Día de Todos los Santos

Un paseo por las tumbas más singulares del cementerio de Sevilla

El camposanto es una ciudad de barrios dedicados a nobles, religiosos, gitanos, artistas, judíos, musulmanes o militares que guardan grandes historias

El sepulcro de Maleni, que lo pagó su madre al vender su piso aunque ella se quedara en la calle Vanessa Gómez

Javier Macías

Es víspera de Todos los Santos y en el cementerio hay un trasiego de mujeres que vienen cargadas con flores, cubos y fregonas. Van acicaladas al reencuentro. Huele a las rosas que llevan y las de ese perfume tan característico. Se cruzan con una procesión que atraviesa la avenida de la Esperanza camino del último adiós. Hace calor, de manga corta hasta que el cielo se vuelve plomizo. Comienza la rutina de siempre: una oración previa, un monólogo y a limpiar.

El cementerio los une a todos en la nostalgia: a los más pudientes, a los más humildes, a los gitanos y a los castellanos. Pero esa gran ciudad de los difuntos tiene barrios . Nada más entrar, a la izquierda, está el de los artistas y los militares. Un poco más adelante, las congregaciones religiosas y las grandes casas de Sevilla. A la derecha, más allá de los inmensos panteones regionalistas, se encuentran los sepulcros de los calés. Y en los extremos, cerrados a los curiosos, están el cementerio musulmán y el judío, respectivamente. Todos ellos guardan historias singulares, más allá de la pomposidad o la riqueza artística de sus mausoleos.

En San Fernando manda el Gran Poder , pero hay numerosas lápidas con grabados o relieves de la Macarena, la Esperanza de Triana, la Virgen del Rocío, el Señor de la Salud, el Cachorro, el Cautivo de San Pablo (en muchas de las modernas)... el Betis y el Sevilla.

Avanzando por la calle principal, en la zona donde el metro cuadrado es más caro, junto al panteón de una gran familia de la ciudad está el de Magdalena Campos Plantón , más conocida como la Princesa Maleni . Un hombre que por allí pasa se vuelve a mirar la fotografía a casi tamaño natural. Se lleva la mano al pecho y dice: «Maleni, esto es una pena». Esta gitana murió a los 27 años en un accidente de tráfico en el que viajaba con su madre, que se salvó. Vendió su piso para pagarle la mejor tumba del mundo a su hija, porque no podía permitir que estuviera en un nicho perdido en aquel laberinto. Ella se vio en la calle y acabó de okupa en las Tres Mil. En su epitafio reza un poema: «Magdalena era gitana y hermosa. El salero que tenía. Nada más abrir su boca todas las gentes reían. Tu madre está llorando con todo su corazón diciendo: Magdalena contigo quiero ir yo y acabarán mis penas (...). La Maleni está en el corro y Dios la saca a bailar. Ella da la media vuelta. Ella da su patá. Y rematando en el aire, pétalos de rosas frescas se desprenden de sus manos. Su baile se escucha en la tierra. Y no hubo un gitano en Sevilla que no llorara por ella».

La tumba de los Pérez Pérez, «un guerrero de Dios» V. G.

Los calés veneran a sus muertos. Llevan el luto por siempre y sus tumbas son las más cuidadas. Frente al panteón de Maleni, descansa desde hace un año José Vázquez Navarro, «Hijo del Rey de los Gitanos» . Una familia entera vestida de negro limpia la tumba de su patriarca. Al lado descansa, engalanada de rosa, celeste y plata, la de Mariano y Mena . En su epitafio dice: «¡No se puede ser más libre que un gitano canastero! Fuiste mi marido, Mariano, para mí luz y sendero. Y en cestos de caña y mimbre almacenas el recuerdo».

«Si me amáis, no me lloréis. Buscadme en el Reino de los Cielos», le recuerda Rufina Saavedra Montoya a su prole. Otro de los grandes panteones es el de los Heredia Maldonado. Lo preside una corbata de bronce y un lema: «De oídas te había oído mas ahora mis ojos te ven». Al lado, está la estatua del bailarín Pedro Vega y, cerca, la de Pepe «El Chapa» , con su foto. «Aquí yace un guerrero de Dios», es la leyenda de la tumba de los Pérez Pérez , coronada por la bandera del pueblo gitano.

Cruzando a la otra acera, está el «barrio» de los nobles difuntos. Juntos están los panteones de los Peyré y los Gómez de la Lastra , cuya cubierta ha hecho aguas. Al lado, la de los González y Álvarez Ossorio . Arquitectura funeraria regionalista. Allí yace Aníbal González. La puerta es de hierro y tiene dos yagas forzadas que permiten ver su interior: el Cachorro del cementerio . Cuenta la leyenda que, en 1973, en el incendio de la capilla del Patrocinio, la hermandad encargó en secreto otra talla para sustituir a la original. La réplica fue llevada al panteón de Aníbal González. ¿O fue la original? Realmente, el crucificado que se encuentra en el panteón fue encargado por Aníbal González en 1919.

Estos ricos sepulcros conviven con las sencillas tumbas de las Hermanas de la Cruz, las Hermanitas de los Pobres, las Esclavas, las Siervas de María o las Hijas de la Caridad , que sí han construido un edificio sobrio. La mayoría no tiene nombres. Son anónimas, pero no han caído en el olvido. Un grupo de cuatro monjas camina junto al Cristo de las Mieles después de limpiar el sepulcro de sus hermanas.

Los panteones de las Hijas de la Caridad, las Siervas de María y las Hermanas de la Cruz V. G.

Cercano ya el «barrio» de los artistas y los famosos, hay más tumbas singulares. Como la de la familia García Montoya . Son Lisandro y Eugenio, cuyas estatuas en bronce vigilan su calle. Junto a ella, el panteón de la familia Díaz Romero . En la lápida principal está el nombre de Raúl y una raqueta de tenis.

Antes de llegar al Jardín de los Poetas , conversa Juan Belmonte con Joselito el Gallo . Está bailando Juanita Reina con Antonio el Bailarín . Paquirri torea al natural. Y, detrás, siguen «¡Presentes!» miembros de la Falange y los 61 soldados sevillanos muertos en la «guerra contra los moros», cuyo cementerio está cerrado a cal y canto. A esa altura, pero en el otro extremo del camposanto, yacen los disidentes . Y, al lado, una cancela separa a los católicos de los judíos . Sobre sus tumbas hay piedras. Las depositan los vivos en cada visita. Simbolizan el alma, que es lo único eterno. Las flores son el cuerpo, que se marchita. De vuelta, huele a rosas desparramadas por la avenida de la Libertad. Ya la salida está cerca. Y ahora la brisa cala los huesos.

Una rosa sobre el albero del cementerio V. G.
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