Reloj de arena...

Andrés Herrera Ruiz: Un pájaro de altos vuelos

Cuenta Keith Richards en su autobiografía «Vida» que, estando en los estudios de Chess Record, vio a un tipo negro con un mono de trabajo, pintando el techo.

Andrés Herrera Ruiz ABC

Félix Machuca

Le caía un hilillo de pintura sobre su rostro Y al parecer no entraba fuera de lo habitual que también llevara los amplificadores del coche al estudio. Y fijándose en ese detalle reconoció que el pintor de brocha gorda y porteador de «amplis» era, ni más ni menos, Muddy Watters , una estrella del quejío negro considerado el padre del Chicago blues. A raíz de aquella visión, tan obscena para un grandísimo músico, Keith firmó una certera intuición: «Lo más raro de conocer a tus héroes y tus ídolos es que la mayoría son personas extremadamente humildes y estimulantes». Pive Amador , descubridor de Andrés Herrera , sostiene que la base donde se asienta la enorme categoría musical del Pájaro es, precisamente, en eso. En su sencillez. En su humildad. Y en sus ganas de aprender. Tenía todo eso para ser uno de los elegidos y llegar a convertirse, con el paso del tiempo, en la flor de Sacramento. Hoy pasa por ser uno de los mejores guitarristas locales y nacionales, junto con Manolito Imán y Raimundo Amador . Si me permiten una boutade os la digo: Eric Clapton a su lado hubiera mejorado muchísimo…

Su primera guitarra, siendo un chinorri, era de Avecrem. De los puntos de Avecrem que reunió su madre y la canjeó por el instrumento. En su casa se la vetaron y se buscaba la vida para aprender los acordes viendo a sus hermanas manejarla. Un día, en una fiesta, tras tocar sus hermanas, pidió la guitarra y se marcó un «Cucurrucucú Paloma» que lo descubrió en su propia casa como el genio que era. A partir de ahí, El Pájaro comenzó a volar sobre sus sueños, que no eran otros que convertirse en un gran guitarrista. La primera eléctrica que tuvo en sus manos se la regaló su madre, a base de sudor, trabajo y esfuerzo, porque no estaban los tiempos para mucho rumbo y el salario base era un insulto. Para colmo faltaba su padre, aquel que le enseñó, viendo san Benito, lo grande que era la Semana Santa, al verle llorar como un solitario al paso de lo más grande de la Calzá. No fue inusual que su padre, en los momentos de calidez y complicidad familiar, en alguna ocasión le pidiera al Pájaro: ¡niño, silba Corpus Christi y tócala en la guitarra! La primera guitarra de Andrés fue de Avecrem. Y la primera eléctrica no tenía amplificador. Demasiado caro incluso para el amor sin barrera de una madre ya sin su marido en el mundo.

Pero el Pájaro la hizo cantar. Se iba al cuarto de baño, apoyaba el mástil en el alicatado y aquello sonaba divinamente. La primera vez que tocó con amplificador fue en su grupo seminal, Serva la Bari, una banda de San Juan de Aznalfarache con un equipo medio decente. En esa época ya destaca como una jovencísima promesa. La que descubrió Pive y se lo llevó para formar Brigada Ligera. Allí Andrés entró a tratarse con la crema roquera sevillana: Silvio, Kiko Veneno, Raimundo Amador . Y se hizo profesional. Gracias a su persistencia, humildad y ganas de aprender. Da la impresión de que Keith Richards llevaba razón y todas las estrellas están cosidas al cielo de su talento por el mismo hilo. Junto con Silvio y Pibe , que compartían el plumero semansantero, Andrés es la tercera pata del marianismo roquero local. En una madrugá en Triana se pegó a la banda del Tres Caídas y un solo de trompeta lo desbarató, le hizo trizas el alma. Tanto le conmovió que asegura que aquello le indicó por dónde tenía que ir su música. Llegó a su casa, se puso a silbarla y a tocarla en la guitarra. Allí nació Santa Leone, a su juicio la mejor fusión de rock y música semanasantera que ha hecho. En una noche del otro siglo, con la primavera marineando por los naranjos de la Alfalfa para encender de blanco el azahar, coincidimos en el bar Kika. Lágrimitas de pollo en la barra y Andrés con la guitarra en encuentro de cabales. Alguien le pidió que tocara Encarnación de la Calzá. Y la hizo swing, blues y rock para regalarnos una noche que jamás encontramos en el fondo de ninguna botella. Su fama le precedía y llegó a tocar en grupos como Dulce Venganza, Los Chanclas, Flotadores y Mistolobo . Una nube personal lo llevó al hipódromo y El Pájaro comenzó a perder el mejor color de su plumaje. Fue una etapa personal dura y severa de la que lo sacó la Expo, donde trabajó para la banda de los Comediants . Reunió tanta plata que salió del boquete donde estaba y voló lejos para buscarse y encontrarse. Y fue a parar a EE.UU. Allí, un millonetis, que lo escuchó justo al lado del bareto que tenía en su casa en San Diego, se lo llevó a una fiesta para que tocase. Le quiso pagar y Andrés le dijo: «si me llevas a tu fiesta es porque soy tu amigo. Y los amigos no le cobran a los amigos». Dos noches fuera de casa para regresar a la suya en una limousine que medía una milla tras avisar previamente a su chica de que se asomara a la ventana y le hiciera una fotografía al momento. Era la flor de Sacramento, esa especie única que Keits Richards vio en tipos como Muddy Watters porque no conocía al Pajaro…

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