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Golpe de timón

Con la transición, conseguimos la llegada de la democracia, ahora toca perfeccionarla a fondo

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Hemos tocado techo. Las reglas de convivencia que nos dimos, hacen aguas. La falta de honradez asoma con descaro. Más de un gestor público exhibe su incompetencia. Las promesas electorales acaban en ocurrencias. Bancos y cajas descubren sus vergüenzas. Algunos representantes de las instituciones del Estado se atrincheran en la impunidad. Al gobernador del Banco de España no se le permite defender su posición en el Parlamento, cuando el organismo está envuelto en barro. Se amputa la negociación colectiva, aunque esta haya demostrado su gran capacidad para redistribuir la riqueza. ¿No habrá llegado el momento de cambiar muchas vigas de nuestra arquitectura democrática?

Es difícil conseguir un mayor descrédito que el alcanzado por el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial. Si las encantadoras jornadas marbellíes de Carlos Dívar no han merecido sanción penal, sí han encontrado el repudio ciudadano. Pero la situación no es nueva. Viene de lejos. Sin éxito, seguimos esperando que el expresidente Zapatero explique qué razones le llevaron a situar al magistrado Dívar al frente del tercer poder del Estado, aunque malas lenguas lo atribuyan a su benevolencia con el poder. Al quebranto que sufre la judicatura han contribuido muchos, sin duda. Los magistrados del Supremo que decidieron descabalgar a Baltasar Garzón de la administración de la Justicia, determinados vocales del Consejo General del Poder Judicial, y de forma destacada su secretario general, que se ha negado estos días a bucear en las facturas de su jefe cuando éste ponía rumbo a Puerto Banús. La Fiscalía tampoco ha puesto las cosas difíciles a Carlos Dívar.

También ha dado sus frutos la estrategia aplicada por Federico Trillo, llamado el tenaz. El que fue ministro de Defensa y presidente del Congreso de los Diputados con Aznar, siempre abogó en favor de reforzar el poder judicial -última trinchera del Estado-, con personas de su confianza.

Si entramos en la debacle económica, nos sobrarán argumentos para exigir cambios en profundidad. A corto, será inevitable canalizar grandes recursos para evitar que el sistema financiero nos lleve al infierno. Pero urge detraer dineros de donde lo haya para orientarlos hacia los ciudadanos más vulnerables.

Habrá que conseguir fondos, recortando más sueldos públicos astronómicos, inversiones descabelladas, gastos suntuosos, legiones de vehículos y comidas que se costean a cargo de todos. Todo ello, a la espera de cuantificar, con datos fiables, el asalto a las arcas públicas perpetrado por los 'gürtel', los urdangarines, los palma/arena, las consejerías de trabajo andaluzas ... Con la transición, conseguimos, nada más y nada menos, que la llegada de la democracia a este país. Ahora toca perfeccionarla, a fondo.