Una mujer bosnia es consolada al conmemorarse el asesinato de su hijo por la tropas de Mladic, en la localidad de Visegrad. :: AMEL EMRIC / AP
MUNDO

El fin de la penitencia serbia

El arresto de Mladic cierra un ciclo iniciado en 1991 con las guerras balcánicas y debería dar pie a la reconciliación

ROMA. Actualizado: Guardar
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El 9 de marzo de 1991, hace veinte años, se registró en Belgrado la primera manifestación contra el régimen de Slobodan Milosevic, disuelta violentamente por los tanques del Ejército. Fue el primer aldabonazo de la parte sana de Serbia contra un tirano que aún no había demostrado hasta dónde podía llegar. Era minoritaria, fue sofocada y las guerras de la antigua Yugoslavia le pasaron por encima. Tardó una década en encontrar la fuerza suficiente para derribar a Milosevic en 2000 y ha empleado otra más en imponerse en la vida democrática serbia con el gesto simbólico más elocuente, el arresto el jueves de Ratko Mladic, el genocida de Srebrenica y Sarajevo, una de las encarnaciones del mal del siglo XX. La parte oscura de Serbia ha cerrado definitivamente su ciclo de protagonismo.

Poco después de aquella manifestación comenzó la desmembración de Yugoslavia con las declaraciones de independencia de Eslovenia y Croacia. Enseguida llegó la guerra, que terminó en el último rincón, Kosovo, en 1999. Lo que era un Estado quedó convertido en siete: Serbia, Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro, Macedonia y, en 2008 el último, Kosovo. Para Serbia, cuya capital fue la primera ciudad bombardeada en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, fue una derrota honda y humillante.

Una persona encarna políticamente la voluntad de enterrar el pasado y el delirio ultranacionlista de la Gran Serbia, el actual presidente Boris Tadic. Su predecesor en el Partido Demócrata, Zoran Djindjic, fue asesinado siendo primer ministro y pagó con la vida la extradición de Milosevic en 2001, una venganza de los sectores y mafias ultranacionalistas. Solo bajo la presidencia de Tadic, a partir de 2004, comienza a imponerse en Serbia la voluntad política de ajustar cuentas con el pasado y mirar hacia Europa. Tadic ha tenido una larga serie de gestos significativos: ese mismo año pidió perdón en Bosnia por los crímenes cometidos en nombre del pueblo serbio, en 2005 acudió a Srebrenica y en 2010, a Vukovar, en Croacia. La lentitud de algunos pasos, que son muy recientes, dan idea del laborioso proceso de asimilación del trauma: hace mes y medio el Parlamento serbio condenó por primera vez la masacre de Srebrenica, aunque solo por dos votos, prueba de esa parte oscura que sigue presente, y esta misma semana la televisión serbia pidió perdón por haber estado al servicio de las mentiras de Milosevic.

Fin de la impunidad

Bajo el mandato de Tadic se ha capturado a la mayoría de los criminales de guerra reclamados por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY), con sede en La Haya. El fin de la impunidad comenzó en serio en mayo de 2007, con la detención de Zdravko Tolimir, exresponsable de seguridad del Ejército serbobosnio y mano derecha de Mladic en Srebrenica. Luego cayeron los dos más buscados, Radovan Karadzic, capturado en Belgrado en 2008 y, ahora, Ratko Mladic, que empezó a verse acosado a partir de 2005. Su arresto es la derrota final de ese entramado del viejo régimen que aún le protegía. Que haya podido esconderse en Serbia durante 16 años lo dice todo.

Por esa lectura, la pervivencia de la Serbia siniestra bajo la superficie, el arresto de Mladic era el requisito principal de la UE para aceptar a Belgrado, además de las habituales reformas económicas, administrativas y judiciales. Y Europa es la bandera que agita Tadic ante el electorado moderado y deseoso de futuro en cada cita en las urnas. Es decir, no se descarta que aupado en este triunfo y en la previsible apertura de la UE convoque nuevas elecciones en breve. Tadic siempre anda necesitado de estímulos, porque la parte europeísta de la población serbia se ha impuesto en los últimos años, pero por poco.

Todavía es muy relevante el porcentaje de serbios que miran al pasado. Es más, a veces Tadic parece el único entusiasmado con el ingreso en la UE, pues los sondeos indican un creciente escepticismo de los serbios hacia Bruselas. Uno de hace tres días, previo al arresto de Mladic, señalaba que al 50% de los ciudadanos no le interesa. La pobreza, la corrupción y la crisis económica, con un paro del 25% y sueldos medios de 340 euros, tampoco ayudan a emocionarse. La oposición nacionalista, divida ahora en el Partido Radical y una escisión que quiere ser más presentable, el SNS de Nikolic, podría ganar ahora unas elecciones.

Tadic ha tenido que hilar fino para no pasar por un traidor a la patria, aunque lo es para muchos conservadores, y defender de todos modos ante la comunidad internacional los intereses serbios, sobre todo en la cuestión de Kosovo, donde ha combinado firmeza y diálogo. Pero al margen de su juego interno, debe reconocerse a Tadic una visión más amplia para la más colosal de las asignaturas pendientes de los Balcanes. Es una palabra difícil que empleó enseguida el jueves al anunciar el arresto de Mladic: reconciliación.