Tribuna

Primera vuelta al mundo: Agotamiento extremo

Ignacio Fernández Vidal narra en este capítulo que los tripulantes, para salvar sus vidas, no tenían otra alternativa que establecerse en desconocidas tierras, sin saber cómo serían recibidos

Mapa de Isla Palawán, entre los mares del Sur de China y Sulu ABC

Ignacio Fernández Vial

Corría la primavera de 1521. Los dos barcos que quedan de la Armada de la Especiería, salen de la isla filipina de Cagayán Sulu y «siguiendo el mismo rumbo, Oestesuroeste, llegamos a otra mayor, Palawán , que encontramos bien provista de toda clase de víveres, lo que fue una fortuna para nosotros, porque estábamos tan hambrientos y tan mal aprovisionados que estuvimos muchas veces a punto de abandonar los navíos y establecernos en cualquier tierra para terminar en ella nuestras vidas».

Pigafetta nos dice muy claro en qué estado tan lamentable se encontraban los tripulantes de las naos Trinidad y Victoria. El agotamiento acumulado por las largas travesías y la dureza de las maniobras —no les daban descanso—, la falta casi total de alimentos —apenas unas cucharadas de arroz—, la proliferación de piojos y pulgas que hacían casi insoportable la vida a bordo, el escorbuto haciendo estragos, faltos de un mínimo de higiene, y sin espacio alguno que les permitiera relajarse.

Todo ello les incita a pensar que p ara salvar sus vidas no tenían otra alternativa que establecerse en tierras desconocidas , aun sin saber cómo serían recibidos por sus moradores, pero lo que sí tenían claro es que en ellas terminarían sus vidas. Pasajes tan extremadamente duros nos ayudarán a valorar, en toda su dimensión, la incalculable valía de este grupo de hombres.

Cuenta el piloto Genovés que «fueron un día a tierra con los bateles equipados a buscar mantenimiento , que ya en la nave no quedaba sino para ocho días. Al llegar a tierra, la gente de la isla no les permitió desembarcar, tirándoles con flecha de cañas tostadas, de manera que debieron de regresar a las naos».

Estaban desfallecidos , pero tan escasos de fuerzas que se vieron incapaces de hacerle frente a los naturales de estas tierras. Esto debió de ocurrir en la magnífica bahía Puerto Princesa, con latitud 9º 40’ N.

«En vista de esto, acordaron dirigirse a otra donde habían entablado algunas pláticas, por si acaso pudieran obtener mantenimientos. Soplóles entonces un viento contrario y hallándose a una legua del lugar a donde querían ir, surgió esta tierra que se llama Dyguacam y que está en nueve grados».

Por fin, la suerte, que tan esquiva les había sido en múltiples ocasiones, les echa una mano. A sotavento de la isla Rasa , muy cerca de sus playas, habitaba un grupo de indígenas que les hacen señas para que fueran hacia ellos. Una duda les asalta. Sería sincera la amistad que le ofrecían con sus gestos o por el contrario era toda una celada con la que pretendían matarles.

Por fin, la suerte, que tan esquiva les había sido en múltiples ocasiones, les echa una mano

«Recelándose de bajar a tierra dijo un hombre de armas, que se llamaba Juan Campos, que le dejasen desembarcar puesto que en las naves no había mantenimiento y que podría ser que encontrase alguna manera de procurárselos, y que si le matasen, que en ello no perdían gran cosa y que Dios se compadecería de su alma , y que en caso de que hallasen bastimentos y no le matasen, que encontraría medios de que se enviasen a las naves, lo que así tuvieron por bien».

Este valeroso soldad, no puede ser sino el Juan de Campos, natural de Alcalá de Henares, que partió de Sevilla enrolado en la nao Concepción como despensero y, que al desaparecer su nave, pasó a ocupar el puesto de sobresaliente en la Trinidad.

«Y fue a la dicha tierra, y tan pronto como allá llegó, apresáronle los de tierra y le internaron cosa de una legua, y estando allí todo el mundo iba a verle, y le daban de comer, haciéndole muy buena compañía, mayormente cuando vieron que comía carne de puerco, porque en esta isla trataban con los moros de Borneo . Viendo el cristiano que de aquella gente era favorecido y bien tratado, dióle a entender por señas que llevasen mantenimientos a bordo, que les serían muy bien pagados… Y en la tierra no los había, a no ser arroz. Tomaron del arroz y al dicho cristiano y vinieron a las naves donde honrándole mucho, recibieron el arroz y lo pagaron».

Continúa el cronista contando que una vez que se había acabado el trueque llegaron otras naves de un poblado cercano, diciéndoles que fuesen a sus tierras, asegurándoles que ellos tenían algo más que arroz. Carballo hizo levar anclas para dirigirse hacia donde habitaban estos nuevos visitantes, probablemente en Bahía Islas. Una vez allí, se presentaron ante su rey, que concertó alianza y amistad con los españoles e inmediatamente cerraron un acuerdo por el que les suministraría todo el arroz que necesitaran.

Pero no solamente compran arroz. « Nos proporcionó cerdos, cabras, pollos, gallinas, bananas de muchas clases, algunas de un codo de largo y gruesas como el brazo, otras de un palmo de largo, y otras más pequeñas, que eran las mejores . Hay también nueces de coco, cañas de azúcar y raíces parecidas a los nabos… en una palabra, fue para nosotros esta isla una tierra de promisión». Qué felices se verían los españoles cuando vieron que sus bodegas se iban llenado de víveres. Una vez surtidos alcanzan un pueblo llamado Dyguacam , establecido en la desembocadura del río Tuba.

Mientras todo esto sucede, los castellanos presencian en este lugar, por primera vez, una pelea de gallos. Aún hoy día es el espectáculo preferido por la inmensa mayoría de las aldeas y pueblos de Filipinas.

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