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Tita está tiesa

Su ventaja sobre los españolitos más colgados que un jamón, es que Carmen Cervera puede vivir del arte

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Carmen Cervera puso el cartel de 'se vende' en el caserón suizo de Lugano (su Manderley particular) y montó un almuerzo con la prensa del corazón ofreciendo una exclusiva compartida que, como todo el mundo sabe, nunca es una exclusiva. «Necesito liquidez», dijo ante el pasmo de los presentes. La baronesa viuda de Heinrich von Thyssen-Bornemisza se disfrazaba de pobre y regresaba por un momento a los duros orígenes en el taller de motos de su padre en el barrio barcelonés de Ciutat Vella. Y es de agradecer ese gesto solidario con el resto de los mortales que también necesitan liquidez.

Tita ya ha demostrado que es lista para rato, así que sin darse importancia, con su vestido crema de permanente primavera, la sonrisa ladeada que cautivó al jurado de 'miss' española hace algunos años, ha desvelado que pone a la venta la joya de su pinacoteca porque no tiene para pagar la luz. Su ventaja sobre la mayoría de los españolitos más colgados que un jamón, es que Carmen Cervera puede vivir del arte. Es decir, se pule un cuadro que le costó 10 millones de dólares en la época en que el barón firmaba los talones y lo vende por encima de 50. Es verdad que deja huérfanos a todos los mirones enamorados del paisaje romántico de Constable, pero no se le puede reprochar nada a quien nos puso un pedazo de museo al lado del Prado por cuatro pesetas, que orienta como un faro en la jungla de asfalto a millones de peregrinos de la belleza. Ella es un personaje poliédrico que se encadenó a los castaños de Madrid para que Gallardón no sacara la motosierra y con el paso del tiempo ella tenía razón y el alcalde estaba en el error. Ella cazó a Tarzán y se dejó seducir por el primate de Espartaco Santoni. Ella lo perdió todo menos la sonrisa y como en las películas de Manolo Summers enamoró al millonario alemán y escaló otra vez la cumbre social. Ella ahora se disfraza de pobre para confundirse con el paisaje nacional en tiempo de crisis. Con el tendero que no paga las letras de las conservas de bonito en escabeche porque la caja tiene telarañas y el banco no fía; con el jubilado que contaba con terminar sus años cómodamente sentado en el colchón de billetes que le darían por su apartamento en la playa y que ahora vale la mitad; con el pequeño empresario que está despidiendo en un doloroso goteo a sus empleados como de la familia porque las facturas de la administración llevan tres años sin respuesta.

En el fondo, Carmen Cervera que ha hecho algunos viajes en el ascensor social sabe que al pueblo llano le encanta comprobar que los ricos también lloran. Pero la moraleja de la subasta del constable sirve para advertir, con pavor, que la inundación de la crisis está subiendo tanto en la escala social que empezamos a ver en sueños que una de las hermanas Koplovich se acerca disimuladamente a un comedor de Cáritas de la calle Serrano.