COMUNIDAD BARTOLOMÉ BLANCO

Cuatro salesianos de Sevilla sacan de la calle a inmigrantes expulsados de los centros de menores

Acogen en su propia residencia, algo sin precedentes en España, a chicos musulmanes y de otras religiones a las que dan comida, techo y formación. No reciben ninguna subvención pública y viven de sus sueldos como profesores

Los salesianos con algunos de los inmigrantes a los que acogen en Sevilla Raúl Doblado

Jesús Álvarez

La comunidad salesiana Bartolomé Blanco que acoge en Sevilla a jóvenes inmigrantes que son expulsados de los centros de menores al cumplir 18 años se puso en marcha en 2014, a pesar de lo cual apenas es conocida. Se trata de un proyecto pionero en España porque no se trata de pisos tutelados auspiciados y amparados por Cáritas ( Proyecto Nazaret ) o alguna ONG, una experiencia mucho más habitual, sino de una acogida directa en la sede de una comunidad religiosa.

«No había nada parecido en España y tuvimos que superar ciertas reticencias desde dentro y desde fuera, tal vez por acoger a chicos musulmanes, pero después de seis años ayudando a estos chicos a integrarlos en la sociedad con éxito, todos esos recelos están superados », se felicita José Miguel Núñez, uno de los cuatro salesianos que regresó de Italia en 2014, donde llevaba diez años, para ponerlo en marcha en la casa de María Auxiliadora, junto al colegio de la Trinidad .

La mayoría de estas personas llegaron a nuestro país a bordo de pateras o escondidos en los bajos de autobuses y camiones con los que lograron cruzar la frontera. Algunos de sus amigos se quedaron por el camino, como cuenta Soumalia Doumbia , un joven de 19 años que llegó a España procedente de Ghana y que tardó más de un año en alcanzar su destino. Tuvo que cruzar el desierto y allí perdió a algún amigo. «Eran condiciones muy difíciles, sin comida y sin agua», recuerda.

Soumalia , que estudia un módulo de cocina y sueña con ganarse la vida en los fogones de algún restaurante, logró alcanzar su destino en una patera que arribó a la costa algecireña, como la treintena de estos chicos a los que los cuatro salesianos sevillanos han acogido durante estos años. Otros como Yassine Amiri (20) o Achraf El Fettat (21), que estudian un grado medio de FP y español en el colegio de los Salesianos, entraron en España en los bajos de un camión con gran riesgo de morir asfixiados durante el trayecto.

Proceden de Marruecos, Ghana, Somalia, Costa de Marfil, Liberia, Kenia, Uganda y otros países subsaharianos; y los hay cristianos, evangélicos y musulmanes. Son de distintas razas pero todos tienen algo en común: huyeron de la pobreza o de situaciones familiares dramáticas. Algunos sufrieron abusos y todos se lanzaron al mar o a cruzar el desierto sahariano buscando una vida mejor.

La encontraron en Sevilla gracias a cuatro salesianos ( Pepe Núñez, Paco Jaldo, Miguel Angel Nuin y Ximo Ventura) que los acogieron y pusieron a su disposición sus sueldos mensuales como profesores para sacarlos adelante y formarlos en una profesión con la que logren hacerse independientes. De los nueve que hoy viven y estudian con ellos algún ciclo de FP de grado medio o superior, c asi todos estarían durmiendo hoy en la calle de no ser por su hospitalidad y generosidad. No conocían a nadie en Sevilla y llegaron aquí sin un euro.

Casi todos logran contratos laborales en Sevilla, aunque es muy difícil que alguien les alquile un piso

«El cambio desde que llegan, con una enorme mochila de experiencias durísimas , es increíble. En cuanto se sienten apoyados y queridos, se quitan todo el peso que llevan, se abren y se integran», cuenta Paco Jaldo, uno de los salesianos que dirigen esta comunidad. Los chicos juegan al fútbol en sus horas libres e incluso hacen de árbitros con cierta frecuencia. « Cuando ellos arbitran , jamás hay un problema. Saben que no barren para ningún equipo», dice Jaldo.

Armonía interreligiosa

Conviven en esta comunidad con una sorprendente armonía chicos de varias religiones (predominan los musulmanes) que hablan en distintos idiomas, aunque todos aprenden español a gran velocidad. Todos celebran la Navidad, el Ramadán y las fiestas de sus respectivas religiones, de modo que quien los vea interactuar entre sí con semejante respeto y empatía hacia las creencias del otro no puede dejar de pensar que, si este microcosmos de paz y solidaridad que han creado estos cuatro salesianos en la calle María Auxiliadora de Sevilla se extendiera por África u Oriente Medio, apenas habría guerras en el mundo.

Avinho Kollie, un chico musulmán de 25 años que huyó de la guerra hace siete años en Liberia, su país natal, dice que « los cristianos son muy buenos con nosotros y respetan mucho nuestras creencias. Nosotros también respetamos las suyas y nos ayudamos en todo lo que podemos».

Aunque los cristianos de aquí son «buenos», aún hay algunos fuera (cristianos y no) que mantienen algunos prejuicios sobre ellos, aunque todos manifiestan agradecidos que Sevilla y la mayoría de los sevillanos son muy hospitalarios.

Soumalia Doumbia nació en Ghana y lleva unos meses en Sevilla Raúl Doblado

« La convivencia interreligiosa que tenemos aquí es muy constructiva y enriquecedora para todos nosotros. A ellos les ayuda a madurar como persona y los prepara para enfrentarse a un mundo complejo e intercultural como el que les espera ahí fuera », dice Núñez. Aunque haya quienes se dedican a levantar muros, estos cuatro salesianos prefieren tender puentes.

Miguel Angel Nuin , sacerdote y profesor jubilado, cuenta que «aquí somos una familia y cada uno es un miembro más. Los acompañamos y les ayudamos a formarse sin caer en el paternalismo . Ellos saben que nos importan mucho pero queremos que actúen con responsabilidad para que puedan independizarse en cuanto se den las condiciones». Y añade: «A veces, cuando nos ven tristes a alguno de nosotros, cosa que tampoco es tan rara, nos preguntan y se preocupan por nosotros. Dicen que si nos ven tristes, ellos también se entristecen».

Es la primera oportunidad para todos estos chicos de labrarse un futuro y la mayoría, aunque hable con frecuencia con sus familias (los que las tienen y pueden hacerlo) no se plantea regresar a sus casas ni de visita . «Han pasado mucho para llegar hasta aquí y tienen miedo a lo que se pueden encontrar si vuelven», comenta Pepe Núñez.

Sin subvenciones públicas

«Hay meses que nos cuesta llegar al día 31 con todos los gastos, pero de una u otra forma lo logramos », confiesa este salesiano, «alma mater» del por el que abandonó Italia. Lo normal es que «los chicos», como él los llama, estén aquí dos años y que salgan con una profesión aprendida ( comercio, auxiliar sanitario, cocinero, camarero, mecánico de automoción y electricista son algunas de las elegidas ) y sabiendo bien español, que también se les enseña aquí.

Lo siguiente es integrarse en el mercado laboral y lo logran casi siempre porque las empresas en las que hacen prácticas laborales suelen ofrecerles un contrato cuando acaban su periodo de formación. « Son muy trabajadores y responsables y los empresarios los quieren . Saben que la vida les ha dado una nueva oportunidad y no van a desaprovecharla; nosotros les ayudamos no sólo con la formación profesional -dice-, sino también con desarrollo personal y la enseñanza de valores como la libertad, la responsabilidad, el cuidado de uno mismo , la voluntad de crecer, el compañerismo y la solidaridad».

Tienen horarios y normas, pero no muchas. «Cuantas menos normas pongamos, mejor, porque la educación en valores es la de la propia responsabilidad. Comemos y cenamos juntos, nos organizamos las tareas domésticas por turnos y por la tarde hay dos horas de estudio tras las cuales tienen tiempo libre», cuenta. Cada uno tiene su llave y no tienen hora de llegada a la casa, a pesar de lo cual nunca han tenido un problema grave ninguna noche. Unos se ayudan a otros: Achraf a Soumalia con la gramática española y éste a Yassine con las matemáticas. Dice que quiere ser electricista, casarse y tener hijos.

La Fundación Cruzcampo beca a algunos de ellos y les ayuda a encontrar trabajo, como hacen también con los inmigrantes acogidos al «Proyecto Nazaret» que auspicia Cáritas. Persán también ha dado becas y trabajo a muchos de los jóvenes acogidos. Uno de ellos, que llegó aquí hace cinco años, se ha casado hace poco y otro acaba de firmar una hipoteca.

Unos se ayudan a otros con las distintas asignaturas. «Los cristianos son muy buenos con nosotros y todos respetamos nuestras creencias», dice Avinho, un musulmán que tuvo que huir de la guerra en Liberia

Juan José Zuluaga , un colombiano evangélico de 23 años que llegó a España huyendo de las FARC y de la guerra civil que se llevó por delante a casi todos sus familiares, es el primer chico acogido por estos cuatro salesianos que logró llegar a la Universidad y graduarse. Perdió a su madre con 13 años por culpa de un cáncer y estos cuatro salesianos se convirtieron desde entonces en su única familia, junto con sus compañeros de cuarto. Ahora ha terminado la carrera de Trabajo Social y está ayudando a los chicos nuevos a integrarse. Sabe muy bien por lo que están pasando en este periodo de adaptación porque estuvo en su lugar no hace mucho.

Por extraño que pueda resultar, todos los chicos acogidos en esta comunidad han tenido muchos menos problemas para conseguir un contrato de trabajo que uno de arrendamiento. «Las empresas suelen ser bastante receptivas, en general, y nos están ayudando bastante. Hay chicos que acogimos hace cuatro o cinco años y que llevan trabajando varios años de forma muy satisfactoria y ellos también nos ayudan, no sólo con su ejemplo, sino con contactos en su sector», cuenta Núñez, que añade: «Sin embargo, nadie les quiere alquilar un piso. Hay una gran desconfianza y muchas negativas, aunque cuenten con un contrato de trabajo, lo cual les resulta muy humillante. A veces hemos tenido que avalarlos nosotros porque de otra forma no conseguirían independizarse y vivir de forma autónoma, que es la aspiración de ellos y de nosotros, como la de cualquier familia con hijos».

Esta «familia» que lleva el nombre de Bartolomé Blanco cuenta actualmente con diecisiete miembros (forman parte de ella cuatro educadores) aunque podría ampliarse en cualquier momento si surgiera una emergencia. De lo que tratan estos cuatro salesianos y la Fundación Don Bosco es que ningún inmigrante que sea expulsado de un centro de menores al cumplir los 18 años se quede tirado en la calle sin saber qué hacer.

La comuidad Bartolomé Blanco , que no recibe subvenciones públicas y acepta donaciones y becas para esos chicos que contribuyan a su mantenimiento. El gasto estimado de cada chico es de unos 500 euros al mes y la cuenta con la que se abonan sus gastos es ES 14 2100 2542 6902 1004 2266.

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