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MUNDO

La violencia deja fuera de juego a Brasil

Las algaradas callejeras, contestadas por una Policía cada vez más cuestionada, agitan el país a escasos dos meses del Mundial

MARCELA VALENTE
BUENOS AIRES.Actualizado:

Los disturbios que agitaron esta semana las calles de Copacabana revivieron la preocupación de Brasil por la seguridad del Mundial de Fútbol -comienza el 12 de junio- y cuestionaron la eficacia del plan para pacificar las favelas iniciado en 2008 en Río de Janeiro y que parecía haber reducido drásticamente la violencia. La muerte del joven Douglas Rafael da Silva Pereira, de 26 años, cuyo cuerpo arrojó indicios de un crimen brutal perpetrado presuntamente por policías, desató una ola de indignación entre familiares y vecinos de la favela Pavao-Pavaozinho, situada en la colina que mira hacia las visitadas playas cariocas de Copacabana e Ipanema.

Douglas, cuyo cadáver fue enterrado el jueves en medio de una nueva manifestación de protesta, iba a la favela a visitar a su hija de cuatro años cuando, según la versión de los vecinos, habría sido confundido con un narcotraficante apodado 'Pitbull' -condenado y con permiso de salida- que estaba siendo buscado por las fuerzas de seguridad.

La Policía informó de que los restos de Silva Pereira sugerían que había sufrido «una caída», pero esa explicación fue rápidamente desmentida por la autopsia, en la que se detectó una perforación en el pulmón, fruto de una herida de bala, hundimiento de cráneo y otras marcas de golpes. Su madre, que vio el cuerpo, denunció que Douglas fue torturado por sus captores. Los vecinos, furiosos por el homicidio del joven, que era bailarín en un programa de televisión de O'Globo, se enfrentaron al día siguiente con la Policía en una batalla campal que llegó a las calles de Copacabana. En las refriegas murió otro hombre, de 30 años, de un disparo en la cabeza.

Pese a las denuncias vecinales, los expertos en asuntos sociales que miden el impacto de las Unidades de Policía Pacificadora (UPP) en las favelas de Río, destacan que la persecución de las bandas de narcotraficantes, la instalación permanente de las fuerzas de seguridad en los tugurios y la mejora de los servicios de educación y salud han sido claves para reducir los delitos y la violencia en los barrios.

La idea de las UPP surgió a raíz de la designación de Brasil como sede de la Copa del Mundo 2014 y particularmente de Río como sede de los Juegos Olímpicos 2016. Actualmente, las favelas intervenidas ascienden a una treintena, con un millón y medio de personas protegidas. El nuevo sistema, que bajó el número de homicidios y aumentó la escolarización parecía contar con el beneplácito de los vecinos, al menos de una mayoría. Pero lo ocurrido esta semana en Pavao Pavaozinho ha dejado en evidencia los fallos de unas fuerzas de seguridad que vuelven a caer en situaciones de corrupción y de abusos, sobre todo contra los más jóvenes, a los que persiguen como sospechosos sólo por el estigma de la pobreza, el color de piel o la edad.

En este contexto, rebeliones policiales como la que hubo este mes en San Salvador de Bahía -una de las sedes del torneo que promete ser de las más visitadas- para reclamar una subida salarial no hacen sino aumentar la zozobra. En poco más de diez días de huelga se produjeron 58 homicidios, además de saqueos y otros episodios violentos. La inseguridad, que hace temer por nuevos focos de violencia, es una de las grietas por donde se filtran problemas estructurales de Brasil, que no podrán ocultarse durante el Mundial, por más que el Gobierno de Dilma Rousseff refuerce la prevención enviando al mismísimo Ejército a las favelas, como de hecho ya está haciendo. Entre los brasileños, amantes del fútbol, la elección de su país como sede de la Copa 2014, fue recibida con algarabía en un comienzo. Pero a medida que pasa el tiempo, lo que prometía ser una oportunidad para avanzar en un desarrollo equitativo se fue diluyendo junto con el presupuesto destinado a mejorar o construir estadios en las doce sedes del campeonato.

Efecto «poco duradero»

El torneo le costará a las arcas públicas 10.000 millones de euros y ya se percibe que será poco lo que va a quedar como patrimonio para mejorar la vida de los brasileños. En las últimas semanas, la agencia de calificación Moddy's indicó que la Copa tendrá un impacto «poco duradero» en Brasil, a excepción de los sectores turístico y de alimentación, que a buen seguro notarán los efectos del evento deportivo.

De los 600.000 extranjeros que se calculaba iban a llegar, la previsión se ha reducido a la mitad. Habrá, eso sí, un importante movimiento interno de brasileños, a pesar de que el coste de las entradas es prácticamente inaccesible para ellos. Según los datos facilitados por la FIFA, de los 2,7 millones de entradas ya colocadas -sobre un total de 2,9 millones- el 58% es para brasileños y el resto para extranjeros de 190 países.

Las tarifas dejan muy claro que sólo los brasileños muy pudientes podrán entrar en los estadios. Dos ejemplos; el precio de la entrada para el partido inaugural en Sao Paulo oscila entre los 160 y los 360 euros, mientras que para ver la final, que se jugará en Maracaná, habrá que desembolsar un mínimo de 320 euros, que es la localidad más barata. La más cara se vende por 715, el doble que el salario medio del país.