Reloj de arena

Rosario Moreno, La Tata: quilates en el corazón

Una noche, siendo aún muy niña, se escapó de la vigilancia de sus padres y salió a la pista del circo Tonetti como si ya escuchara la llamada de su público

Rosario Moreno, La Tata Archivo Pepe Camacho

Félix Machuca

Antonio Machín se encontró, de sopetón, con aquel angelito blanco, la subió en brazos y la presentó al público diciendo: «esta es la última de la saga de los Moreno y será artista». No sé si fue Caridad la del Cobre o Elegguá, el santo yoruba que te abre los caminos, quien le despejó al mulato de las gardenias el futuro de aquella niña, Rosario Moreno Pons . Pero el caso es que, muy pocos años después, ya estaba cantando con su padre en el mismo circo, formando parte del elenco. Una niña con una voz fantástica. Otra noche víspera de Reyes, con el circo en Tenerife, La Tata, salió a cantarle al público. Y casi se engollipa de la emoción. Se encontró la pista llena de juguetes en un dispendio real tan mágico que nunca olvidará. Quizás haya que buscar en la impresión imborrable de aquella noche una decisión que tomó muchos años después, ya fuera del circo y trabajando en Bélgica. Su padre había tomado la decisión de cerrar el restaurante típico español que le había ayudado a comer y a reunir buenos ahorros. La Tata tenía dos baúles de juguetes. Uno se lo quedó ella y el otro se lo regaló a los niños de San Juan de Dios. Tanto por fuera como por dentro, Rosario Moreno Pons, rebosaba quilates.

Castiza, desenvuelta, dueña de un desparpajo inalcanzable y maestra en sincopar el diccionario con palabros de tonos muy altos, la vida le dio el don natural de su espléndida voz y una brújula para encontrar su camino. Y el camino estaba marcado en las estrellas. La Tata iba a poner a disposición de la copla, las baladas, las rancheras y los boleros la voz que Antonio Machín, tantos años atrás en el circo Tonetti , la anticipara para el arte. Pero no fue fácil el camino. En Bélgica, aunque grabara siete discos con su padre, el tiempo lo invirtió en servirle desayunos supuestamente typical spanish a los camioneros. Por ejemplo: un menudo con garbanzos a las siete de la mañana. O una de alubias con chorizos en el mismo sitio y a la misma hora. También se empleó como «abogada laboralista» de los artistas españoles que llegaban engañados por los empresarios belgas y no cobraban nada de lo acordado. Muchos de ellos fueron desposeídos por sus contratistas del pasaporte para encadenarlos a una situación flagrante de explotación. Las gestiones de La Tata y su padre en la Embajada rescataron a muchos de ellos para hacerlos regresar a España. Más de uno penaría de su suerte acordándose de Valderrama y su himno migratorio al comprobar que solo tenían: «un recuerdo y una pena/ Y un rosario de marfil».

La Tata grabó un disco en Japón, siete en Bélgica con su padre y cinco como solista en España y fue actriz en la película «Don Mendo Rock. ¿La Venganza?», junto a Paz Vega, Resines y María Barranco . Recorrió con su voz y su desenvoltura todos los escenarios de España y parte del extranjero. Una vez, de camino hacia Tokio, me cuenta su amigo Pepe Camacho , la azafata del avión le pidió que se abrochara el cinturón. La Tata le dijo que era misión imposible, que se había encajado en el asiento y no había forma de encontrar el cinturón ni de moverse. Ya saben: muchos quilates y poco pilates… Nuestra artista la tranquilizó y le dijo: «No te preocupes. Estoy tan encajá que aunque el avión se vuelva del revés y coja un fase de perturbaciones yo no me salgo del asiento». Cantó en muchas fiestas privadas para la jet. Isabel Preysler la adoraba. George Clooney aún no ha terminado de pellizcarse la cara para despertar y ver que la Tata es de carne, muchas carnes, y huesos. Como Alejandro Sanz que cuando la conoció le dijo, entre la admiración y la sorpresa, que si era extraterrestre y dónde había estado metida. El marido de Carolina de Mónaco se rindió a sus pies mientras La Tata piropeaba a la princesa monegasca, casi cantándole aquello de que cara más bonita tiene mi niña… Pero el que se partió con ella, y no precisamente una pierna haciendo esquí, fue el Rey Emérito . Un aristócrata sevillano dio una fiesta privada en su finca. Y la invitó para que le cantara sus boleros y rancheras. Después la sentaron, codo con codo, con Don Juan Carlos , que se interesó en saber si sabía algún chiste. La Tata no se arrugó. Empezó a contarles chistes y el Emérito se partía en el sofá. Le pidió Don Juan Carlos que le contara uno con el tono de la chaqueta del máster de Augusta. Y La Tata le dijo: Majestad, si le cuento uno verde, el marqués es capaz de no pagarme… En dietista se ha gastado mucho más de lo que aquella noche le pagaron. Y alguna vez el tratamiento tuvo enojosas contraindicaciones: la pastilla recomendada para rebajar peso, le traicionó el vientre en plena actuación en La Trocha . Del resto me olvido. Porque a La Tata la quiero recordar como es, con sus quilates de oro en el corazón y sus kilos encajados en los asientos de los aviones que vuelan hacia el éxito…

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