Francisco Robles - NO DO

Morir en Los Pajaritos

Allí no se alquilan apartamentos turísticos, sino pisos sin papeles que dejan víctimas como ese joven de 26 años que murió en la calle

El bloque de pisos de Los Pajaritos donde se produjo el crimen JUAN FLORES

FRANCISCO ROBLES

Donde la lírica es imposible. Donde un tipo puede matar a otro por el alquiler ilegal de una vivienda. Donde una toxicómana se desangra después de recibir el frío del acero —sin Bécquer— en su cuerpo demacrado. Donde robarle a una anciana para comprar droga lleva una paliza de regalo. Donde la convivencia no es buena ni mala, porque no existe. Donde se perdieron los papeles de los pisos y de la ley hace tiempo. Allí no ascienden las volutas del incienso ni del esteticismo impostado del figuroneo contemporáneo. Allí no hay turistas de botellita de agua y palo de «selfie». Allí los palos son de verdad, y se dan sin piedad. Allí no se alquilan apartamentos turísticos, sino pisos sin papeles que dejan víctimas como ese joven de 26 años que murió en la calle. Como en el verso de Lorca. Pero sin lírica.

Por mucho que nos empeñemos en reducirla a la postal monumental y a los rótulos en inglés que calcan el castellano, la verdad de Sevilla va más allá de las rondas y las heladerías para guiris, de las paellas y las procesiones prefabricadas, de la modernidad ruidosa de la Alameda y de los cenáculos donde se discute del orden de las cofradías por una carrera oficial de doble sentido. La verdad de Sevilla está en ese declive, en ese abandono que sufren los sufridos sevillanos que resisten en esos barrios que ya no son humildes, de obreros que sueñan con un futuro mejor para esos hijos que estudian con beca, de señoras charlando en butacas playeras al fresco de la noche en las aceras, de niños que pespuntean la tarde son las risas infantiles que nos reconcilian con la alegría. No.

Ahora todo es distinto. Y esos barrios se degradan a un ritmo que da miedo. Los asuntos se resuelven a navajazos. O con armas de fuego silbando en el aire abatido del miedo. Miramos para otro lado, preferimos refugiarnos en los ritos y en el costumbrismo, en los debates esterilizados ente rancios y modernitos, pero la verdad no está ahí. La verdad tiene espinos y nombres de barrios y barriadas que sobrevuelan la ciudad con su sombra ensangrentada: Los Pajaritos, por ejemplo. Y eso no es criminalizar a nadie, porque ya estamos viendo venir al progre buenista con ese peligroso discurso del tópico edulcorado. Tipos con cincuenta o sesenta detenciones viviendo en pisos ilegales, ocupando lo que no es suyo, matando a cuchilladas por una deuda que no quieren pagar, robando a ancianas y eliminando a pobres mujeres que son esclavas de la droga que las envenena. He aquí, o mejor dicho, he allí el panorama que no quiere ver el sevillano, eterno avestruz que prefiere meter la cabeza en el agujero de la postal aunque sea para criticarla.

El último muerto tenía 26 años. La edad del hijo que ya es un hombre. En la flor de la vida, como se decía antes. Flor de espinas sin tallo, sin cáliz, sin pétalos. Se desangró por la escalera y se murió en la calle. Sólo faltó la figura de aquel alcalde que derramaba las lágrimas de la frustración sentado en la piedra llorosa, mientras sus labios repetían la jaculatoria que hoy se repite. Pobre ciudad. Pobre ciudad…

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