Editorial

Juan Pablo II ya es beato

El acto significa el reconocimiento de la talla histórica de un gran líder del siglo XX

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La beatificación, infrecuentemente rápida, de Juan Pablo II, gigantesco conductor de la Iglesia Católica entre octubre de 1976 y su muerte, el 5 de abril de 2005, ha sido, con independencia de su significación trascendente para los creyentes, el reconocimiento de la talla histórica de uno de los grandes líderes del siglo XX, promotor y partícipe de los grandes cambios acaecidos en las últimas décadas. El polaco Karol Wojtyla fue un personaje de gran potencia intelectual y de extraordinario coraje físico, por lo que no tienen mucho sentido las tópicas simplificaciones que han pretendido enmarcar su figura y su memoria. Probablemente el análisis más certero de su envergadura es el que le reconoce el mérito de haber cambiado la percepción del catolicismo en el mundo, elevándolo de la categoría de una religión tradicional a una cultura global. En cierto sentido, Juan Pablo II, con una ingente tarea pastoral a sus espaldas -realizó 104 viajes al extranjero, publicó 14 encíclicas, consagró 1.300 beatos y casi 500 santos-, fue un precursor impetuoso de la globalización, lo que le proporcionó gran ascendiente internacional; prueba de ello es que si a su llegada había 70 embajadores acreditados ante la Santa Sede, a su muerte había 178. Juan Pablo II llegó por sorpresa al trono de San Pedro, y desde el primer momento mostró su hiperactividad y su apasionado proselitismo universal, con el que trató de reanimar a una Iglesia en decadencia después del concilio Vaticano II, que había tenido un cierto efecto desmoralizador sobre los sectores más vehementes del catolicismo. Fue un personaje en varios sentidos paradójico que se mostró como un apasionado defensor de la paz y del diálogo intercultural así como de la apertura de la Iglesia a Asia y a África, pero que también, sensu contrario, frenó el 'aggiornamento' racionalista que el Vaticano II había iniciado e impulsó una clara involución en el terreno moral. De cualquier modo, su legado más importante ha sido su contribución a la caída de los regímenes comunistas del Este de Europa.