MEMORIAS DE LA CALLE

La Nochebuena

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Dentro de unos días llegaremos a las fiestas navideñas. Unas fiestas de alegrías y jolgorios para muchos y, sin embargo, de unos recuerdos melancólicos y tristes para otros, sobre todo para los mayores.

Como persona ya un poco mayor que soy les digo la mis colegas de edad que los que tengan la suerte de tener gente joven en la familia que piensen que ellos les recordará a los que ya no están con nosotros.

Ahora vamos a recordar aquellas Nochebuenas gaditanas en las que los langostinos, las gambas o los productos ibéricos que hoy se ponen en nuestras mesas no existían. Sin embargo, en aquellas Nochebuenas estas carencias se suplían con ese pollo o ‘pavita’ que muchos los compraban nada más que por esas fechas ya que en otras era como el célebre NO-DO, pero no estaba al alcance de todos los españoles.

Estas aves se adquirían vivas en el Mercado Central de Abastos, otros iban unos días antes a algún pueblo con la idea de que les salieran más baratos. El inconveniente es que los venían vivos y ahí venía la tragedia. Sobre todo si había niños en la familia que acababan cogiéndole cariño al pavo y poniéndole nombre. Suerte de que en esas casa de vecinos siempre había una vecina más lanzada y ella era la matarife.

La cena de Navidad

Ese día, desde temprano, las mujeres se dedicaban sobre todo a sacarle el máximo rendimiento a ese pollo o pavo. Lo primero que se hacía era el puchero. Lo que es el menudillo y todo el interior se guardaban para el día siguiente para poder cocinar arroz con menudillos. El resto era para hacer el plato estrella de la noche en salsa con ese arte que siempre se ha dado la mujer gaditana en la cocina; y de esta forma se le sacaba al animalito un rendimiento extraordinario.

En estas fiestas, donde mejor se pasaba era en las casas de vecinos del barrio de Santa María (mi barrio). Aquello era algo totalmente familiar ya que todos los vecinos así se consideraban. La misma noche se solían hacer las célebres tortas (hoy llamadas pestiños). Ya el día de antes se había comprado la media arroba de vino fino de Lacave para los varones y las dos o tres botellas de moscatel blanco y la de Cacao Pico para las damas, además del aguardiente seco para los primeros.

De esta forma ya llegaba el momento de las fiestas, los villancicos, el baile, el cante: estábamos en el barrio de Santa María. Un lugar donde faltaba el dinero pero sobraba el arte.

Hoy esos ‘macrogrupos’ de viviendas hacen que ni siquiera se conozca a los del portón de al lado. Existe la ventaja que hoy se goza de unas comodidades que antes no existían, pero sí había una camaradería total. En una palabra: éramos una familia.

Y por ello hoy a todos les deseo unas felices fiestas.