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Lo jurídico y lo político

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El presidente de la Generalitat, Artur Mas, está desarrollando un peligroso discurso que conviene acotar y que consiste en asegurar que el conflicto político que hoy existe en Cataluña debe abordarse por medios políticos, democráticos, y no por métodos jurídicos. En la entrevista del pasado domingo con Ana Pastor, por ejemplo, Mas se preguntó si es razonable «utilizar» el Constitucional para resolver el desencuentro que existe entre el sector nacionalista de Cataluña -que siempre se presenta como si equivaliera a la totalidad de Cataluña- y el Estado español.

El sofisma que entraña esta visión de la realidad salta a la vista, y coincide con ciertas vacilaciones dolosas del propio Artur Mas al referirse en la mencionada entrevista a la desobediencia civil. Porque el nacionalismo suele tener gran devoción por la épica, casi siempre vinculada a la mixtificación de la historia, y gusta de la exaltación popular. Así las cosas, conviene explicarle a Mas que si bien el elemento revolucionario espontáneo desempeña un papel evidente en los procesos descolonizadores de emancipación, en las democracias no caben improvisaciones de la legalidad, y todos los actos, políticos o no, deben someterse al imperio de la ley.

Por lo tanto, esta doctrina subrepticia de que en todo movimiento liberador ha de haber un punto rupturista con la legalidad anterior, es falaz y antidemocrática, y así conviene que se diga y que se sepa.

Artur Mas ha pretendido, además, denunciar una supuesta contradicción que invalidaría el camino trazado por el Gobierno español, de inapelable recurso a la legalidad: el hecho de que otra democracia, la británica, haya consentido el referéndum de autodeterminación de Escocia. Sin duda, tanto el Reino Unido como España son impecables democracias, pero aquélla tiene la singularidad de no regirse por una Constitución sino por un corpus de doctrina basado en la tradición, en los usos y costumbres. Todo esto lo sabía el propio Salmond, quien se cuidó de diferenciar el proceso escocés, pactado con Londres, del catalán, que no se puede pactar porque contraviene los fundamentos de cualquier constitución democrática, que consagran como elemento definitorio y previo la integridad territorial y consideran que la soberanía reside en todos los ciudadanos del país.

En consecuencia de todo lo cual, las aspiraciones secesionistas de Mas y quienes lo sostienen habrán de someterse también al rigor de las normas que entre todos nos hemos dado. El fanatismo no tiene, en fin, otro cauce, y si lo desborda, tendrá que vérselas frontalmente con el rigor del Derecho. No es una amenaza pero tampoco una ilusión.