ESPAÑA

¿DÓNDE ESTABA EL PEREJIL?

EXEMBAJADOR ANTE LA ONU Actualizado: Guardar
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Piqué, el brillante ministro de Aznar, estaba literalmente recogiendo sus enseres personales porque dejaba Exteriores para pasar a otro Ministerio cuando un diplomático entró en su despacho para decirle con alarma que los marroquíes habían ocupado Perejil. Debió causarle perplejidad. ¿Perejil, cómo perejil?, pensaría el político, puede que desconocedor, como en aquel momento más de la mitad de los diplomáticos españoles, que se trataba de un islote enano (0,15 km. cuadrados), baldío y rocoso en las cercanías de Ceuta. Pasada una década del incidente, que creaba una inusitada tensión en las intermitentemente soliviantadas relaciones entre España y Marruecos, no es fácil deducir por qué Rabat decidió instalarse en un pedazo de tierra reclamado por ambas naciones y sobre el que, precisamente por esa doble reivindicación, existía el acuerdo tácito de no desplegar ningún signo de soberanía. ¿Quisieron las autoridades marroquíes de la zona hacer un regalo de boda a su monarca, que contraía matrimonio en esas fechas? ¿Fue una pataleta de nuestros vecinos por unas recientes maniobras militares españolas en la zona? ¿Buscaban crear la base para una mediación internacional que podría sentar doctrina sobre las pretensiones de Rabat sobre Ceuta o Melilla?

El hecho es que Aznar y la ministra Palacio, que aterrizaba al poco, se encontraron con una inesperada y delicada crisis. Era espinoso responder inmediatamente con la fuerza e igualmente peliagudo ignorar la provocación marroquí. El precedente podría envalentonar a sus autores y los medios españoles, de derecha e izquierda, habrían vapuleado al Gobierno por «bajarse una vez más los pantalones ante el moro». Aznar actuó con paciencia buscando en primer lugar el apoyo europeo, que obtuvo globalmente aunque se encontró con una sorpresa morrocotuda. Francia no solo se lavaba las manos sino que Chirac parecía apoyar sin tapujos a Marruecos. Mientras preparaba el desalojo de los gendarmes marroquíes, que se produciría en una operación con comandos españoles siete días mas tarde, el Gobierno buscó la mediación de EE UU. Su secretario de Estado, Colin Powell, persuadiría a Rabat de que, expulsados sus soldados, era mejor volver a la situación anterior sin banderas de ninguno de los dos países y tener la fiesta en paz. La escaramuza política y la reacción de los actores internacionales influyó en la actitud de Aznar en la intervención de EE UU en Irak nueve meses más tarde. Había aliados y aliados. Como todo es bueno para demonizar a Aznar, Perejil fue utilizado para fustigarlo. «Los españoles se despertaron con su Gobierno resolviendo un asunto menor a cañonazos», se ha escrito. La verdad es que Aznar salió airoso del asunto, devolviendo la situación al 'statu quo ante' sin cañonazos y sin derramar sangre. Cualquier miembro de su oposición firmaría, si es honesto, haber salido del Perejil de forma similar.