Las Inmaculadas de la exposición Velazquez. Murillo. Sevilla
Las Inmaculadas de la exposición Velazquez. Murillo. Sevilla - J. M. SERRANO

Sevilla ante el reto del Año Murillo

La ciudad debería identificarse con su artista como hace Amberes con Rubens o Ámsterdam con Rembrandt

SEVILLA Actualizado: Guardar
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Tocaban las campanas del día de San Silvestre de 1617 cuando nacía en una casa de la collación de San Pablo el mayor de los catorce hijos del cirujano barbero Gaspar Esteban y María Pérez Murillo. Este 31 de diciembre de cuatro siglos después es un buen momento para reflexionar sobre el esperado Año Murillo, que arrancará a finales de 2017 y cuyas actividades se extenderán en 2018 e incluso 2019.

En un país que olvida tantas veces su cultura, las efemérides son la única oportunidad para rescatar a personajes e impulsar políticas serias de inversión. Así que el cuarto centenario del nacimiento de Murillo debería ser la oportunidad para que la ciudad salde las deudas pendientes con su artista.

Murillo representa como pocos el alma de Sevilla por lo que la conmemoración tendría que servir para activar un programa semejante al que otras ciudades hacen de identificación con su artista como Amberes con Rubens o Ámsterdam con Rembrandt.

Sobre Murillo cayó a mediados del XIX la losa del prejuicio. Hay quien aún lo despacha como pintor beato y cursi, culpable de una iconografía repetida en almanaques y cajas de dulces con cromolitografías de escasa calidad. El Murillo apropiado por el nacionalcatolicismo sigue pesando para los que miran de forma superficial el complejo mundo del artista.

A estas alturas habría que ‘leerlo’ de otro modo. El pintor fue el gran creador del espíritu amable de la Contrarreforma, el artista que recrea con dulzura la vida religiosa en una época atroz de miseria, decadencia y epidemias. El hombre que pinta lienzos que consuelan a sus coetáneos doloridos por el siglo trágico. Y que se aleja del aire tenebroso de lo divino que plasmaron otros artistas de su tiempo.

Pero hay muchos más Murillos. Y esos múltiples perfiles deberían guiar el centenario como el Año Greco ha servido para descubrir facetas desconocidas del genio. Porque Murillo no fue sólo un pintor con éxito que se limitó a cumplir de forma brillante con sus encargos. De la misma forma que Velázquez no fue sólo un servil cortesano.

Murillo, como ya apuntó en su día Diego Angulo, se anticipa a lo que está por venir, intuye la sensibilidad del siglo siguiente con sus cuadros dotados de dulzura. Se adelanta al rococó, de ahí su éxito en Francia y en Inglaterra donde inspira las célebres «fancy picture» o pinturas de niños. Y no sólo tiene la capacidad visionaria del genio, también protagoniza una revolución al apostar por la pintura profana con esas escenas tomadas del natural en las calles de Sevilla y con las que crea nuestro imaginario del Siglo de Oro. Murillo realiza excepcionales cuadros de un género que no estaba bien visto en España, donde se rechazaba este tipo de pintura popular frente a la pintura religiosa y la histórica. Murillo desde España forma parte de ese elogio de la vida cotidiana –por utilizar el título del ensayo de Todorov- que en la Europa del Norte provoca una de las grandes revoluciones del Arte.

Y es que no sólo tenía clientes religiosos, también era solicitado por los mercaderes flamencos afincados en la ciudad que era aún cabecera del monopolio comercial con América. Pero esas obras salen pronto de España, poco después de su muerte en 1682. Su fama provoca una fiebre que obliga a Carlos III a prohibir la salida de sus obras fuera de España. Y el expolio en la Guerra de la Independencia hace desaparecer al Murillo profano de España. Por eso, aquí su imagen es casi exclusivamente religiosa mientras que en los museos del mundo se esconde otra cara B.

El Año Murillo es un gran reto para la ciudad, que debería estar a la altura de este desafío. Un artista de fama internacional, que crea nuestro imaginario del Siglo de Oro y que dota de una nueva narrativa pictórica al mundo católico no puede quedar en una anécdota, en una celebración superficial. Para Sevilla es una oportunidad de proyectar la potencia de su turismo cultural y prestigiar una de las épocas doradas de su Historia.

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