Opinion

Diecisiete meses de Gobierno

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No miente el portavoz-jefe del Pentágono, Geoff Morrell, cuando dice que los miles de documentos sobre la guerra de Irak filtrados por Wikileaks tratan de un tiempo ya muy investigado y conocido y no contienen revelaciones fundamentales. Su tácita conclusión es que se trata de un esfuerzo baldío. Pero no es del todo así y los papeles parecen confirmar algo que no sabíamos: que el mando norteamericano cerró los ojos ante los excesos de las fuerzas iraquíes de seguridad contra sus prisioneros, frecuentemente torturados. En ese sentido cobra mucho sentido, aunque tenga escasas posibilidades de ser atendida, la petición del relator de la ONU para la tortura, quien pidió de inmediato al Gobierno norteamericano una investigación en toda regla que, según el, debía haber lanzado en su día el presidente Obama por puro compromiso electoral. Esto a sabiendas de que el Tribunal Penal Internacional no podrá actuar porque los EE UU han rehusado adherirse a la convención diplomática que lo creó. Se subrayan dos aspectos clave: la injerencia iraní en la guerra apoyando en secreto a los insurgentes shiíes y el número más alto de lo previsto de víctimas civiles. Lo primero es, o era, un pequeño secreto a voces y resulta de una lógica política elemental. Y lo segundo, sencillamente, no es una novedad y el número citado se parece bastante al oficial del Gobierno iraquí y más aún al de la honorable y tenaz organización Irak Body Count, que con paciencia franciscana, se ha dedicado durante años a contar muertos. Así pues, los informes no son, como quiere el fundador de Wikileaks, «la verdad sobre la guerra de Irak», bien documentada ya desde el torpe montaje que la justificó hasta el río de sangre en que concluyó. Son, y no es poco, la confirmación desde dentro de que las cosas fueron tan horribles como se supuso y se escribió. Nadie ha resultado personalmente dañado por la divulgación hasta ahora, las identidades son cuidadosamente borradas y solo hay que felicitarse por lo sucedido. Washington debe prepararse para recibir otra catarata de informes sobre Afganistán, ya en camino, y preocuparse más por la sencilla razón de que la de ese país es una guerra. que no ha terminado.

La remodelación ministerial, que ha dado aire a un gobierno que parecía agostado y al borde del desfallecimiento, tiene en esta ocasión una singularidad llamativa: no se ha producido para corregir el rumbo o para impulsar nuevas políticas sino para otorgar consistencia política a un proyecto económico que no está sujeto a revisión: la consolidación fiscal, unida a un programa de reformas, sigue siendo el objetivo preferente, pactado con Bruselas y exigido por lo mercados, que el Gobierno mantendrá los 17 meses que restan hasta generales de 2012. Objetivo que es irrenunciable si se quiere salir del pozo a medio plazo. El Gobierno pretende sortear la impopularidad de esta política haciendo pedagogía, y de ahí su obsesión por la comunicación. Sin embargo, parece difícil que el partido gubernamental consiga remontar el vuelo con el argumento de la inexorabilidad del ajuste, después de muchas vacilaciones que retrasaron la terapia necesaria. Hoy por hoy, el Gobierno ha demostrado que todavía tiene reflejos pero debería producirse un milagro en forma de prematura recuperación para que fuese capaz de remontar el vuelo y evitar los reveses que las encuestas le anuncian en las elecciones catalanas de noviembre y en las autonómicas y municipales de mayo.