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Misterios de Sevilla

De cómo Rodrigo Díaz de Vivar se ganó en Sevilla el apelativo de «El Cid»

El caballero luchó por el rey Al-Mutamid para frenar la toma de las tierras de Cabra

Monumento de El Cid en Sevilla Raúl Doblado

Jose Manuel García Bautista

Pocos conocen la historia del paso de Rodrigo Díaz de Vivar por Sevilla y de cómo se ganó en la ciudad hispalense el apelativo de «El Cid».

En tiempos de Almotamid, amigo de Alfonso VI de Castilla, se pagaban unos impuestos a cambio de la protección de las tropas cristianas a las fronteras sevillanas, las llamadas parias.

Hacia el año 1082, al caballero se le encargó marchar a Sevilla con cien lanceros debidos al cobro de las parias de ese año. Rodrigo estuvo en Sevilla como huésped de Almotamid y el trato que se le dispensó por los musulmanes fue excelente. Pero algo vino a turbar tan idílico momento. El rey de Granada, junto a un ejército musulmán y caballeros cristianos de Aragón, había penetrado en territorio del rey Almotamid causando innumerables destrozos.

Almotamid fue al palacio de la Barqueta y reclamó lo justo: la defensa por parte de las tropas cristianas representadas por Rodrigo ante aquellos enemigos en virtud de su acuerdo.

Rodrigo comprendió que era justa la causa y emprendió el encuentro de los enemigos con sus cien lanceros. Antes de entrar en combate pidió una embajada en la que solicitó la retirada de aquellas tropas invasoras. F rente a él había mil aragoneses y cinco mil musulmanes de Murcia y Granada. Ante la petición del joven de Vivar todos rieron y se mofaron. Rodrigo contestó: «Yo juro que sin que me crezcan las barbas, he de arrancar las suyas a ese conde de Barcelona».

Entró en el fragor de la batalla y, usando la estrategia de la «tornada castellana» (atacar de frente de forma ágil por una haz del enemigo para retroceder rápidamente y por la espalda volver a atacar), puso en retirada a las huestes enemigas; antes que los cristianos invasores pudieran preverlo irrumpió frente a ellos y propinó un tirón de la barba al conde de Barcelona arrancándole un mechón de la misma (que guardaría en un saquito como recuerdo de aquella contienda).

Hechos prisioneros musulmanes y cristianos, entre ellos los condes de Barcelona, Aragón y Navarra, quedó qué hacer con ellos. A los musulmanes los entregaría a la justicia de Almotamid, a los cristianos les hizo prometer que jamás se levantarían en armas contra Castilla ni sus aliados.

Así, desde Cabra, organizó su marcha triunfal a Sevilla donde entró por la Puerta de Córdoba en dirección al Alcázar mientras el pueblo, feliz, lo jaleaba al grito de « Sidi Rodrigo, Sidi Rodrigo » que era igual que decir «Señor Rodrigo, Señor Rodrigo» en árabe. Así, Rodrigo Díaz de Vivar comenzó a llamarse «El Cid Campeador».

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