PAN Y CIRCO

SILENCIO: ¡SE JUEGA!

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Extraña es la semana en la que no se comentan imágenes de violencia deportiva, siendo los protagonistas, los aficionados y no los jugadores. En el deporte base, alrededor del 80% de los altercados violentos que se producen en las canchas y estadios se debe a la presencia de público paterno y materno. ¿Todos apoyando? Extraño ejemplo.

Mientras las madres, con violencia sutil se increpan entre ellas, algunos padres se ven violentamente abducidos por el espíritu de cualquier técnico profesional: se pasan el partido subiendo y bajando de la grada, gritando, metiendo presión al entrenador, al árbitro y a su propio hijo. Dan órdenes, corrigen posiciones, protestan contra todo y, quizá sin pretenderlo, endosan a sus hijos piedras en una mochila que es imposible llevar durante todo el partido, donde muchos deportistas piden a sus padres un poco de silencio, aunque otros no aguantan más y rompen a llorar.

Como cualquier lector pueda suponer, semejante conducta se graba a fuego en la cabeza del deportista, creando un serio problema en la formación de la autoconfianza, de la capacidad para estar concentrado en el juego y tomar decisiones acertadas. En una etapa en la que debe primar la diversión y el disfrute por hacer las cosas bien, se convierte para muchos chicos en la lacra de tener que ser el mejor, no poder fallar, y sentir miedo porque los que deben apoyarle son los verdugos que le van a linchar en casa si no ganan.

Y ya se sabe que la clave está en Prevenir desde la Educación, y en el deporte se forma, mientras que en casa se educa. A cada uno su responsabilidad: sin adversarios no hay partido; los árbitros están en el campo para mantener el orden y el juego limpio; los espectadores crean el ambiente y los familiares deben querer un partido noble y comportarse deportivamente. Si no, la obsesión por ser el mejor, caiga quien caiga, será el ejemplo que continúen realizando nuestros jóvenes atletas. Dani, si esto sigue así, que paren el mundo en la próxima parada que me bajo.