tres mil años y un día

Aquí no hay playas, vaya, vaya

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Las playas de Cádiz, para que nos entendamos, no son las de Nueva Zelanda. Y no quiere uno decir que no aparezcan pianos en su orilla, como en aquella célebre, edulcorada y escarizada película que se rodó en una maravillosa cala de las antípodas. Lo que ocurre es que en las playas de la provincia, históricamente, viene ocurriendo de todo, desde carreras de caballos en Sanlúcar de Barrameda a procesiones marítimas de vírgenes que viven en cuevas sumergidas, como en Algeciras. En su arena, lo mismo nos bañamos en barro que una veraneante amamanta al bebé de una mujer recién llegada en una zodiac.

En nuestras playas, han venido conviviendo históricamente los tresillos de las barbacoas con las proyecciones cinematográficas. Aquí se pierden empresarios como Jenaro –el de Tarifa que luego aparece de regreso de Brasil-- a los que cuesta un manso montar un operativo de rescate; o arriban, exhaustos, tipos como aquel célebre príncipe Ferrero que cada año montaba un tangay publicitario afirmando que iba a cruzar el Estrecho de una manera distinta, aunque luego siempre se perdía y aparecía tres días mas tarde llamando al 091: «Hola, soy un náufrago y les llamo desde una cabina», anunció en una de aquellas travesías suyas que alegraron los veranos de los años 80 tanto o más que las canciones de Georgie Dann.

Campeonatos de voleibol y de voleiplaya, morreos de parejitas, vendedores de refrescos y bocatas, rodajes de superproducciones, castillos de arena y kilométricos popurrits de Los cruzados mágicos. Las playas gaditanas han dado para mucho pero, visto lo visto, ahora llegan los comandantes mandando a parar.

Pero las autoridades, de uno y de otro signo, parecen empeñadas en que vuelvan a retomar la estética del paraíso original. Ayuntamientos, Junta y Gobierno estatal llevan años queriendo poner pies en pared cuando normalmente sólo se ponen en arenas calientes y puñeteras aguamalas. Hasta que se les ordenó federarse, los mariscadores sólo practicaban el digno deporte de la supervivencia. Hasta que se declaró su búsqueda y captura más de una familia llegó a fin de mes con un buscador de metales que, además, cumplía una benéfica misión limpiadora.

Ahora, la administración central le ha dado por erradicar esa supuesta lacra de los chiringuitos y, aunque este año han decretado una moratoria, cualquier año de estos podemos encontrarnos con la paradoja de que han prohibido por decreto los espetos de sardinas bajo un techo de lona y nadie tiene narices de tumbar el hotel de Los Algarrobicos en la costa de Almería. ¿Acaso van a prohibirnos el derecho a pedir asilo en sus acogedores barras a aquellos que no aguantamos las restantes maravillas que la playa ofrece?: agua fría como un cuchillo de hielo, pies ardiendo como en el primer disco de Shakira, olor a bronceador o a protector indistintamente, la arena que tarda un trimestre en desaparecer de tus intersticios corporales, por no hablar de las vociferantes criaturitas que rompen con sus alaridos la barrera supersónica.

En el hipotético caso de que se sigan organizando las barbacoas del Carranza, como ocurriera anoche, van a necesitar más permisos burocráticos que los que va a exigir la nueva Ley de Extranjería, al parecer a punto de caramelo.

El todoterreno Agustín Rivera –periodista malagueño que siguió a Antonio Banderas en el rodaje de El camino de los ingleses y que le apasiona Cádiz tanto como el boxeo—pone el acento en las páginas virtuales de El Confidencial, en el hecho de que el Ayuntamiento vaya a imponer hasta 750 euros mensuales al bañista al que pillen en bolas en la playa de Cortadura. Curioso paso de cangrejo en una provincia que, en el amanecer de la democracia, fue pionera en el nudismo público, más allá del privado de Costa Natura. Rivera, con mucha sorna, asegura que Teófila Martínez parece dispuesta a resucitar la ley de vagos y desnudantes. Lo que me extraña es que la alcaldesa, tan amante de las tradiciones, intente acabar de esta forma con la entrañable y gaditanísimas figura del mirón de playas. Vaya, vaya.