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El alma del mazapán

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Es la almendra un fruto tolerante. De aspecto adusto y hermosa floración, el almendro se erige en linde fronteriza entre las tres civilizaciones monoteístas más allegadas; la judía, la cristiana y la islámica, que expresaron su capacidad de concordia a través del mazapán, al que su inspiración mozárabe lo convierte en exponente de la transferencia cultural. Mas sin embargo, poco aprendemos de la humilde almendra transcultural, que se vincula a muchas corrientes gastronómicas y culturales en apariencia discordantes. Ventoleras necias nos impulsan a hacernos fuertes tras las almenas de nuestra egolatría; de nuestro egoísmo cegador, creyéndonos propietarios de la única verdad.

Siempre que mi querido cuñado, Luis López, me trae de Toledo mazapán, en cualquier periodo del año, sabedor de mi esclava dependencia de esa joya palatal untuosa, me hace recordar los otros mazapanes que conozco. Los de Soto, en La Rioja, los 'nougat' de Montélimar, que compraba en Marsella, los Lübecker Marzipan y los Königsberger Marzipan, que me regalaba mi amigo del alma, Herbert Nölting, cada vez que llegaba a Hamburgo, haciéndolos traer de Lübeck y Königsberg, o los Mozart de Viena. Hay otros muchos mazapanes. En América también, aunque no se confeccionan con almendra, lo que les priva de esa aceitosa textura, pero en cualquiera de ellos, aún en éstos, late el alma de un fruto capaz de transferirse al alma de otro elemento. Responden a cultas humildades simbióticas.

El mazapán forma parte del alma misma de la mozarabía, del carácter de los muladíes, por cuyas venas discurrían, aún discurren, flujos emocionales de mixtas religiones y dudas edificantes y motivadoras. Maridajes de sangres hispano-romanas e hispano-godas, de conversos, de almas transferidas de un amor a otro amor. De una fe a otra fe esencialistas. Viajan de un convivio a otro convivio con la discreta naturalidad con la que un almendro fructifica entre guijarros inmisericordes.

Nuestra alma europea debiera asimilarse al alma del mazapán, que no siendo patrimonio de nadie lo es de todos, ajena a localismos soberbios. Somos aquello que fructifica del otro en nosotros. Somos la transferencia; el viaje de mi asentimiento hacia tu negación. Somos animales sociales y políticos en busca de la comunión de intereses y compromisos. Si seguimos enrocados en el vicio de que lo mío es mío, jamás saldremos de esta crisis de valores y principios, aunque nos cuadren las cuentas del Estado. No somos un origen sino un destino. Un decurso cultural mágicamente impreciso y precioso. La imprescindible Europa.