Editorial

Al perro flaco

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Todo se le vuelven pulgas. Un inmenso saco de pulgas de circo amaestradas, eso sí, que saltan y bailan al son de la música que suene. Al perro flaco se lo comen las pulgas, y las moscas porque el perro flaco ya ni siquiera ladra y tiene como único alimento las migajas de las sobras de las mesas de los otros. Este perro que en sueños atábamos con longaniza -de sobras lo sabe usted-, podría ser el perro hambriento que no teme al león del refranero, pero no. Es el perro ladrador, muy, muy poco mordedor.

Los datos de la Encuesta de Población Activa del primer trimestre del año son lo suficientemente demoledores como para derrotarnos por completo. Ya es oficial, casi la mitad de los gaditanos está en el paro. Eso dice la oficialidad ahora, pero usted y yo ya lo sabíamos de forma extraoficial. Porque hasta ahora trampeábamos con aquello de la economía sumergida, una economía que hemos sumergido tanto, tanto, que se nos ha muerto ahogada en la inmersión. Del naufragio no han quedado más que restos inconexos, difíciles de identificar, resaca de lo que un día fuimos -o eso nos dijeron- y nunca más seremos. La provincia de Cádiz ocupa el primer puesto en el 'ranking' europeo del paro; el primero, no lo olvide, un primer puesto del que va a ser difícil desbancarnos porque estamos cómodamente instalados en un podium al que nos ha llevado la mala gestión económica de nuestros gobernantes y esa actitud perruna tan nuestra, ya sabe: «el perro y el niño, donde le dan cariño». Y hasta el cariño se acaba. Con casi cien mil hogares en los que no entra ni un céntimo y con niveles de desempleo similares a los del Tercer Mundo, ¿alguien nos puede decir en qué mundo vivimos?

Dicen los economistas que salimos con desventaja en la carrera de la crisis, que ya empezamos con mal pie, con un tejido industrial que se deshilachaba y que por eso será muy difícil remontar la situación. La recuperación de esta tierra, tocada y casi hundida será imposible -según los expertos- si no hay un pacto político a favor de la reindustrialización de Cádiz y un compromiso real del Gobierno para paliar las devastadoras imágenes que nos dejó el huracán de la crisis, exDelphi, exAstilleros, exTabacalera, extodo. ¿En qué sector trabaja la población en Cádiz? preguntan los libros de Conocimiento del Medio -algún día, me haré objetora de la asignatura, lo vengo avisando-, en el «sector subsidios», es la única y cruel respuesta.

Después nos tachan y nosotros mismos nos tachamos de pasivos, de conformistas, de regalones, cuando a la convocatoria de la manifestación del 1 de Mayo acuden sólo tres mil personas -hasta cinco mil subieron luego más por vergüenza que por orgullo- para exigir a los gobiernos ese plan de empleo urgente que como maná esperamos para subsistir. Tres mil personas que distan mucho de las veinte mil que hace unos años gritaban aquello de «Si Delphi cierra.». Porque cerró Delphi y cerró Tabacalera y cerraron tantos y tantos negocios que parece una macabra burla celebrar el Día del Trabajo donde no lo hay.

Dicen los sindicatos -los de las gambas y los maletines- que es difícil convocar nada en Cádiz porque las fiestas, las comuniones y la playa hacen una competencia desleal a las manifestaciones. Será el calor, decían los representantes sindicales, echando mano del existencialismo como el Albert Camus de 'El extranjero'. Será el calor que nos deja fríos ante las declaraciones del secretario general de UGT: «esto es una estafa». Y tanto.

Porque el perro flaco prefiere emplear sus fuerzas en otras batallas. En la batalla diaria de llevarse algo a la boca, por ejemplo. En la batalla de buscar un futuro para unos hijos sin presente. Y porque sabe, que como al de San Roque, un tal Ramón Ramírez de la vida -de los sindicatos, de los partidos políticos, de los que gobiernan, de los que pretenden gobernar- le ha cortado el rabo.

Es lo que tiene el perro desconfiado, que no reconoce a ningún amo. Y tan desconfiados nos hemos vuelto que va a ser difícil reconocer de nuevo a la mano que nos dé de comer. Son tantos los escándalos, tantas las imputaciones, tantas las malversaciones de ese dinero público -que no es de nadie, sino de todos-, tantas las estafas, tantos los despropósitos que nos entra la rabia. Y ya lo sabe, porque también lo dice el refranero «Con rabia el perro, muerde a su dueño».

Vienen tiempos de elecciones. Tiempos de echarnos los huesos y tirarnos la pelota para que saltemos a recogerla. Tiempo de caza. Se abre la veda. Vuelven los perros gordos a salir de cacería mientras los perros flacos esperamos las migajas. A ver hasta cuando el perro de Paulov aguanta subido en la cuerda floja añorando a la campanilla que le haga salivar. Hemos repetido tantas veces el ritual que nos sabemos el final de la historia de memoria. El perro, las pulgas, las malas pulgas.

Es curioso, qué fácil es acostumbrarse a que siempre pase lo mismo.