El ceremonial cortesano de Luis XIV, el rey Sol
Arte y demás historias

El ceremonial cortesano de Luis XIV, el rey Sol

La corte de Luis XIV era esplendorosa, un escaparate de buen gusto y elegancia para irradiar a toda Europa

Bárbara Rosillo
Bárbara Rosillo
Pintura de Luis XIV, conocido como el rey Sol
Pintura de Luis XIV, conocido como el rey Sol

A lo largo de la segunda mitad del siglo XVII Francia se convirtió en el principal centro creador y emisor de la moda europea

La serie de televisiónVersalles ha popularizado a Luis XIV, su familia, amantes, gustos, iniciativas y excentricidades poniendo de manifiesto el enorme atractivo del personaje y de la corte francesa. Su reinado (1643-1715) trajo consigo una profunda transformación en la sociedad, ya que se crearon nuevas costumbres y espacios de sociabilidad que paulatinamente llegaron a otros países europeos. Los galos se convirtieron en árbitros de la educación y la etiqueta, escenificada, por poner un ejemplo, en los modales que se debían seguir en la mesa con el uso del cuchillo y el tenedor. Este último, considerado un signo de enorme sofisticación, fue introducido en la corte por Catalina de Medicis, tras su matrimonio con el duque de Orleans en 1533.

Gian Lorenzo Bernini. Busto de Luis XIV. Salón de Diana. Palacio de Versalles
Gian Lorenzo Bernini. Busto de Luis XIV. Salón de Diana. Palacio de VersallesWikimedia Commons

A lo largo de la segunda mitad del siglo XVII Francia se convirtió en el principal centro creador y emisor de la moda europea. Los complejos códigos cortesanos destacaron la importancia de la indumentaria y, consecuentemente, el sentido del vestir se vio modificado creándose una serie de nuevos modelos y prendas que tendrían una enorme repercusión y que fueron imitadas por toda la alta sociedad europea. Se requirió un código diferente en la vestimenta según fuera la situación, el ceremonial y las continuas fiestas que empujaron a la nobleza cortesana a notables desembolsos que, por lo visto, eran absolutamente necesarios para permanecer en Versalles.

Pierre Gobert. María Adelaida de Saboya, duquesa de Borgoña. 1704. Palacio de Versalles
Pierre Gobert. María Adelaida de Saboya, duquesa de Borgoña. 1704. Palacio de VersallesWikimedia Commons

El complejo palaciego fue erigido entre 1660 y 1680, convirtiéndose en la residencia de la familia real, la corte y una multitud de servidores. La corte de Luis XIV era esplendorosa, un escaparate de buen gusto y elegancia para irradiar a toda Europa. La vida cotidiana de la familia real estaba absolutamente programada. Era como una gran obra de teatro en la que el rey representaba el papel principal. Estamos ante un hombre con un alto sentido de su misión, de la historia y muy consciente de su papel y del lugar que debía ocupar Francia en la esfera internacional.

Galería de los Espejos. Palacio de Versalles
Galería de los Espejos. Palacio de VersallesWikimedia Commons

La aristocracia pretendía permanecer dentro de los círculos más altos, ya que la proximidad física al monarca podía constituir una gran ventaja. Toda la jornada estaba regulada y planificada, siguiendo una estructura férrea que se prolongó durante los reinados de sus sucesores, Luis XV y Luis XVI, aunque ellos tenían otra personalidad y prefirieron una mayor intimidad en su vida privada. En este sentido debemos recalcar que algunas de las actividades del ceremonial cortesano estaban directamente relacionadas con la indumentaria. De hecho, presenciar el acto de levantarse del rey de Francia constituía un gran privilegio. Dicho ritual tenía un complicado proceso.

Cámara del rey. Palacio de Versalles
Cámara del rey. Palacio de VersallesWikimedia Commons

Una vez se levantaba, el rey se calzaba las zapatillas mientras el gran chambelán le ponía el traje de cámara, es decir, una bata. Este primer acto se conocía como «Petit lever». Después de desayunar, y una vez que habían accedido a la cámara varias dignidades, se procedía a su vestido. El «Grand lever» era una ceremonia presenciada por los más altos caballeros en la que se seguía un complejo ceremonial en el que nada se dejaba al azar. El proceso del vestido comenzaba con la colocación de la camisa, calentada previamente, que un criado entregaba al primer gentilhombre de cámara, que a su vez se la daba al caballero destinado a la merced de presentársela. Asistido por un auténtico arsenal de lacayos y maestres, se procedía a su vestido. Al final del proceso Luis XIV elegía la corbata y el pañuelo. Y por último se le ofrecían los guantes, el sombrero y el bastón. Una vez concluido todo el proceso rezaba una oración al lado de su lecho y daba comienzo a su jornada laboral. El acto de acostarse («coucher») también estaba reglamentado, pero era más sencillo y rápido, en el que un alto caballero le presentaba la camisa de dormir.

Charles Lebrun (atribuido a). Luis XIV. Hacia 1661-1662. Palacio de Versalles
Charles Lebrun (atribuido a). Luis XIV. Hacia 1661-1662. Palacio de VersallesWikimedia Commons

En Monarquía absoluta y absolutismo en Francia. El reinado de Luis XIV revisitado, Joel Cornette afirma: «El Rey aparecía como el punto de origen de todo: a imagen de la estructura del palacio de Versalles, cuyo centro exacto es la cámara real, Luis XIV, rodeado de su corte se erigía más que nunca como arquetipo y encarnación del absolutismo triunfante. En torno al monarca en majestad, se distinguía un primer círculo de poder: el de los ministros y los consejos, la administración central […] Versalles se erigía, naturalmente, en síntesis, y al mismo tiempo en "monarquía administrativa", auténtico templo del Rey Sol, cuyo gobierno personal constituía una forma de perfección monárquica. Una perfección que culminaba con la reducción a la obediencia de una nobleza domesticada, sumisa al oneroso ritual de un rey de gloria autoritario e impetuoso, dispensador de favores y pensiones».

Hyacinthe Rigaud. Retrato de Luis XIV. 1701. Museo del Louvre. París
Hyacinthe Rigaud. Retrato de Luis XIV. 1701. Museo del Louvre. ParísWikimedia Commons

Luis XIV estaba convencido del origen divino de su poder, algo que todos reconocían o no se atrevían a negar. Desde su infancia se le había repetido que era casi un dios, una «divinidad visible», un hombre diferente a los demás, porque era rey «por gracia de Dios» y solo ante Dios debía rendir cuentas. Luis XIV poseía las condiciones necesarias que le hicieron capaz de tan colosal tarea en un momento en que la sociedad estaba preparada para el absolutismo monárquico: era fuerte, equilibrado, trabajador incansable, reflexivo, dueño de sí mismo y consciente de sus responsabilidades como gobernante, lo que llamaba «el oficio de ser rey». Para él, gobernar era un trabajo que requería una plena dedicación. Ahí es nada.

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