Tribuna

Sin sentimientos nacionales el Estado no tiene sentido

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Padecemos un gravísimo problema económico que cada día que pasa se torna más irresoluble. Destapada ahora por la crisis todas nuestras vergüenzas, nuestro padecimiento económico, tiene un claro origen político. En los prolegómenos de la actual situación, cuando quebraron varios bancos estadounidenses, Clinton sentenció: «no es sólo la economía, estúpido».

La Nación debe ser considerada como el sustrato político del Estado, como conjunto de personas con el mismo pasado y proyecto de futuro, historia e intereses comunes. El Estado es la nación (gentes), política (gobierno) y jurídicamente (leyes) organizada en un determinado territorio. De ahí sus elementos caracterizadores: población, gobierno y territorio. El inefable pretérito Presidente del Gobierno, por mal que nos pese a casi todos los españoles, tuvo la brillante idea de poner en entredicho el termino Nación relativizándolo. En lugar de cimentar y apuntalar su concepto, diseñó y puso en práctica la famosa política del cordón sanitario contra la mitad de los españoles, que conforman la otra mitad de la Nación española. Y no contento con ello, puso la simiente con el Estatuto catalán, de posibilitar un punto de no retorno a la configuración del Estado Español. Creó un auténtico monstruo en lo político. Ya lo advirtió con suma sabiduría Ortega en 1921, cuando escribió «España invertebrada». Sí Ortega naciera de nuevo, lo volvería a escribir. En él explica la decadencia de España como resultado del hecho de que, a diferencia de otros grandes países europeos, nuestro país nunca tuvo una minoría dirigente ilustrada. Desde la época gloriosa del reino de Castilla, que dirigió el proceso de integración de todos los reinos peninsulares en uno solo, conformando de esta forma un solo país, el proyecto se agotó en poco tiempo y se recluyó en sí misma. Pronto, los territorios que construyeron España, empezando por la propia Castilla, se volvieron separatistas y perdieron interés por el bienestar global de España. El país está así, invertebrado, desintegrado en rencillas territoriales, que casi si me apuran, las calificaría de auténticamente tribales y a la espera, de un gobierno central fuerte e inteligente que consiga integrarlo de verdad en Europa. Lo espero del actual, por convicción o al menos por imperativo de las circunstancias.

Siete años siete, han bastado para parir un engendro: un Estado que no existe, una Nación discutible, un país arruinado y un gobierno impedido de gobernar en aras al interés general. Eso es lo que es España hoy. Y menos mal que somos parte de Europa. Ese esperpento, por la mala praxis política acumulada en los últimos 35 años y por su innecesario populismo en lo económico, ha creado otro ahora con mayúsculas, de tamaño desmesurado en el ámbito económico y estratosférico en lo político, que hace peligrar la idea del Estado. Es nuestra herencia después de siete años. Es el abismo en lo económico. Son las tinieblas en lo político. En suma es nuestro legado por pertenecer a un gran país, España. Sí, España es un gran país, que ha sido gestionado de manera absolutamente lamentable en los últimos siete años. Se han batido records de incompetencia profesional en este oscuro período de nuestra historia. Padecemos las consecuencias de una ineficaz política económica y nefasta «política» en torno a los principios en los que se debe configurar el Estado. Sí, los inversores internacionales, aquellos que nos prestan lo que gastamos de más, 90.000 millones el año 2011 por poner sólo un ejemplo, tienen miedo de España, ante la posibilidad de «default». Pero ese «monstruo» de dos cabezas, la segunda más grande que la primera ya, terminará por exterminar la del Estado. Las Comunidades Autónomas gestionan más del 60% de los presupuestos. Suponen diecisiete mini Estados, manirrotos todos, que además impiden una gestión correcta en el momento oportuno, por la nefasta construcción del Título VIII de la Constitución, y por los desaciertos interpretativos al respecto del Tribunal Constitucional. El legado zapateril, siendo indeseable en lo económico, déficit público del 8,83%, deuda duplicada con creces en sólo tres años (casi un billón de euros) y cantidad cercana a los seis millones de desempleados, peor lo es en lo político. Ahí tenemos Bildu, Amaiur y el Estatuto catalán. Para colmo, incentivó la reforma de otros Estatutos, con el catalán como modelo a seguir. Se abría sin pudor el melón de las autonomías. Demasiadas tajadas para repartir, diecisiete de diferentes tamaños. Ahora lo de siempre, todos descontentos porque todos pretenden ser acreedores de al menos una como la más grande. Es el galimatías de nuestro interminable Estado de las Autonomías. También se dejó abierto las materias susceptibles de ser transferidas. Tan pronto se vio el desaguisado, que siendo presidente Calvo-Sotelo, PSOE y UCD pactaron el llamado primer pacto autonómico. Fruto de ello fue la promulgación de la LOAPA. El Tribunal Constitucional declaró parcialmente inconstitucional su articulado. El segundo pacto, ahora auspiciado por PSOE y PP en 1992, pretendía cierta igualación competencial de todas las CC.AA. Craso error. Pero lo peor vendría con ZP. Este, antes de ser investido presidente, en plena primera campaña electoral, promete que aceptaría el Estatuto que saliese del Parlamento catalán, saltándose a la torera los principios que conforman Estado de Derecho y poniendo en entredicho sus mecanismos propios, con el seguridad jurídica por delante.

Sí la crisis económica es letal para los españoles, la crisis política e institucional que padecemos es terminal para España. Es de urgente necesidad la reforma de la Constitución. Esta debiera comprender: la unidad de mercado en todo el territorio nacional como condición inexcusable para el crecimiento económico; cerrar definitivamente el llamado mapa autonómico y sus aspectos competenciales, diferenciando a este respecto entre algunas autonomías, conformando algunas de ellas, quizás dos o en su caso tres, entes políticos y el resto entes administrativos. Sí no se acomete esto con urgencia, al unísono con las reformas económicas, imperiosas en el corto plazo, la sostenibilidad del Estado en lo político y en lo económico no están garantizadas en el futuro a medio y largo plazo.

A mi gobierno le sugiero una cosa. Si quieren hacer una auténtica tortilla española, rompan sin piedad los huevos. Sin ello no hay tortilla. Las claras y las yemas cohesionan las patatas y conforman la tortilla.