimba y Lola. En los años 50, esa sastrería se les queda pequeña y se trasladan a la calle Fernández y González, donde llegaron a trabajar cien personas».

«A principios del siglo XIX no había confección industrial y había sastrerías en todas los sitios . Rara era la calle en la que no había una sastrería, una planchadora o una camisera. Además, las mujeres vestían también en las sastrerías. Cuando ya comenzó la confección, mi padre, José María, empieza a darse cuenta de los cambios y propone a mi abuelo que abran una tienda en la Plaza Nueva, donde además de sastrería a media ofrecen sastrería industrial», explica O'Kean.

Cuando Francisco O'Kean tenía 17 años empezó a trabajar en el negocio familiar . Era 1977 y el taller había pasado de tener un centenar de trabajadores a 25. «Entonces hacíamos 60 trajes al mes. Hoy sólo hago 7», se lamenta.

Un traje artesanal a medida se puede comprar desde 1.500 euros, según el tejido que se use, mientras que el precio de uno industrial es de unos 450 euros, en función de las variaciones que se hace al traje confeccionado. «La diferencia en el precio se explica porque un traje de alta sastrería a medida necesita al menos 65 horas desde que se toman medidas, se corta, se hacen las pruebas y el afinado, y se cose a mano», añade.

No obstante, destaca que si se comparan los precios de los trajes hechos a mano en Sevilla con los de fuera «los de aquí no son caros porque en Londres, Nápoles y Francia, el mismo producto no se puede conseguir por menos de 6.000 euros ». A su juicio, para que se pudiera pagar bien la mano de obra en el sector de la sastrería habría que cobrar por un traje entre 2.500 y 3.00 euros. «A veces incluso te cuesta el dinero si el traje se complica porque los márgenes son pequeños».

«Sastrería artesanal a mano sólo la hacemos tres personas en Sevilla. Hay quien dice que la hace, pero usando patrones y eso no es sastrería a medida», subraya Francisco O'Kean, quien lamenta que su gremio se haya convertido en «una especie en vías de extinción».

¿Por qué está decayendo la alta sastrería? O'Kean declara que « no se valora nuestro trabajo, no hay una cultura del vestir, no hay relevo generacional y es un producto c aro porque exige mucho trabajo a mano y usar telas que tienen precios entre 700 y 1.000 euros el metro. Eso explica que estos trajes duren al menos 25 años usándolo al menos un día a la semana. Yo he arreglado trajes que hice para una persona y que ahora quiere llevarlo en la boda de un nieto. Eso es posible porque en la confección a medida dejamos una defensa para arreglar la prenda en caso de que el cliente engorde hasta 15 kilos, lo que supone toda una ventaja».

En cuanto a la falta de relevo generacional, O'Kean lamenta que no haya llegado nadie que quiera aprender con él. «La gente quiere un horario de banco, no trabajar los sábados y lo primero que preguntan es cuánto van a ganar», critica este sastre, quien recuerda que «ant es se entraba en una sastrería para aprender con 14 años... y porque los padres pedían el favor. A los tres años se le empezaba a dar un pequeño sueldo».

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