EXPO 92 DE SEVILLA

El Kangaroo: bailad, bailad benditos

La basca de los noventa, perfumadita por Armani e Yves Saint Laurent, recalaba en el pub de los australianos

El exterior del pub «Kangaroo» ABC

FÉLIX MACHUCA

La bolsa más divertida de la Expo sevillana no iba cargada con el coral rojo de las cuentas hoteleras, ni con los cachorros de Curro, ni tampoco con los números imposibles del tío de las previsiones. Aquella bolsa era la de un marsupial que saltaba toda la noche en un pub cercano al pabellón de Canadá. Y llevaba dentro dos regalos que convirtieron a la noche de la Cartuja en una bendita locura australiana. Una era el karaoke. La otra la era saltar como canguros sobre las mesas del local bailando lo último de Gun´s and Roses . Fue el pub de moda del recinto de don Jacinto. Y la querencia que despertaba entre los jóvenes sin reparos era casi tan adictiva como la del pabellón de Brasil , donde el chocolate de las mulatas atraía a los golosos moscardones muertos por caer en la tentación del azúcar más morena. Si aquellas mulatas bailaban samba, en el Canguro bailaban hasta los zambos, siempre con el apetito de la medianoche dispuesto a ser saciado por la vía más sensual.

Por 1.200 pelas te daban medio pollo y una jarra de cerveza que dejaba pequeño a un trofeo carranza . La basca de los noventa, perfumadita por Armani e Yves Saint Laurent, bien pagada por la manguera de la boyantía económica y valiente hasta la condecoración para darlo todo en las trincheras del amor, recalaba en el pub de los australianos para hacer cierta la frase de Cocodrilo Dundee: ese cocodrilo ha estado a punto de comerme viva, dice la chica de la película. Y dundee le responde: no lo culpe. yo he estado a punto de hacerlo un par de veces…qué de dientes afilados se hincaron en aquel pub. Y no precisamente sobre una pechuga de pollo. Su ambiente despertaba toda clase de apetitos . sensuales, por supuesto. que para un moralista podría ser el reflejo más exacto de una juventud enloquecida por la diversión y suscrita al hedonismo. Y para otros menos rigoristas, simplemente, un sitio donde los jóvenes sudaron el brillo de sus mejores años, bailando y cantando hasta la extenuación. Bailad, bailad benditos…

La decoración de aquella pista universal es inolvidable. Todo nos hacía pensar que Australia había nacido en Sevilla . O que la estética country que lo impregnaba era vecina de la ronda de Triana. Quizás la familiaridad estaba no tanto en los canguros y las fotos de rodeos que animaban sus paredes como en el hecho de que, de tanto ir a disfrutarlo, aquello nos parecía sevillano de toda la vida. Las mesas eran de madera, como todo el local, amplias y familiares, parecidas a las de los comederos de los picnic de Yellowstone donde Yogui y Bubu iban a jamarse los sándwiches de los turistas confiados. En aquellas mesas coincidías con guiris la mar de disponibles, con las azafatas de Carlitos Telmo , con la marea joven y fuerte de una noche nada cartuja y con los pupis más descarados y felices.

La otra noche, la que se vivía fuera de la isla, la iluminaba la Exporecua de los hermanos Calvo, al final de la Palmera, con piscina encendida y nadadores ocasionales que daban positivo, fijo, en agua de fuego. En ambos escenarios la noche sevillana era suave e intensa, dulce y exigente. Inolvidable. Las mesas del Canguro eran multiusos. Porque tras servir de lugar de convivencia y apoyo gastronómico, llegada la hora bruja, se convertían en pistas de baile. nadie se quedaba en tierra. ni los menos espabilados.

El karaoke que llevó a tanta clientela a probarse la voz y a desnudarse de complejos cara al público fue, o pudo ser, un anticipo de operación triunfo. Estaba recién llegado de Japón donde hacía más furor que el sushi. Y en el Canguro lo elevaron a categoría de arte popular.

El que ya no se sentía ni las piernas por el esfuerzo olímpico de la priba, tampoco tenía rubor alguno por pedir que sonara en el play back el «Bandido» que Miguel Bosé había montado expresamente para la Sevilla universal. El valiente hacía lo que podía, hilvanaba la letra con dificultades extremas y aspiraba a triunfar en aquella operación trueno que, solía terminar, en atronador abucheo generalizado. Una bulla por dar el cante…malo. Inmediatamente salía otro cangurito a cantar.

Y así hasta que se anunciaba la última copa y la basca, sudadita, inagotable y receptiva, le ponía el broche del orgullo local a la jornada. ¿Cómo? Cantando algo que, posteriormente, se ha querido adjudicar la salada claridad de la costa fallera. Esto es Sevilla y aquí hay que… Nunca la ubre de una Expo amamantó noches tan plenas dando saltos de canguro…

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