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Selva en la ciudad

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El que desde hace tiempo es llamado pequeño comercio cumple una función análoga a la del suelo fértil: las tiendas fijan la vida en la ciudad. Y forman parte de una red de estaciones transmisoras y repetidoras, como abejas y polen al mismo tiempo. En unos minutos todos pueden hablar con todos los que concurren en el local y ponerse al día. El cliente se da a conocer -si es nuevo- o es reconocido, se conecta y, a poco que hable una palabra más de lo que le llevó a entrar, o escuche, saldrá con algo prendido en el anzuelo.

Son mujeres la mayoría de quienes trabajan en un comercio, como dependientas o propietarias. La ruina sine die que vive España coloca a las tenderas en la puerta, convirtiéndolas en faros de su negocio. Y como si todas se hubiesen quedado sin cobertura, hablan y cada una pasa y recibe la señal de la tendera de enfrente, asomada a la puerta igual que su vecina, para que pase el mensaje de óptica a farmacia, de enoteca a outlet, de panadería a estanco. Las que parecen sólo estar charlando, se entregan un testigo que orbita en unas horas todo el casco urbano.

Los comercios viven bajo las leyes de la selva: sólo sobreviven los bien llevados, los oportunos, los hechos para durar y los que respetan al público. El resto muere para, cada vez con menos oportunidades, nacer de nuevo bajo la misma y dura ley.

Pocas cosas nos complacen tanto como entrar en esta selva de maneras civilizadas. Consumir se conjuga ahora con dificultad, cuando es imprescindible para mantener vivo este parque. Sin vallas, y con sólo una puerta abierta por franquear, en las tiendas coinciden a escala real el territorio y su prolijo mapa, como contara Borges. Mientras tanto, muchos nos empeñamos en la falsa comodidad y el surtido de los centros comerciales, a sabiendas de que así jugamos en una realidad virtual de cartón piedra, programada y perfumada con ambientador. O compramos desde casa a través de la red, sin advertir que comprar solo es como hablar solo. Mientras tanto, como estas plantas siempre han sabido cuidarse solas, el parque de tiendas sólo necesita de nosotros agua, abono y -lo más importante- que no dejemos de visitarlo.