MÁS FÚTBOL

El peor Barça puede con el mejor Madrid

Ibra, un imperial Puyol y la extraña falta de pegada de los blancos deciden el duelo en el Camp Nou

BARCELONA. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Concluye el tópico que los clásicos no entienden de sensaciones, y qué razón tiene. Llegaba el Madrid al Camp Nou líder pero con pinta de poder ser vapuleado. No funcionaba como una orquesta pero le salvaban los solistas. Y el Barça venía de rozar la perfección ante el Inter. Pues resulta que los de Pellegrini funcionaron muchos minutos mejor como equipo y cayeron por su falta de pegada, tradicionalmente su mejor virtud, porque les faltó fuelle en la segunda mitad y porque Puyol estuvo imperial. Junto a Ibrahimovic, que salió desde el banquillo para acertar en su primer disparo y en la primera gran ocasión del Barça, fue el hombre de un partido de verdad, quizá no muy vistoso pero de una intensidad extraordinaria.

El Madrid pudo haber salido muy fortalecido y más líder de Barcelona pero vuelve con la cabeza gacha y envuelto en dudas. Dio lo mejor de sí en la primera mitad, demostró gran personalidad, pero acabó perdiendo ante el conjunto azulgrana más desdibujado de la temporada. Se cayó en la segunda mitad y ni siquiera supo ni pudo aprovecharse de la pueril expulsión de Busquets, a falta todavía de media hora. Al contrario, debió recibir algún gol más al contragolpe. Pellegrini realizó un planteamiento perfecto pero será discutido porque luego sacó a Raúl en lugar de reforzar el centro del campo. Y el Barça celebró su sufrida victoria como si fuese una final. Acusó el desgaste físico y psicológico del choque ante el Inter pero ganó otro duelo decisivo, de los que marcan la Liga.

En el plano de las estrellas, Leo Messi dejó patente que una lesión muscular no se olvida en una semana y Cristiano Ronaldo, que dos meses de ausencia son un mundo por más que seas un portento físico. Kaká fue de más a menos, como casi siempre, e Ibra respondió a lo campeón cuando entró por un Henry que pide a gritos salir del Barça el curso próximo. Es como una sombra que oscurece un equipo luminoso.

Enemigo desactivado

«Dicen que somos mejores y más guapos pero por algo son líderes». Guardiola ya barruntó la víspera que este Madrid era más fiero de lo que pintaba. Y Pellegrini no iba de farol al discrepar sobre la supuesta superioridad azulgrana. Conocía cómo desactivar al enemigo porque, entre otras razones de peso, ya lo hizo con el Villarreal en seis de sus diez enfrentamientos. La clave residía en ordenar un planteamiento antagónico al de Mourinho con el Inter. Si el Madrid se metía en su área, estaba muerto.

Adelantó la zaga hasta casi el círculo central, la juntó con el centro del campo y asfixió a los cerebros locales. En cuanto robaba, nada de virtuosismos. Pases de primera al desequilibrante Kaká o al añorado Cristiano. Para presionar la salida de Piqué, antepuso el músculo y la perseverancia de Higuaín a la apatía de Benzema.

Nada de interpretación coral del Barça y de individualidades. El Madrid demostraba ser un equipo en toda su extensión. Firme, seguro, dispuesto, trabajador, orgulloso y con un punto más de chispa que un adversario desconocido. Xabi Alonso corrió casi más que Lass para cortocircuitar a Xavi y luego organizar su sala de máquinas y hasta Kaká ayudó en la presión para recuperar el balón. A los visitantes, empero, les falló esta vez definir. No se suelen tener muchas oportunidades en el Camp Nou y hay que aprovecharlas. Si no, estás muerto. La de Cristiano, tras gran jugada de Kaká, fue pintiparada. Se quedó solo pero el tiro le salió muy centrado y salvó Valdés con los pies. No puede fallar algo semejante un Balón de Oro. El portero fue el mejor de los catalanes en la primera parte. En la otra área, se produjo un hecho insólito: Casillas sólo tuvo que interceptar algún centro antes del descanso.

Guardiola ordenó una presión descomunal sobre Arbeloa y Marcelo, superados por el magno acontecimiento. Robó el Barça varios balones por ese flanco, pero Alves no atinaba entonces en los centros. El segundo problema, y muy grave, fue Henry. El delantero francés está lento, apático. Ofrece muchas menos alternativas que el suplente Ibra, un referente. Messi, titular y desfigurado. Ni por la derecha, primero, ni como falso delantero centro, después, se asemejó al famoso Leo. Ni él estaba fino ni le dejaban espacios. Y como Xabi podía con Xavi, sólo Iniesta tenía la llave. Pero no le abría.

La gran incógnita era conocer si al Madrid le aguantaría el físico, si al fin sería capaz de hacer un partido completo o volvería a caerse en la segunda mitad, como en Milán. Arrancó bien en la reanudación y pudo marcar en una contra. Pero Higuaín se asustó ante Puyol y cambió el panorama. Se vino abajo, sobre todo cuando Ibra entró. El Barça aprovechó su primera bala. Alves centró al fin en condiciones y el sueco fusiló a Iker. Cuesta abajo para los culés, al fin más cómodos. Los delanteros blancos ya no presionaban arriba. Pero llegó enseguida la mano inocente de Busquets, la segunda amarilla. Auxilio para el Madrid y lamento de Guardiola, que golpeaba al banquillo de puro cabreo. Uno de sus niños mimados, de sus descubrimientos, le había fallado en un momento clave. Cristiano se marchó, agotado. Benzema no estuvo a la altura. Y Raúl tampoco evitó la dolorosa derrota de su tropa. La contienda pedía a gritos a Granero. Pero criticar a posteriori es muy fácil, y más a Pellegrini, un pim pam pum del madridismo. La postrera expulsión de Lass, un ejemplo de impotencia.