Reloj de Arena

Pepe Begines: Y tú de quién eres

Cada concierto de Los Chanclas parecía un desembarco en las playas del humor, de la guasa y del agropó

Pepe Begines y Carmona Díaz Japón

Félix Machuca

Entre el «Manifiesto de lo borde» que hicieran al alimón Julio Matito y Gonzalo García Pelayo y el diccionario Agropó de Los Chanclas hay una brecha generacional donde cabe una España que se fue para dejarle paso a la que llegaba. En casi treinta años, la mentalidad de las nuevas levas callejeras viró tanto que, como diría el propio Alfonso Guerra , no la conocía ni la madre que la parió. Digamos que en un abrir y cerrar de ojos, de siderurgias y minas pasamos a la España de la motorola, los jacuzzis, la Expo y los maletines. Fue así. De andar reflexivos sentados en el muelle de la bahía pasamos al bolillón de una ola generacional que abandonó la metafísica de las flores para gozar con Alaska y sus mil campanas en el corazón. De la angustia existencial a la risa sin cuartel. Musicalmente solo faltaba el grupo que representara aquel nuevo seísmo sociológico. Y para eso estaban Pepe Begines y la capital del agropó: Los Palacios y

Villafranca. Todo comenzó un fin de semana en Conil. En una casa amplia, alquilada, con la pandilla del Begines reunida por la noche en el patio tocando la guitarra. Allí los botos roqueros le dejaron sitio a las chanclas. Y a un deseo irreprimible de pasarlo bien, con letras y músicas desenfadadas, transgresoras muchas de ellas en su fondo y forma, para que los más estirados y desavisado, tan despistados por el nuevo fenómeno, preguntaran con insistencia : ¿y tú de quién eres?

Los Chanclas eran de aquella década prodigiosa de los noventa. De aquella nueva generación que se apuntaba al buen rollo y a la felicidad de un concierto masivo y potente. Los filipinos, cuando alcanzaron la independencia de Madrid para quedar a las órdenes de Washington, decían que habían pasado más de doscientos años en un convento para meterse directamente en una sala de fiesta. Cada concierto de Los Chanclas parecía eso. Un desembarco en las playas del humor, de la guasa y del agropó. Acuñaron un léxico propio. Un poné: la alberca era la amberca; las sandalias, andalias ; las albondigas, armondigas; uropa, Europa; tractor, trahtó. Y así hasta anticiparse, en más de veinte años, a algunos iluminatis de la filología, universitarios departamentales, que han querido inventarse un idioma andaluz.

Los chanclas no iban por ese palo. Su idioma era un bolillón de actuaciones masivas como aquella de sus comienzos en el parque de los Príncipes, con gentes subidas a las farolas. Y un atasco de jueves de Feria en la calle Virgen de Lujan que no se lo explicaba nadie . Ni ellos mismos que también cayeron en la trampa de su éxito. Tuvieron que bajarse de la furgoneta y salir de najas para llegar a su propio concierto. Las chanclas relucían como el oro. Pepe Begines era un Airgam boys sobre el escenario. Movía los brazos como Robocob. Nunca fue el Mikel Jackson de Thriller.

Y detrás, entre el humo de la escenografía, destacaba el vocerío, el coro que le preguntaba y tú de quién eres y Pepe contestaba que era de Marujita, de Josefita, de Miguelina, a una vieja con roete que lo estaba volviendo makandé. Las cosas de los pueblos , de las viejas del visillo de nuestro sur profundo, siempre chismosas y decididas a realizarte un estudio genealógico en mitad de la calle. Los Chanclas sufrían mucho con los negritos muertos de jambre en las calles de Chicago.

Donde le pidieron permiso al alcalde para poner una plaza de toros. Pero el alcalde era un malaje . Y eso que los chicos de Los Palacios estaban locos por ver al Niño de la Capea anunciado en el Centro de Estudios de Nueva York. Todas sus canciones eran así. Divertidas, locas, sin complejos ni metafísicas. Como la época que les comento. Pero había noches diferentes. Donde el humo del escenario se convertía en lucecitas mágicas. Y la masa se individualizaba en afectos.

Sucedió tras un concierto en Granada. Donde unos padres fueron a ver a Pepe para presentarle a su hija, adolescente. Padecía un daño cerebral que le había dificultado el habla. Los padres, con lágrimas en los ojos, le confesaron que la niña comenzó a hablar meses atrás, tras escuchar «Y tu de quién eres». Es verdad que la música es una terapia. Los Chanclas fue el único grupo que repitió concierto en la Expo. En 1996 fue la banda que más discos vendió en Andalucía.

Y durante siete inolvidables años gozaron del talento de uno de los músicos más completos del rock sevillano: Andrés El Pájaro. Incontables son las noches en la trasera del autobús, de un extremo a otro de España, tocando la guitarra y componiendo con Pepe Begines. E incontables las anécdotas que sellaron una amistad duradera. Queda en el libro de oro de los grandes momentos aquella salida triunfal del Pájaro al escenario, con el cañón de luz para él solo, resbalándose sobre un charquito de agua. El Pájaro no se desplumó, siguió tocando la guitarra hasta parecer un efecto escénico más que un accidente. Del reinado musical de Los Chanclas nos quedamos con el cetro de su pelotazo y la corona agropó de sus canciones.

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