José Luis Zapatero y Mariano Rajoy se reunieron hace un año en La Moncloa, cuando la recesión económica estaba en su peor momento. / EFE
ESPAÑA

Zapatero y Rajoy continúan atrapados en sus laberintos

La crisis económica y el 'caso Gürtel' lastran los movimientos de socialistas y populares para hacerse con la iniciativa política

MADRID Actualizado: Guardar
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¿Qué acabó con el último Gobierno de Felipe González, la crisis económica, escándalos como Filesa o Roldán o la suma de todo? Los socialistas, sobre todo aquellos que vivieron la debacle en primera persona, siempre señalaron a la situación financiera del país como la gran culpable. También parecía creerlo Mariano Rajoy cuando, a comienzos de la legislatura, optó por una oposición pasiva, convencido de que la recesión que se avecinaba se llevaría por delante al líder socialista. Ahora que las sospechas de corrupción salpican casi a diario a sus propias filas, la máxima está en cuestión. Ni el PP rentabiliza la situación económica ni el PSOE aprovecha la debilidad interna de su adversario.

Como en una de las más famosas pinturas negras de Goya, El duelo a garrotazos, José Luis Rodríguez Zapatero y Rajoy son dos hombres provistos de gruesas estacas pero con la movilidad reducida como consecuencia del fango que atrapa sus piernas hasta las rodillas. Socialistas y populares son prisioneros de sus desdichas -para los primeros, la recesión, y para los segundos, los enredos de algunos dirigentes con la trama Gürtel-. Cierto es que la oposición aventaja en intención de voto al partido gubernamental, las encuestas oscilan entre los dos y cinco puntos a favor del PP, pero también es verdad que si el PSOE dobla indemne el cabo de las tormentas presupuestarias tendrá viento de cola hasta las elecciones.

El primero que se atrevió a poner voz a esta situación fue el rotundo presidente fundador del PP, Manuel Fraga. En la reunión del comité ejecutivo que su partido celebró a principios de mes demandó un análisis sobre un hecho que se repite sondeo tras sondeo: incluso en los peores momentos para los socialistas (perdieron las elecciones gallegas en marzo y las europeas en junio), la valoración de Rajoy está bajo mínimos y es inferior a la de Zapatero, que nunca había despertado tanto recelo como ahora. Vino a decir que con la que está cayendo para el Gobierno mal anda el PP si su ventaja sobre el PSOE en expectativas de voto es de tres o cuatro puntos.

El PSOE identifica las flaquezas del contrario. «Cuando un partido vive un escándalo como el del Gürtel acaba por descomponerse: pierde todas sus fuerzas mirándose al ombligo, intentando resolver los problemas internos y en conteniendo el aliento a la espera de qué será lo siguiente; lo sé porque a nosotros nos pasó», dice una dirigente de la ejecutiva federal. Nada de esto es un consuelo. Primero porque las encuestas muestran que los ciudadanos están hastiados de los políticos en conjunto. Pero, además, porque en las filas del grupo socialista no hay ánimos para sacar pecho.

Empieza a cundir la sensación de que Zapatero ha quemado etapas mucho antes de lo que lo hiciera Felipe González y tras cinco años en La Moncloa ya sufre un serio desgaste. Hace demasiado que las medidas económicas puestas en marcha dejaron de ser útiles para recuperar la iniciativa política y está por ver que lo sean para la economía.

Actitud defensiva

El propio jefe del Ejecutivo ha abandonado su hasta ahora incombustible optimismo. Esta semana admitía resignado que la recuperación «no está asegurada» y mucho menos la del empleo. Y, mientras, tiene a sus ministros y a los principales valores políticos del partido en actitud defensiva y de campaña para explicar unos Presupuestos que, amén de una reforma fiscal que afecta a ricos y pobres, clases medias, altas y bajas, incluía un tijeretazo en las partidas e investigación y educativas que ha puesto en pie de guerra a nichos de votantes socialistas.

En condiciones normales, cualquier líder de la oposición se frotaría las manos. Los populares tienen sus momentos de satisfacción. Este martes salieron ufanos del Congreso tras la victoria de su líder frente a la vicepresidenta Elena Salgado. Fue un triunfo reconocido por los diputados progubernamentales, pero con tufillo pírrico.

Su efecto apenas supera la verja del Congreso de los Diputados y no cala más allá de los leones de la puerta. El impacto mediático que coloca en primer plano al PP, a su pesar, radica en la trama corrupta de Francisco Correa y sus amistades peligrosas con algunos populares.

Quizá fue la crisis lo que hundió a González, pero José María Aznar siempre apuntaló su triunfo sobre la tríada «paro, despilfarro y corrupción». Y ahora la sombra de la financiación ilegal afecta a las huestes opositoras. El PP ha dejado de parecer indemne a las malas prácticas, como se jactaba más de uno, pero quizá lo más demoledor es que la trama Gürtel ha puesto de nuevo el acento en un problema más serio: la escasa autoridad del líder para poner orden en su patio, a diferencia de la fulminante reacción de una de sus contrincantes, Esperanza Aguirre, que no ha reparado en destrozos internos y se ha ganado la medalla a la resolución y la firmeza.

Rajoy tiene razones para el dolor de cabeza porque esto, como también apuntan fuentes judiciales, no ha hecho más que empezar y el goteo de datos sobre los vínculos entre la corrupción y sus dirigentes se presume largo. Sólo se ha conocido una parte y falta el grueso de lo investigado por el Tribunal Superior de Madrid, el sumario del Supremo está virgen y el caso de los trajes puede volver a Valencia. Los socialistas, con todo, no hacen alharacas. Las desgracias del vecino se pueden colar en casa el día menos pensado.