Reloj de arena

Paco Lola: la albahaca del corral

Aquel niño pasó de los corrales sin duchas a los palacios, llevando la albahaca en lata de su infancia por el mundo

Paco Lola junto a un juvenil Príncipe de Asturias en una fiesta organizada por Jaime Urquijo ABC

Félix Machuca

Su padre trabajaba en el río, su madre calentaba los pucheros, él tenía dos pantalones para vestirse y en el corral de los Fideos donde vivía, en la calle Castilla, había un retrete para toda la comunidad. Las duchas estaban por inventarse en aquel universo vecinal de lebrillos comunes y macetas de albahaca en latas de manteca. Era la Sevilla de la humedad y los caliches. De las fatiguitas y la necesidad. De los veranos en el río y de los inviernos en la camilla de cisco picón y alhucema. Pese a tiempos tan desinflados, Paco Lola , no tiene un recuerdo de angustia de una infancia en la que, como Huckleberry Finn con el Misisipi, se hizo amigo del río y lo disfrutaba en la barquita que tenía su padre para cruzarlo. Quién le iba a decir a aquel chiquillo despierto y callejero que, tanto tiempo después, ese mismo Guadalquivir iba a llevarlo a la Caridad del Baratillo para dedicarle una de las marchas más bellas del mundo cofrade.

Paco Lola, Paco el de la Lola, era feliz. En verano esperando a los mangueros para remojarse, como los niños de los barrios neoyorquinos con las bocas de riego, con el agua que le requerían al grito «manguero, agua quiero». Y en invierno colocando latillas de refrescos en las vías del tranvía. Para que una vez aplastadas pincharlas en un palo y fabricarse el chin-chin campanillero con el que conquistaban Sevilla. Para ganarse un dinerito y comprarle a su tío Nino, en el bar de Castilla, un plato de ensaladilla con muchas papas y algún bigote de gamba por siete pesetas.

Aquel niño que se tangaba como deportista para ducharse en los vestuarios de Chapina, que no necesitaba mucho armario para la ropa que lo vestía, que en la plaza de la Maestranza vendía viseras para el sol, que fue con los años socorrista y albañil, pasó de los corrales a los palacios, de los cuartos de paredes desnudas y semiabrigados con un almanaque del Corazón de Jesús a los casoplones de los banqueros, de los Abelló, de los Conde, de los Urquijo, donde un Picasso no pintaba tanto como la presencia de un Paco Lola roneante y pollo pera, al que Richard Gere le calca su postura. Llevó la Albahaca de las macetas de lata de su corral por el mundo, con Pepe Vela, Sabino Loma y Miguel Maguecín para advertirnos que pasa la vida, pasa el cariño, pasa la gloria y pasan los años.

Pero a Paco Lola le quedaba una vida por delante para sacar a bailar rumbas a Lady Di , para cantar en las puestas de largo de las Infantas, para pegarse un bailecito en el Regine de Nueva York con Raquel Welch, Alain Delon y Philippe Junot . Y para tirarse al suelo en Santiago de Chile con las cosas de Sabino Loma . Habían ido acompañando a Pepe Barroso que abría allá un Don Algodón. Comieron con Pinochet . Y Sabino cayó en la mesa del dictador. Que no sabía hacer otra cosa que reírse. ¿De qué se reía con lo serio y malaje que era el del sable? De las cosas de Sabino que no paraba de decirle: hay que ver lo bien que se ha colocado usted, qué trabajo más bueno tiene…

Paco Lola es muy singular. Se mosquea cuando los colegas piden raciones de croquetas porque dice que solo le toca una; se rebrinca cuando los del chat Los Pelucones le ponen falta a sus papas con chocos y sopas de tomate que les envía, diariamente por guasá, a las 13.30 para que englorien sus manos de chef; y se pone estupendo cuando un camarero tiene la ocurrencia de ponerle la manzanilla caliente: «Échele usted unos fideítos, por favor», responde a semejante canallada. Un día, en el Rocío, lo invitaron a él y a su cuadrilla a tomarse las mejores gambas del mundo. Tan blancas como las patitas de Iniesta. Llevaban hasta cremallera, recuerda Paco. Con parsimonia las peló, las saboreó, las degustó y cuando quisieron saber qué le parecían dijo con guasa del corral de los Fideos: «Demasiado frescas…»

Helado se quedó cuando en el velatorio de un familiar cercano contó un hecho real. Un chico al que le gustaban mucho las peladillas, se atragantó con una y lo llevaron a Urgencias. El chaval, con una marea de menos, estuvo en la UCI. Lo dieron por muerto. Pero se despertó del coma y dijo: «¡El Lobo, que buen turrón!» Actor, autor, compositor y cantante, Paco Lola, como la albahaca del corral de los Fideos, perfuma lo que ha vivido con una forma de contar entre el queo y el Actors Studio. Te dibuja un Rocío completo para decirte, por ejemplo, que Pepín Cabrales , palmero de Lola Flores y amigo íntimo de José María García , vio pasado de peso a Diego Pantoja y le dijo: te vas a tener que hacer el nudo de la corbata en la frente. Su vida no cabe en una hoja. Quizás en la Enciclopedia Británica…

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