Opinion

Atmósfera cargada

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

España vive horas inquietantes y amargas. La afirmación anterior, lejos de apelar a palabras grandilocuentes o a conceptos retóricamente sobrecargados, es por desgracia la constatación de una realidad que asfixia como a una losa, no a un partido en el Gobierno, sino a la clase política en general y a la vida política y económica de la nación. La existencia de un Gobierno contra las cuerdas, apenas a flote por el precario oxígeno que en una sesión del Congreso ha suministrado un solo voto de diferencia, sea este Gobierno del signo que sea, daña de modo general y desordenado la vida política, siempre deseable bajo el signo de una estabilidad mas o menos razonable. Si a esto unimos el desasosegante clima cotidiano de inestabilidad económica que nos acucia, con alarmantes y diarias noticias provenientes de los más variados sectores, y con augurios que hacen temblar muchas modestas economías, tendremos una realidad bastante aproximada del paisaje real de una España a la que un Gobierno de ineptos y fraudulentos administradores de la voluntad popular ha puesto más contra las cuerdas, si cabe, de lo que pudiera haber sido predecible si a tiempo no se hubiese escamoteado la que se venía encima. Pero tampoco la oposición vive horas de optimismo real, si no opta por la autocrítica frente al triunfalismo fácil que parece depararle la pésima labor del 'enemigo', dicha esta expresión en términos Schmittianos. No parece deseable que una parte del principal partido de la oposición, la que corresponde a Levante, esté en entredicho de manera seria, y que Rajoy tenga que pasar del espaldarazo sin titubeos a Camps a tener que desdecirse de su apoyo triunfalista. Las cotas de aceptación de los políticos viven sus horas más bajas, y a ello se une una atmósfera general en la que los españoles vivimos desde hace bastante tiempo: nos hemos acostumbrado a vivir por encima de nuestras posibilidades, a no ahorrar, a tirar de créditos para poder permitirnos la buena vida que siempre hemos envidiado del vecino de al lado, y eso al final lo paga toda una economía general, donde saltan las alarmas cuando ya el fuego nos quema los pies. Ojalá no perezcamos en el incendio, pero ya huele demasiado a chamusquina.