Entrevista

Jesús Quintero: «Entrevistaría a un terrorista porque todo lo oculto debe ser descubierto»

El comunicador onubense, apartado de la televisión desde hace años, dice que le duele ver a ese medio de comunicación «en manos de gente sin escrúpulos rendida al mercado, la publicidad y a la dictadura de las audiencias»

Jesús Quintero en el plató donde grababa sus programas ABC

Jesús Álvarez

El periodista Jesús Quintero (San Juan del Puerto, Huelva, 1940) pasa largas temporadas en un pinar frente al mar, a quince minutos de Portugal, desde que terminó su colaboración con Canal Sur. Director y presentador de programas radiofónicos tan emblemáticos como « El hombre de la roulotte» y «El Loco de la Colina» , es autor de varios libros («Trece noches» junto a Antonio Gala, «Cuerda de Presos» y «Jesús Quintero: entrevista»). El comunicador onubense estuvo tres años en Hispanoamérica entrevistando a todos los «perros verdes» argentinos y regresó para terminar con los españoles. Asegura haber realizado más de cuatro mil entrevistas («conducir al otro gentilmente hacia lo que el otro es, ni interrogatorio policial ni pirotecnia intelectual») y ha dado numerosas conferencias. Tiene un aula rotulada con su nombre en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Málaga.

¿De qué se siente más orgulloso?

He predicado la paz y el amor desde una colina del Guadalquivir, me he convertido en perro verde o ratón colorao para conocer de cerca la marginalización y la rareza, me he metido en la boca del lobo para investigar la condición humana. He pasado una temporada en el infierno escuchando a los condenados en las cárceles españolas y americanas, ciento cuarenta presos en cuarenta cárceles. He recorrido España en una «roulotte» extravagante y vagamunda llena de sartenes y libros de viajes. Amo la comunicación y por eso me duele verla en manos de gente sin escrúpulos, gente que se ha rendido al mercado, a la publicidad, a la dictadura de las audiencias. Cada día me da más miedo formar parte de ese mundo que ha sido y es mi mundo que cada vez siento mas extraño.

¿Qué entrevista de las que ha hecho le impactó más?

Tal vez la de Rafael Escobedo. Un día recibí una carta suya. Entre otras cosas me decía: «Jesús, me encuentro en una situación muy desesperada. Me están puteando de una forma horrible. He agotado todas las vías y recursos e incluso algo tan fundamental como es la esperanza. Justicia e instituciones penitenciarias me niegan sistemáticamente todo lo que sea, lo que cualquier otro preso obtiene únicamente porque me llamo Rafi Escobedo. Te cuento esto porque creo que puedo decir en tu programa lo que quiero, incluso quiero que me ayudes a exponerlo. Pretendo acusar a las autoridades y reprocharle sus bajezas, y públicamente comunicarles que si en el plazo de cinco días después de la emoción del programa no me conceden lo que me corresponde voy a suicidarme. Ellos serán los responsables y los inductores». Luego se preguntaba «¿Hasta cuándo aguantaré? Me quedo horas y horas mirando las rejas de la ventana de la celda y repitiéndome: cuélgate, ahórcate termina de una vez con todo esto». Unos días después de la emisión de la entrevista, como había anunciado, Rafael aparecía ahorcado en su celda del penal del Dueso. Para mí fue un golpe durísimo. No me podía quitar de la mente la imagen de aquel hombre al que había entrevistado en su celda, un hombre que había anunciado públicamente su suicidio y al que todos de algún modo habíamos dejado morir. Desde que entrevisté a Rafi Escobedo en su celda me perseguía la idea de hacer un programa en las cárceles, dedicado exclusivamente a los presos. Antonio Burgos pidió el Pulitzer para mí por esta entrevista, aunque otras veces me ha dado mucha caña.

¿Cómo debe ser una entrevista, en su opinión?

Conducir al otro gentilmente hacia lo que el otro es, ni interrogatorio policial ni pirotecnia intelectual. No me gusta convertir el micrófono en picana.

Supongo que no todas las entrevistas podrán ser así.

Entrevisté a un periodista de Al-Yazira que consiguió lo que nadie había conseguido: entrevistar al mismísimo Osama Bin Laden. Luego lo acusaron de pertenecer a Al Qaeda y dio con sus huesos en la cárcel. Le pregunté, naturalmente, como consiguió la entrevista y me dijo que fue Bin Laden quien consiguió la entrevista con él. Bin Laden tenía contacto con Al-Yazira y le interesaba hacer una entrevista con un medio de comunicación árabe y Al-Yazira era el único canal que operaba en Kabul. Me dijo que tenía un convenio con la CNN de intercambio de noticias, que confeccionaron un listado de preguntas y se lo entregaron al intermediario. «De repente -me contó este periodista- me recogieron los hombres de Bin Laden con medidas de seguridad muy estrictas. Me dijeron que me metiera en el coche si quería hacer la entrevista. No se permitía teléfono, ni reloj, nada, me lo quitaron todo, me cachearon, me vendaron los ojos y de repente, después de casi tres horas de rodeo, me encuentro cara a cara con Bin Laden». Le pregunté entonces cuál fue su primera impresión al ver su cara y me dijo: «De shock. El país estaba bajo bombardeo por su causa. Cuando me encontré con él se me esfumaron todas las preguntas de repente. Me dio la bienvenida, las gracias por ir, se disculpó por las molestias y me preguntó si me habían tratado bien. Fue muy amable y educado, estaba muy tranquilo, muy seguro de sí mismo».

¿Usted hubiera entrevistado a Bin Laden o a cualquier terrorista sanguinario?

Sí, todo lo oculto debe ser descubierto. En todas las cárceles españoles figura una frase: «Odia al delito y compadece al delincuente». La temporada que pasé en el infierno de la cárcl se me clavó como una espina en el corazón. Fue una experiencia extraordinaria, humana y periodística que mereció la pena. He dialogado con más de cien reclusos condenados a todo tipo de delitos: crímenes, atracos a mano armada, narcotráfico, estafa y contrabando de armas.

¿Cuál fue la respuesta más terrible que recibió en esas entrevistas?

La más terrible me la dio aquí Haki Ceku, delincuente internacional buscado por la Interpol en media docena de países por robos blindados y asesinatos. Le pregunté si era fácil matar y él me contestó: «Tan fácil como pisar una cucaracha. No soy violento y no me gusta pelear. Cuando estoy nervioso no puedo matar puedo matar a alguien riéndome, pero nervioso no».

¿Y la mejor respuesta que le dieron?

Entrevisté a una mujer ya mayor que en su juventud había sido bellísima y una de las modelos de sombreros más cotizadas internacionalmente. Se llamaba Sandra y visitaba diariamente el Museo del Prado y el madrileño café Gijón. Me contó que un día se le acercó un millonario extremeño que la había visto en el museo y le preguntó si era artista. «No soy puta», contestó.

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