Reloj de arena

Pascual González: El jipi que cantaba Clavelitos

Pascual, el Juani y algún otro miembro más del antiguo testamento de Cantores de Hispalis habían sido tunos

En el centro de la imagen vemos a Pascual González acompañado por la tuna Archivo P. G.

Félix Machuca

Antes de que vendieran un millón de discos, de que sus giras fueran interminables, de que sus sevillanas alcanzaran el rango de sinfónicas, de que cruzara la bahía del éxito, de que no le faltara de «ná» a su curriculum; mucho antes de todo esto, mucho antes de que pusieran a bailar y a bailar a media España, de que se subieran al carro de la moda de las sevillanas artistas como Julio Iglesias, Paloma San Basilio , de que Nacha Guevara los apadrinara y de que el Dúo Dinámico descubriera los ojitos negros del éxito grabando sevillanas, Pascual González , el Juani y algún otro miembro más del antiguo testamento de Cantores de Hispalis habían sido tunos. Tunos de los de cantarle a la Inmaculada y panderetazo al uso. Sin exagerar podríamos decir que Cantores nace de una tuna, porque tanto Pascual, como sus compañeros fundacionales, se ganaron la vida tocando, en el norte de Europa, por restaurantes y pasando la pandereta. Buscándose la vida donde la vida estuviera. Porque aquí apretaba la necesidad y las oportunidades solo se encontraban en Vilima. Hay fotos de la época donde se ve a Pascual con su tuna de Magisterio, la misma que cuando terminaba de cantar Clavelitos y rondar a la chica más hermosa de la estudiantina se iba a pasar la noche a los Tres Reyes de los hermanos Gómez y a contar cubatas al pub de Pepe Camacho en la calle Zaragoza

Pero a Pascual, tan largo de cuerpo como de ambición, le esperaban días triunfales, pese a su osada forma de ser y a su torpe aliño indumentario. Hoy puede llevar coleta hasta un vicepresidente de gobierno. Entonces no era fácil Y eso te marcaba tanto como una vida personal heterodoxa, que fue la que siempre eligió Pascual para vivir por encima de la media. Quizás porque Pascual siempre estuvo dos cuerpos por arriba del nivel medio que se gastaba por estos pagos. Cuando desembarcaron en el mundo del folclore a nadie se le había pasado por la cabeza grabar un disco de sevillanas con guitarra eléctrica, batería y sintetizador. Pascual lo hizo y dio con la vena del gusto de una generación que va desde los ochenta a los noventa. Su capacidad para asumir riesgos artísticos lo refleja aquel día del año 87, tras haber sido disco de oro el anterior, que se sienta con los directivos de Hispavox y les pone sobre la mesa una apuesta delirante: grabar el disco «Danza» con la Filarmónica de Londres. Los directivos lo miraron como se mira a un fugitivo en tratamiento siquiátrico. Pero se llegó a un acuerdo: si Cantores vendían 50.000 copias en la primera tirada, lo pagaba la casa; por debajo de esa cantidad lo pagaban Pascual y sus artistas. La primera tirada alcanzó las 350.000 copias…

Pascual es un tipo singular. Perfeccionista, obsesivo, meticuloso y enamorado de su trabajo. Pero el sueño le puede. El sueño físico, me refiero. El otro, el de imaginar mundos bailando al son de la música, los ve como nadie. No es muy recomendable despertarlo. En una pensión en Madrid le tiró una babucha a la encargada del local en la que se alojaba por aporrearle la puerta. Tan solo Juani tiene venia para eso. Entra en la habitación, le pega un pellizco en el dedo gordo y se va de najas diciendo: aligérate que perdemos el avión. Por culpa de las sábanas, Pascual ha perdido vuelos, conciertos y actuaciones. Morfeo le puede. Solo se levantaba si lo llamaba el padrecito, si lo llamaba Pulpón. Pero cuando se despierta está más despierto que nadie. Porque además de componer, musicar, escribir y cantar, Pascual se desenvolvía con agilidad de profesional neoyorquino con la escenografía. La que montó en el Auditorio Rocío Jurado para celebrar los 25 años de Cantores fue espectacular: casi veinte coros, con sus músicos, tres pistas a diferentes alturas, violinistas, bailaores. Nada que envidiarle al musical «Hair»

Por los pelos no se convirtió en un consumado actor. Cuentan que, en alguna época difícil, tuvo que abandonar el hotel disfrazado de mujer, sin pasar por el obligado cumplimiento de preguntar en la recepción: ¿aquí cuánto se debe? En el capítulo de deudas muchos se duelen con algunos que Sevilla le debe al jipi de la coleta sinfónica. Por ejemplo, el pregón de Semana Santa, una oración culta o popular, pero prohibida para heterodoxos. No resulta raro oír que, cerca de San Gregorio, se ha llegado a escuchar que mientras Pascual lleve coleta y viva en pecado jamás dará el pregón. Hace unos días, el hombre que llevó la Semana Santa a las sevillanas para crear un nuevo género, ha dado el de Navidad, gracias a la autonomía del Ateneo y de su presidente, Alberto M. Pérez Calero . Ajonjolí, polvorón y mazapán nos dejó el jipi en la boca de su fe con palabras dedicadas al hombre nuevo que nace con el año. Al que adora cuando canta y reza a «Cristo». Y que idolatró a Sevilla en discos como «Revolucionarios», «Jipis», «Poligoneros», «Sinfónicos» y «Urbanitas». El tuno de magisterio, el que pasaba la panderetera en los bares suizos, llegó a lo más alto siendo fiel a Hispalis y a su forma de entenderla. Que nunca nos falte «ná» de tu talento, artista, que sigue virgen pese al desfiladero de tu garganta…

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