PAN Y CIRCO

MONEY

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Los hinchas que tenía Fernando Torres en el Liverpool le deben haber cantado esa canción de Pink Floyd que, con tanta ironía, refleja de qué costuras están hechas las grandes estrellas del fútbol mundial:

«Money, get away, get a good job with more pay and your OK». Y eso precisamente habrá pensado el niño cuando se ha mudado hasta la cosmopolita Londres donde, además de mejorar su dominio de la lengua de Shakespeare, va a ganar tanta pasta que sus biznietos no tengan que jubilarse a los 67 años, si es que antes todo esto no se ha ido al garete.

El chico con alma rojiblanca sólo entiende, como el resto de los mortales, de euros y como a su nuevo patrón -Abramovich- es algo que le sobra, pues nada, a cambiarse de ciudad; a besar un nuevo escudo; a perjurar que firma por los 'blues' porque hace realidad un sueño; y a buscar un hueco en su agenda para comprarse una mansión de las que quitan el hipo en la zona londinense más noble.

Resulta sintomático que esto le suceda al único jugador que regresó de Sudáfrica bajo sospecha por su nula aportación al éxito mundial de la 'Roja', pero Torres mantiene intacto su pedigrí en la pérfida albión y el ruso que colecciona petrodólares como el que reúne canicas hace tiempo que iba a por él.

Con una fortuna particular que en 2009 se valoraba en 17 millones de euros, podrán entender que no le quite el sueño que los parientes de los Beatles estén quemando su camiseta y echen pestes de quien -hasta hace muy pocos días- era la única esperanza a la que agarrarse porque ni con Kenny Dalglish los diablos rojos levantan cabeza.

Al final, todo es una cuestión de dinero y Fernando Torres no ha hecho más que interpretar a la perfeccción ese papel de mercenario que siempre han sido y serán los futbolistas por mucho que los más inocentes se empeñen en pensar todo lo contrario y los reciban como si fueran unos dioses.