Entrevista

José Luis Comellas: «El español no es liberal. Es capaz de discutir pero no de conversar»

El historiador y catedrático emérito de la Universidad de Sevilla lamenta la Ley de Memoria Histórica y constata que han renacido «las dos Españas», aunque cree que «estamos muy lejos de la deriva de la II República»

José Luis Comellas Juan Flores

Jesús Álvarez

Charlamos con el historiador y astrónomo José Luis Comellas (Ferrol, La Coruña, 1928) en el salón de su piso de Los Remedios y en presencia de su mujer, María Jesús Aguirrezabala, una antigua alumna suya con la que tiene cuatro hijas y lleva casado 56 años. Profesor emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla y doctor «honoris causa» por la Universidad argentina de Cuyo (Mendoza), Comellas estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Santiago , donde obtuvo el premio extraordinario fin de carrera y el premio Ourtvanhoff al mejor estudiante universitario.

Se doctoró en Historia por la Complutense de Madrid con la tesis «Los primeros pronunciamientos en España», que le valió el Premio Nacional Menéndez Pelayo. En 1963 ganó la cátedra de Historia de España Moderna y Contemporénea de la Universidad de Sevilla en dura competencia con el historiador sevillano y premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales Antonio Domínguez Ortiz, que regresó a su instituto de Granada y no volvió a competir por la cátedra universitaria.

Domínguez Ortiz y usted son dos de los mejores historiadores que ha dado España en el siglo XX. ¿Mantuvieron buena relación después de la oposición que usted le ganó?

Sí, era un señor encantador y mantuvimos una buena relación. Se hacía querer y yo siempre lo he admirado. Fue un gran historiador, tenía muy buena pluma y sabía contar muy bien la historia . Cuando yo gané la cátedra en Sevilla, recuerdo que él me dijo: «La que ha ganado es mi mujer». Ella no quería mudarse de Granada a Sevilla.

¿Se adaptó bien a Sevilla?

Siempre cuesta porque es una ciudad con una personalidad muy poderosa. Estuve aquí por vez primera en 1951, durante el viaje fin de carrera, y recuerdo que le dije a mis compañeros: «Sevilla es una ciudad muy bonita pero sería incapaz de vivir aquí», entre otras cosas por el calor. Llegué con mi cátedra en 1963 y llevo 56 años viviendo aquí. Eso sí, muchos veranos, cuando acababa mis clases, me iba a Galicia o a Navarra , la ciudad natal de mi mujer.

¿Qué es lo que más le llamó la atención de los sevillanos?

Cuando llegué vi a gente muy diversa y a una ciudad con vocación universal. Paseaba por la calle Alemanes y se notaba que Sevilla había sido cabeza de Indias y lugar de destino de personas de muchas nacionalidades cuatro siglos antes. Veía a muchos alemanes, muchos flamencos, muchos italianos. A Sevilla la llamaban en el siglo XVI Babilonia por este motivo, por la cantidad de lenguas que se hablaban.

¿Sintió esa «hospitalidad sevillana» cuando llegó?

Sí. Los sevillanos, más allá de los tópicos, tienen una personalidad muy poderosa, te acogen porque la historia de la ciudad es acogedora y universal. Son habladores pero no charlatanes. Csreoque tienen un orden mental superior al de los madrileños. Hice amigos sevillanos en la Universidad pero en los años 60 la mayoría de los profesores y catedráticos eran de fuera de Sevilla. Luego eso fue cambiando y casi todos son sevillanos.

¿Cómo era la Sevilla de entonces comparada con la de ahora?

Menos el calor, que sigue siendo el mismo, ha cambiado mucho. Cuando yo llegué, apenas había coches. Sevilla es una ciudad con mucha tradición pero adaptada al siglo XXI en muchos aspectos. Me gusta mucho hablar con los sevillanos, pero es verdad que no conseguí integrarme nunca en dos aspectos muy importantes para ellos: la Semana Santa y la Feria.

¿Por qué?

Aunque sea gallego, soy capaz de valorar el gran valor artístico de la Semana Santa y el respeto impresionante que se tienen en Sevilla a una tradición de varios siglos que sinceramente admiro. Pese a eso, no conseguí integrarme en ese mundo. Respecto a la Feria, no se parece casi a ninguna otra que conozco. Una noche entera estuve en una caseta desde las nueve de la noche hasta las siete de la mañana y ya no volví a hacer eso en mi vida. A los sevillanos les encanta estar en una caseta horas y horas hablando y son felices así. Ahí no he podido seguirlos.

¿Y la Universidad de Sevilla? ¿Ha cambiado tanto (y tan poco) como la ciudad?

Ha cambiado mucho, como todas las universidades españolas. El número de alumnos se ha multiplicado por diez y se ha perdido la familiaridad que había entonces . Cuando yo llegué había muchos estudiantes de fuera; ahora la mayoría son sevillanos. Y he observado que a la mayoría les gustaría quedarse a trabajar en su ciudad. No quieren moverse de Sevilla.

¿Los alumnos de ahora se parecen a los de antes?

Yo conocía muy bien a todos mis alumnos en esa época. Eran quince o veinte. Ahora vienen grupos de ciento cincuenta. Recuerdo que les decía que no aprobaría a ninguno que no viniera a verme a mi despacho al menos una vez al mes. En esas charlas aprendíamos los dos . Yo les preguntaba qué les gustaba, qué no, y lo que podíamos mejorar entre todos. Trataba de ayudarles y de orientarles sobre lo que podían hacer cuando acabaran sus estudios. Ahora es casi imposible hacer eso.

Hay bastantes profesores que prefieren no mantener ningún contacto con los alumnos fuera del aula.

Supongo que sí. No sé si será porque se ha perdido el concepto de autoridad , pero no en el de jerarquía sino en el de admiración o ejemplo.

La Real Academia Sevillana de Buenas Letras y a la Real Academia de la Historia, a las que pertenece, habrán cambiado menos que la Universidad...

Mucho menos (sonríe). Ya me dijeron cuando ingresé en Buenas Letras que había que estudiar muy bien las palabras y medir muy bien qué se decía. Son instituciones del siglo XVIII y mantienen sus estatutos y su espíritu desde entonces. Su forma de reunirse y su puntualidad.

Una virtud que no es muy sevillana.

No, no lo es. Ni española.

En el homenaje que le rindió el Ateneo de Sevilla hace un mes el profesor Juan Ortiz Villalba lo definió como «un hombre extraordinariamente puntual y cumplidor».

Me gusta ser puntual. Creo que esto tiene que ver con mi afición a la física y la astronomía. Las cosas suceden en una décima de segundo, ni antes ni después. Una décima de segundo es importante.

También dijo de usted que es «uno de los cuatro o cinco grandes intelectuales que ha dado la España de la posguerra».

Se lo agradecí pero eso no es cierto. Sí me considero humanista , como él también me calificó.

Su modestia la destacó también Rafael Sánchez Mantero.

Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. En cualquier caso, lo que uno crea de sí mismo importa poco . Serán los otros los que tengan que decir lo que piensan de ti.

Y el sentido del humor lo destacó Leandro Álvarez Rey. ¿Su humor tiene retranca como buen gallego o después de 56 años aquí ya se ha sevillanizado?

Mi sentido del humor ha evolucionado; en cierto, modo, se ha sevillanizado, pero carezco, por desgracia, de la chispa y agilidad mental que tienen los sevillanos . Ellos hacen un chiste de cualquier cosa.

La Historia con Franco

Usted ejerció como decano de Historia entre 1970 y 1971, aún en plena dictadura franquista. ¿Se respetaba entonces la libertad de cátedra?

Sí.

¿Se podía enseñar la historia de España del siglo XX con hechos ciertos, contrastados? ¿No había algún tipo de censura en materias como la II República o la Guerra Civil?

En absoluto. No había censura ni podía haberla. En la universidad la mayoría no éramos ni franquistas ni antifranquistas. Y creo que eso pasaba también fuera. La mayoría de los españoles no eran ni una cosa ni la otra. He viajado mucho en tren de Galicia a Madrid y a Sevilla y escuchaba a mucha gente de toda España y eso era lo que me decían. Creo que había libertad para criticar y para pensar.

Pero no había partidos políticos.

No, no había partidos. Lo más parecido eran el Sevilla y el Betis, los sevillistas y los béticos. También estaban los partidarios de la Macarena y de la Esperanza de Triana .

¿Qué opina de la Ley de Memoria Histórica?

No creo que haya sido buena para España. Se ha aprovechado por algunos para reabrir heridas. No sé si la Guerra Civil fue inevitable porque había una gran depresión económica y la República iba a la deriva; pero, desde luego, fue terrible para España. Mi familia lo pasó muy mal como toda la clase media de la epoca. La II República fracasó por la economía y fue una pena porque podríamos haber tenido una República como la francesa .

¿Ve ahora, salvando las distancias, las dos Españas que se formaron durante la II República?

Algo sí, han renacido, pero no son, por fortuna, como en esa época. Estamos muy lejos de eso. Entonces te asomabas al balcón y había una manifestación o gritos de sinvergüenza de unos a otros.

Lo de Cataluña sí empieza a parecerse. ¿Cree que tiene algún arreglo o, como decía Ortega, «es un problema que no se puede resolver y hay que conllevar»?

Estoy de acuerdo con él, pero creo también que los catalanes tienen que acostumbrarse a convivir en España. Una República Catalana no podría vender nada a nadie. Y no creo que la mayoría de los catalanes esté de acuerdo con esto. Sería la ruina para todos ellos.

¿Les vendría bien viajar, como decía Felipe González cuando gobernaba, o dice desde hace muchos años Albert Boadella?

Sí. En el siglo XIX la aparición del ferrocarril permitió viajar a muchos catalanes entre distintas ciudades y les abrió la visión del mundo . Yo les recomendaría incluso que vinieran a la Feria de Sevilla. Lo pasarían bien y podrían también curarse de ese aldeanismo de algunos catalanes.

La Historia nos enseña que los españoles siempre acabamos peleándonos entre nosotros. ¿No es posible llegar a un punto de acuerdo?

Ya lo dijo Trogo Pompeyo hace veintiún siglos. Cuando no tienen ningún enemigo exterior, los hispanos se dedican a combatir entre ellos. En esto parece que no hemos cambiado mucho.

Usted es especialista en el siglo XIX español. ¿Le recuerda la época actual, en parte, a lo que ocurrió entonces? Manifestaciones de unos contra otros, Gobiernos que duran ocho meses...

En el siglo XIX hubo ciento treinta gobiernos en España , es decir, a una media de un gobierno cada ocho meses. Gracias a Dios, estamos muy lejos de eso.

¿Le vendría bien ahora a España algún líder como Cánovas?

Sí, no vendría mal. Cánovas tenía una gran autoridad y estaba muy preparado. Lo que él decía era lo que ocurría. Se turnaban en el poder dos partidos y se llevaban bastante bien.

Eso no parece posible con el PP y el PSOE actuales.

Podrían hacerlo, si quisieran, pero no quieren. Uno es centro-izquierda y otro centro-derecha y tienen espacio para concertar cosas. Podrían hablar y entenderse, si quisieran, pero todo se ha polarizado mucho y se ha fragmentado el espacio político de unos y otros. Felipe González, en los años ochenta, podía gobernar dialogando con la oposición y sin demasiados problemas. Eso ahora no parece posible.

El liberalismo no va demasiado con el carácter español.

El español no es liberal . Es capaz de discutir pero no de conversar. Eso se aprecia incluso en el idioma. Un alemán o un inglés utilizan mucho el «tal vez», el «sería conveniente», el «hay motivos para pensar» , el «podríamos quizá suponer» . En España no se habla así. Unos y otros están convencidos de estar en posesión de la razón y de la verdad.

¿El nivel intelectual de los políticos ha bajado mucho?

Mucho, si lo comparamos con la época de Cánovas y Sagasta ; pero también ha bajado respecto a la época de La Transición. Ya no hay políticos con la preparación de Tierno Galván, por citar un ejemplo.

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