El Rincón de...

«Harrison Ford vino buscando la cola de toro exclusivamente. La dejó en los huesos»

Enrique Becerra atesora numerosas anécdotas tras casi medio siglo detrás de una barra y las está recopilando para publicarlas en un libro

El extabernero, tras poner fin a su etapa como hostelero, recopila material para un futuro libro J. M. Serrano

Félix Machuca

Extabernero, estuvo durante cuarenta y ocho años al otro lado de la barra, conociendo Sevilla y sus visitantes más afamados. Las experiencias vividas las está recopilando en Facebook y se convertirán en un libro de aquel magnífico restaurante Becerra.

–Cuarenta y ocho años detrás de una barra en un restaurante como el suyo debe ser todo un master en sociología ¿no?

–¡Qué más quisieran muchos másteres! Me quedo con una frase de mi padre: «Niño, por la forma de abrir la puerta, ya debes saber de la leche con la que viene el cliente ese día». Y es cierto.

–¿Se atreve a decir que conoce bien a Sevilla y a cierta clase de sevillanos?

–Conozco muchas clases de sevillanos. Y en mi casa ha entrado gente de todo tipo, condición y pensamiento. No es que sea un maestro, pero siempre he sido muy observador.

–Imagino que poner en marcha un restaurante como Becerra exigiría tensión, atención y dedicación máxima.

–Hay una cara oculta de un restaurante que no se ve. Nadie se imagina el trabajo previo que hay antes de abrir una puerta. Cámaras llenas, montaje de mesa, limpieza, preparativos en la cocina, compras, distribución, organización de reservas. Y además cada cliente quiere su mesa.

–¿Echa de menos algo de todo eso, echa de menos la barra?

–Echo de menos la relación con mis clientes, que ha sido siempre muy enriquecedora. Y no hecho en absoluto de menos la presión. Aún me despierto de noche con pesadillas: que no ha llegado el del pescado, que el del vino te ha enviado otra marca…Esas cosas hay que echarlas afuera.

–Son muy divertidas las vivencias que usted deja en Facebook de los clientes que pasaron por Becerra. ¿Hay libro a la vista?

–Sí. Ese libro sale solo.

–¿Nos asomamos a su libro de firmas y nos cuenta algunas anécdotas al hilo de esos personajes?

–Venga.

–Ahí va el primero: Vasillis Tsartas, el jugador del Sevilla. ¿Qué pasó?

–Le prometí un plato de jamón por cada gol o asistencia de gol que hiciera. Hubo lunes que tuve que darle los platos a pares. Fue portada de As con dos platos de jamón en la mano.

–¿Y con el modisto Emanuel Ungaro?

–Le prometieron una cena en Becerra porque la hija de una familia muy conocida de Sevilla trabajaba con él en París. Lo curioso es que la cena homenaje la pagó el modisto.

–¿Es verdad que Harrison Ford llegó a las puertas de Becerra buscando no el arca perdida sino su cola de toro?

–Así es. Vino exclusivamente a por la cola de toro. Nos encontró y la disfrutó. Dejó los huesos pelados.

–Lo que fue de traca es que se enterara por la prensa que Keanu Reeves, el Neo de Matrix, estuvo en su restaurante y a usted lo pillara ajeno.

–Llegó de incógnito y no nos dimos cuenta. Al día siguiente lo leímos en la prensa y comprobamos que comió en la mesa número cinco.

–Hay barras en Sevilla donde se conspira para derribar una junta de gobierno. Pero el suyo fue más de conspiraciones políticas. ¿Me equivoco?

–Le cuento: en un mismo medio día coincidieron Pepote Rodríguez de la Borbolla con medio gabinete; Jaime Montaner con otro medio y, en un comedor privado, pequeño, Miguel Ángel Pino. Salió al baño y se encontró con el cuadro. Y me dijo: esto está como para venir con la amiga…

–Famosa noche fue aquella en la que, por sorpresa, tuvo que darle de comer a un presidente de Gobierno y a media organización juvenil del partido.

–Me llamaron a las diez de la noche. Un grupo de invitados de la boda de la princesa Elena, muy selecto, quería cenar en Becerra. Lo que nadie se imaginaba es que cinco minutos después de entrar vendría media organización juvenil detrás tocando las palmas y gritando, ¡presidente, presidente!

–Tuvo que ser memorable aquel encuentro en la cumbre de dos grandes egos profesionales de la radio, Luís del Olmo y Jesús Quintero. ¿Qué se dijeron?

–Uffff. Decirse, decirse, nada. Pero fue un lanzamiento de pullas cordiales pero envenenadas. Que si tu micrófono es muy antiguo, que si yo tengo más audiencia que tú, que si los míos son más fieles. Mucho jiji jaja pero volaban los puñales.

–¿Lo del aristócrata local firmando un cheque y llevándose de una comida televisiva a una hermosísima azafata para una noche de vino y rosas es verosímil?

–Como diría Paco Gandía, eso es verídico.

–Con la mano en el corazón: ¿si pudiera lo volvería a hacer o quedó tan harto como de la sopa de ajos de su abuela?

–Yo intentaría no volver a hacerlo, pese a las satisfacciones que me ha dado.

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