Reloj de arena

José Donaire Perejón: Sigue siendo el rey

Su juventud le regaló buenas hechuras, simpatía a raudales y unas luces largas como las de los Chevrolet

José Donaire con Adolfo Suárez Archivo personal de Pepe Donaire

Félix Machuca

De chinorri vendía el ABC y El Blanco y Negro por las calles de Sanlúcar la Mayor , después le hacía encargos al cosario y, algunas noches, cuando sus padres lo necesitaban, pedía limosnas para comprar medicinas en una casa que, literalmente, estaba a dos velas. Las que iluminaban las oscuras noches de aquellos tiempos. Creció. Bajó a Sevilla. Y aprendió el trajín de la hostelería para dejar atrás las fatiguitas.

Se hizo empresario de la noche. Y abrió negocio en la Europa, en el Paseo Colón, en Camas . Y el chavalillo que vendía periódicos empezó a salir en los diarios. Él era la noticia. Volvió su vida como se le da la vuelta a un calcetín. Y en su círculo de amistades entraban artistas, toreros, futbolistas, aristócratas, presidentes de gobierno y los golfos más simpáticos de la noche.

Pepe Donaire vio cómo un conocido aristócrata sevillano pagaba una ronda de champán caro en el «Pepe Club» de la Europa para brindar por el asesinato de Kennedy . Fue testigo de cómo un torero de mucho tronío se subía a una silla porque un ratón cayó en mitad de su reunión en su local de «La cueva de la Pañoleta» .

En un reservado de su restaurante «La Maestranza» escuchó cantar por la Piquer a un duque consorte bordando «Las cinco farolas» y don Adolfo Suárez se lo quiso llevar para Madrid pero Pepe no se dejó. Y le dijo lo que solía decir su amigo Beni cuando alguien se le ponía estupendo: en mi hambre mando yo… Pero algo vio en él el duque de Suárez cuando fue como número uno en las listas municipales del CDS por Sanlúcar. No salió por un puñado de votos. Y dejó la política para los que no saben hacer otra cosa.

Su juventud le regaló buenas hechuras, simpatía a raudales y unas luces largas como las de los Chevrolet americanos de su infancia. Y esas luces le bastaron y sobraron para encandilar a más de una señora de medidas especiales. Pepe Camacho , que le compró dos de sus locales nocturnos, recuerda cómo una cuchichí, con lo mejor de las dos sangres encendiendo su hermosura, amante de un ganadero muy famoso, se encaprichó del sanluqueño. En uno de sus dedos llevaba un diamante que alumbraba más que el faro de Chipiona . Fue un romance volcánico. Porque en un desencuentro entre ambos, la señora se llevó media calle Betis persiguiéndolo y tirándole búcaros. Y cuando se les acabó el amor y cortaron relaciones, en venganza, la imponente le llenó el coche de ladrillos. Los celos y sus monstruos.

Me enseña un móvil antediluviano, sáurico, que dice que tiene dos primeras comuniones. Y le pregunto por su «guasá» y me dice que él no mata piojos en el teléfono, que es lo que hace hoy todo el mundo cuando lo utiliza. Pero comunicarse es fundamental. Una alborada, seis treinta de la mañana con el aguardiente matando el gusanillo del madrugón, salió de su local Los Gitanillos en Camas hacia el bar Flor. Lo acompañaron todos los integrantes del grupo: l os hermanos Amador, El Eléctrico, Bobote, Manzano, Ramoncito el enano … Y se pidieron en El Flor el quitalegañas del madrugón. Al enano lo sentaron en un taburete. Entró la pasma y hubo jaleo. ¿Este niño que hace aquí? ¿Quiénes son los padres? ¿Cómo se atreven a traer a un niño a un bar a estas horas de la mañana? Pepe Donaire salió a esclarecer el equívoco. «No es un niño, es un enano», sentenció. Pero la madera no lo creyó. Cogieron al enano, lo sacaron a la calle, lo cachearon y hasta que no entregó el DNI no se lo creyeron. Aquellos policías no iban para 007. Pero al enano le dieron el susto de su vida.

Dice que Sevilla tiene deudas por pagarle a Pulpón y a Diodoro Canorea , que vio a una señora entrar en el Morapio para llevarse a su marido que faltaba de casa dos noches por culpa del arte de Antonio el Cordobés , que tanto sabía de flores, de Paquito Bulerías, Pepe Gutiérrez y alguno más que la neblina del moyate disuelve en la memoria. Y concluye con una especie de canto del cisne para sacarlo a hombros y llevarlo desde Sanlúcar a Huévar: «el arte de la noche se acabó cuando nos retiramos los que sabíamos aguantar a los locos». Dice Pepe que hoy, a partir de las dos de la mañana, la gente busca una raya. Y no saben que la mejor raya es la que te dan con guisantes en El Rompido . A sus setenta y pico de años, con un varetazo en el corazón, conociendo lo de arriba y lo de abajo, Pepe Donaire sigue siendo el rey…

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación