500º aniversario primera circunnavegación

Primera vuelta al mundo: Sevilla - Sanlúcar de Barrameda

Primera vuelta al mundo es una serie de artículos en la que el marino Ignacio Fernández Vial recreará cada sábado el viaje de Magallanes y Elcano

Primera vuelta al mundo: Sevilla - Sanlúcar de Barrameda ABC

Ignacio Fernández Vial

Lunes por la mañana, 10 de agosto del año 1519, una vez que la escuadra tuvo a bordo todo lo que le era necesario, como igualmente su tripulación, compuesta de 237 hombres , se anunció la partida con una descarga de artillería, y se desplegaron las velas del trinquete. Se acaba de iniciar la mayor gesta que registra la Historia Universal de la Navegación. Este viaje alrededor del mundo fue un acontecimiento de tal envergadura que cambió radicalmente el devenir del conocimiento del globo terráqueo, del comercio intercontinental, del intercambio de culturas entre razas y reinos drásticamente diferentes, del cruce de religiones e idiomas. En una palabra, marcó el inicio de lo que hoy conocemos como la era de la globalización.

Este inicio de esta sin par aventura no iba a ser fácil, el cauce del río siempre ha sido una pesadilla para los capitanes de las naves, ya que sus fondos estaban en continua evolución, su canal de navegación fluctuaba de un día para otro a consecuencia fundamentalmente de las frecuentes, grandes y violentas crecidas de su caudal que provocaban amontonamiento de materiales en sus fondos que dificultan en extremo la navegación por sus aguas. La flota tiene que navegar 81 kilómetros por el Guadalquivir , antes de poder recalar en Sanlúcar de Barrameda, antesala de un gran océano del cual España, y Portugal, las adelantadas del mundo occidental, conocían una mínima parte de él. Normalmente el descenso del río se solía hacer en dos jornadas.

Las cinco naos de la armada de Magallanes descienden el Guadalquivir navegando a vela cuando el viento se lo permitía, o remolcadas por sus lanchas de doce a quince remos. Si iban de Sevilla a Sanlúcar, partían con la pleamar y se remolcaban hasta que se iniciaba el cambio de marea. A la bajamar fondeaban, ya que arrastrar un barco de estas características con la marea en contra, si no era una tarea imposible, sí exigía a los remeros esfuerzos agotadores. Nada más que navegaban de sol a sol, al atardecer de nuevo quedaban a la espera, y al alba, de nuevo a bogar. «Y yendo navegando no consienta que se dé ninguna vela, sino que el arráez y marineros remen y boguen sus remos, lo cual ellos suelen hacer de mala gana, y cuando hubiere viento largo, procuren que no se den demasiadas velas, sino que antes sean menos que más; porque en este río es peligroso la mucha vela, y aún a las veces la poca, a causa de que, cuando la corriente va con furia, atravesándose el barco con cualquier vela se pone a punto de tumbar y anegar; y está es la mayor prevención que un hombre discreto en ello puede tener para no acabar sus días harto de agua».

«Hay señor en la navegación de este río tres pasos y peligros notables. El primero cuando partimos de Sevilla, que se llama los “Pilares”, que son los pilares de un puente que antiguamente allí estuvo. El segundo paso, el Albayle, que está antes de llegar a Coria. El tercero se llama el “Naranjal”, que está de la ciudad de Sevilla a cuatro leguas, los cuales dichos tres pasos, son los más notables y peligrosos y donde más naos se pierden».

Todos estos obstáculos, además de muchos menores que dificultaban la navegación por el río, obligaron que tuvieran que embarcar en cada una de las naos pilotos prácticos en el río. Si no lo hacían así, pocas posibilidades tenían los navíos de llegar a Sanlúcar. En una de las partidas de los gastos ocasionados por la armada se registra los costos de estos pilotos: «los 3.700 maravedís que se dieron a los pilotos que bajaron las naos de la ribera de Sevilla a Sevilla a de Sant Lúcar».

Pero no todos los pilotos del río eran de fiar, unos por torpeza y otros porque bebían vino en exceso, por lo cual el Piloto Mayor de la Casa le recomienda a los dueños de los barcos que estén muy atentos a las maniobras. «Y débase advertir que, aunque los más pilotos de este río son muy buenos, otros no son bastantes, el dueño de la nao no debe fiarla de nadie sino verlo y mirarlo todo personalmente, que se tenga en cuenta que el piloto del río no bebiere vino, que aquel día beba poco, y muy aguado».

A pesar de la prudencia con que se navega por su cauce, las pérdidas de barcos en el río eran frecuentes. El gran investigador Pierre Chaunu estima que en el periodo del 1550-1650, fueron más de 90 navíos los que naufragaron en el Guadalquivir. Sin lugar a dudas los restos de los barcos perdidos constituyeron un nuevo y grave obstáculo para los pilotos, ya que alrededor de ellos se acumulaba mucho fango que disminuía sensiblemente el calado. Todos los ribereños eran conocedores de las dificultades que había que superar para llegar sanos y a salvo a Sanlúcar de Barrameda. Como muestra de ello, veamos lo que le pregunta un pasajero a su patrón: «cómo en dieciséis leguas que hay desde esta ciudad de Sevilla al puerto de Sanlúcar en tan poco espacio de camino se han perdido y pierden cada día tantas naos».

Era habitual que los capitanes de las naves no bajaran el río a bordo de sus naves, estas quedaban al mando de sus maestres y pilotos del río. Este caso se da en la Armada. Magallanes y los capitanes de sus naves, Juan de Cartagena de la nao «San Antonio», Gaspar de Quesada de la «Concepción», Luis de Mendoza de la «Victoria» y Juan Serrano de la «Santiago», se incorporan a la flota unos días más tarde cuando ya sus barcos estaban fondeados en Sanlúcar.

El río Guadalquivir en la época de las flotas a Indias tenía un tráfico fluvial muy intenso. Eran tantos los pasajeros que se dirigían desde Sevilla a Sanlúcar de Barrameda, y viceversa, que casi a diario se armaba una embarcación de mediano porte, tanto en Sevilla como en Sanlúcar, que recibía el nombre de la «Vez» , que se empleaba para trasladar de una ciudad a otra a pasajeros y mercancía poco voluminosa. «Para lo cual me parece que el hombre que con su casa, mujer e hijos, que por éste río hubiere de ir de Sevilla, o venir en ella, que debe fletar un barco todo a su costa por tres o cuatro ducados, y que tenga cuenta que en él no se embarquen más gentes de las personas que él fletare, de manera que no vaya demasiado cargado».

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