Reloj de arena

Carmen Florido: La aventura americana

En la otra orilla del mundo le esperaban risas, aplausos y éxitos. Se convitió en la voz de España en America

Carmen Florido con la llamada Reina del technicolor, Mauren O´Hara, famosa actriz de Hollywood que frecuentaba, junto a otros famosos de la pantalla, el tablao flamenco de la trianera en México DF. Archivo Pepe Camacho

Sobrevivió a un terremoto brutal en México, a la entrada de los barbudos de Sierra Maestra en La Habana y a la violentísima explosión de un camión de dinamita en Cali, Colombia. Carmen, de haberla conocido García Márquez, bien pudo pasar por Cien años de Soledad como un ángel inmortal disfrazado de canzonetista y rapsoda. Tenía baraka, haché, suerte rebosando por las puntas de una brillante estrella . Nació en Triana, en el 111 de la calle Castilla, en un corralón de los de hierbabuena sembradas en latas y tendederos de ropas mil veces zurcidas, pared con pared con la casa de Belmonte. En su estrella no había mancha negra de zarzamora. Y un rayo de luna buena alumbró su cuna acariciándole el pie para que anduviera segura y firme por la vida. Nació bajo un techo sobrado de lo que faltaba. Y faltaba lo que nunca había sobrado.

Nadie pudo imaginar que, con los años, iba a convertirse en la embajadora de España en Hispanoamérica , solo con las credenciales diplomáticas de su voz para cantar y recitar. Hubo un hombre que decían que le susurraba a los caballos. Carmen volcó en el corazón de la América hispana el dulce acento de la copla española y su bonito recitar de poemas capaces de abrir en dos la enorme cordillera andina. Cantaba y recitaba para embobar a los dragones, dando buena cuenta de su talento desde muy pequeña.

«Más de cuarenta años pasó en América abriendo un tablao en México DF que era el rompeolas de los afamados artistas de Hollywood»

Con tan solo 14 años, armó un taco muy gordo en el teatro Cervantes donde fue invitada a cantar por Lola Flores y Manolo Caracol. Columbia se fijó en la niña. Y le grabó su primer disco. Luego todo fue un no parar por teatros y compañías actuando con Juanito Valderrama, Pepe Pinto, Pastora Pavón, La Niña los Peines, Pepe Marchena… En la otra orilla del mundo le esperaban risas, aplausos y éxitos. Se convirtió en la voz de España en una América que acogió a muchos exiliados y a no menos españoles que fueron a poner su granito de arena en el bienestar de Venezuela, en Colombia, en México o en Cuba.

«Vió la luz en un corral de vecinos de la calle Castilla, pared con pared con la casa de Belmonte. En su estrella no había mancha negra de zarzamora»

En 1949, Carmen deja España y no vuelve ya hasta la década de los noventas, con ese acento indiano con sabor a melaza y a guanábano, sin que en el largo trayecto se le perdiera el ceceo de la calle Castilla. Criolla, indiana, artista de ida y vuelta, se casó en La Habana con un español de Murcia, un poderoso empresario y rapsoda, Mario Gabarrón , con quien recorre todo el continente como si fueran émulos de los expedicionarios de Eldorado. Un buen día, quizás sobrados de caminos y faltos de un cuartel general fijo, el matrimonio decidió México DF como el mejor de los sitios posibles para afincarse. Abrieron un tablao al que llamaron, «Gitanerías. Sevilla en México» que, bien mirado, parece el título de una película de María Félix.

«A los catorce años armó el taco actuando en el teatro Cervantes cantando en un homenaje a Lola Flores y Caracol»

Aquello se convirtió en un rompeolas de españoles, exiliados o no, de artistas de Hollywood y de aficionados al flamenco que con tanto compás se dispensaba. Al tablao no le faltaron ni la picardía chicana de Anthony Queen ni los atractivos personalismos de Katty Jurado, Cantinflas y la ya recordada María Félix . Todos ellos invitaban a sus amigos de más arriba de El Paso. O incluso los mandaban a recoger en Hollywood en avioneta privada para que no se perdieran las noches del Guadalquivir en la capital de las lagunas de los lotos flotantes.

Dicen que la esposa del Sha de Persia, Soraya, aquella princesa de los ojos tristes, lloraba cuando la oía cantar o recitar. Todo esto se lo sabe muy bien Pepe Camacho. Cuando España aún no tenía relaciones diplomáticas con México, Carmen Florido ejercía de embajadora de las dos España en su tablao de papas aliñá y guacamoles. Allí no entraban ni el rencor, ni las cuentas pendientes. Al tablao se iba a vivir, a bailar, a sentir y a gozar. Y, en todo caso, a suspirar por España, tan lejos y tan inalcanzable para algunos.

Ella fue la primera embajadora que tuvo nuestra nación cuando tantas puertas se les cerraron. En cambio, su prestigio profesional y personal, abrió las más altas y bien guardadas del continente. Fue invitada personalmente por muchos presidentes de las repúblicas hispanoamericanas para actuar en sus residencias. Curiosamente, a Fulgencio Batista, con el que no había coincidido en La Habana, le cantó en su exilio costarriqueño. El presidente de México, López Portillo , la llamaba con frecuencia para que le llenara su magnífica mansión con los ayes dulces del Guadalquivir de las estrellas. No renuncio a creer que, alguna vez, viendo la Cruz del Sur, se arrancara por saetas para cantarle a su Cachorro invocando en un ay toda la piel de América, como cantara la Negra…

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