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Antorchas de la libertad

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Mientras en ambas Oficinas, la del Comisionado y la del Consorcio, se simultanean los preparativos para la celebración de la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado con el embalaje de los muebles antes de su cierre, el año de las expectativas va quedando definitivamente en el tiempo de lo que pudo ser. Y no solo en cuanto a los grandes proyectos urbanísticos anunciados, sino en el aprovechamiento de la oportunidad para crecer y robustecernos como comunidad ciudadana. Cierto es que el Doce nos ha traído a Cádiz grandes manifestaciones culturales, encuentros de profesionales diversos, visitas de ilustres mandatarios, disertaciones magistrales de reconocidas personalidades en las diferentes áreas del saber. La Regata, en ésta ocasión del Bicentenario, volvió a colmar de colorido y añoranza nuestro puerto. Los gaditanos recorrimos la avenida al ritmo de Carlinhos y nos contoneamos al son de la salsa en la plaza de la Catedral. Se tiñó todo de Doce, desde las campanadas del Año Nuevo hasta el Carnaval, pasando por la Magna y llegando hasta el FIT y los Tosantos. El Oratorio, convertido en suprema joya de la corona, ha sido destino de peregrinación cívica y lugar de evocación de los principios y valores que auspiciaron la Carta Magna.

Sin embargo, el Doce ha sido, está siendo también, el año en que el nuevo absolutismo, el de los poderes económicos y financieros, está mostrando su cara más rotunda y opresora. Su despiadada firmeza y nuestro insolidario desapego han favorecido ya la pérdida de muchos derechos y libertades básicos. Está siendo el año en que más se ha incrementado el desempleo y con él la precariedad y el sufrimiento de muchas familias. El año de los sintechos y de los desahuciados sin contemplación. El del reparto de alimentos y el de los comedores benéficos. El año en que nuestros mayores comenzarán a ser más vulnerables y más pobres. En el que la educación, la salud y la justicia dejan de ser gratuitas y en consecuencia universales.

Por todo ello, hoy como hace doscientos años y más que nunca, hemos de disponernos a recuperar la dignidad que a diario se nos usurpa y sin la que no es posible acceder a la condición de personas. Menos aún a la de ciudadanos peligrosamente amenazada por el recorte de derechos. Flanqueando el puerto, emergen ya dos estructuras a modo de monolitos, vanguardistas columnas herácleas o faros de la libertad como se les ha denominado, destinadas a recordarnos -sin factos ya que nos distraigan y atolondren- la extrema necesidad de recuperar el sentir e ideales que auspiciaron aquel Doce y sin los cuales difícilmente encararemos el Trece y las nuevas amenazas que nos acechan. Al menos eso pienso yo que pretenderán nuestras autoridades al instalar el monumento.