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Los últimos propietarios de chalés admiten que planean vender y luego «nunca podrán vivir igual»

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Como cada domingo, desde hace más de 30 años, Lola sale al jardín de su chalé a regar sus jazmines y rosas. La casa de Lola Campos no se encuentra ubicada en La Barrosa, ni en Valdelagrana, ni siquiera en Camposoto. Esta maestra de Las Esclavas jubilada vive junto a su marido, Juan Candón, en pleno corazón de La Laguna. Un barrio donde «la densidad de población es similar a la Hong Kong», según recuerda el historiador Ángel Mozo Polo.

El chalé de Lola y Juan se encuentra rodeado de otros que configuran una isla rodeada de un mar de asfalto y edificios de 12 plantas que se alzan en Extramuros. En esta manzana, delimitada por las calles Murillo, Alonso Cano y Pintor Zuloaga, se condensan más de diez chalés. Pocos, si se tiene en cuenta, que toda esa zona era hace 50 años«un bosque en el que tan sólo existían casas bajas», tal y como explica Juan. Hoy en día, es un reducto que parece abocado a desaparecer.

El caso de La Laguna ya es excepcional. A lo largo de todo el istmo de Extramuros, apenas se conserva una veintena de chalés, testigos vivos de otros tiempos en los que los gaditanos iban al campo con sólo cruzar las Puertas de Tierra. «Tener un chalé de estilo inglés o francés en Extramuros era un símbolo de distinción social por entonces. Los gaditanos que los tenían acudían a pasar sus vacaciones de verano, de la festividad de la Virgen del Carmen a la de la Asunción», explica Mozo Polo.

La mayor parte de los chalés que se conservan en la actualidad tiene tradición familiar. Este el caso del chalé Villa Matilde de Candón. En 1961, su padre construyó la casa en un terreno cercano a la Huerta de los Bruzones en la zona conocida como Ciudad Jardín. También es el caso José Luis Ortiz Valdés propietario del chalet Villa Mercedes, el único que continúa en pie en plena Avenida. Su suegro, ingeniero de caminos, construyó la casa en 1936 en una parcela de más de 2.000 metros cuadrados. «Siempre ha estado en manos de la familia de mi mujer» explica José Luis. Ortiz es consciente de que vive en esa casa «por herencia» ya que a pesar de lo bien que se vive en ese lugar, nunca se había planteado comprarse un chalé, aún menos urbano, para vivir en él.

Calidad de vida

La mayor parte de los propietarios coinciden en la gran calidad de vida que se alcanza viviendo en un chalé. Juan y Lola resumen sus virtudes: «Tienes libertad de movimientos, eres independiente y se vive más tranquilo». Con gran añoranza, Juan recuerda sus «años mozos» en aquella zona en la que «todo el mundo se conocía y se invitaba a los guateques que organizaban en sus propias casas».

Jose María, propietario del chalé Los Transparentes, va más allá al afirmar que esta tranquilidad «no la cambia por nada». Jose María vive en este chalé desde 1975, año en el que se mudó con su cuñado, que ocupa el contiguo. Ahora, a pesar de estar jubilado y vivir ya sólo con su mujer «no se plantea vender, vivir aquí es una maravilla», apostilla sonriente. Ortiz también coincide con Jose María al afirmar que «es cómodo, tienes jardín en pleno centro y no tienes problemas de aparcamiento», explica el abogado de 69 años.

Esta sensación de libertad también es compartida por Manuel Calabrese, un italiano afincado en Cádiz que decidió irse a vivir a un chalé ya que «no soporta la aglomeración y masificación que existe en los bloques de pisos habituales», en esos que les rodean como los romanos a los galos. Manuel vive de alquiler con su novia en un pequeño chalecito situado en la calle Murillo. «Fue una verdadera suerte que mi novia encontrara esta casa, nos permite vivir más tranquilos con nuestras mascotas», destaca.

El italiano sabe que su situación no es permanente y está sujeta a que los dueños de la casa encuentren un comprador para el solar: «Los dueños están en proceso de negociación con los del chalé de al lado para vender los dos terrenos juntos». Una constructora levantará decenas de pisos donde ahora sólo viven dos parejas. Cuando llegue ese mo-mento, Manuel y su novia se verán obligados a trasladarse a un piso, «no creo que tengamos la suerte de encontrar algo igual», sentencia con resignación.

Venta obligada

El caso de los dueños de este chalé no es único. Muchos de los dueños de estas casas se plantean vender cuando llegue la oferta adecuada. Joaquina Villén, dueña de un chalé en la calle Tamarindos de Bahía Blanca, confiesa que está «esperando una oferta» para vender su casa. «Aquí se vive muy bien pero esto se me ha quedado demasiado grande para mí sola».

Esta opinión es compartida por Juan y Lola. Su chalé se encuentra en medio de una zona donde el Ayuntamiento tiene previsto la construcción de ua calle que conecte con la Avenida Juan Carlos I. «Estoy pendiente de reuniones con el Ayuntamiento para descubrir cuales son los planes que tiene proyectado en el nuevo PGOU con este terreno. Después, negociaremos y venderemos la casa», explica Candón.

Cuando llegue ese momento, Juan contemplará con tristeza como derruyen la casa que su padre «construyó piedra a piedra con gran esfuerzo». Lola también cree que es lo mejor aunque en su futuro piso tenga que cambiar los rosales y jazmines por plantas de menor porte que «puedan crecer en una maceta».

Ortiz Valdés reconoce haber recibido ofertas muy suculentas por su chalé, «hace ya más de 20 años, El Corte Inglés quiso comprarlo para crear un pequeño centro comercial pero mi suegra lo rechazó». Sin embargo, en la actualidad las ofertas de venta se han reducido de «una forma importante por los efectos de la crisis», recalca José Luis.

María José Fernández también contempla la opción de venta. La casa de sus padres se encuentra situada en la calle Alonso Cano. Su padre se trasladó desde el centro hasta La Laguna en los años 70 con las reticencias de su madre. «Recuerdo el día que llegamos, había un gran charco de barro enfrente de la casa; mi padre se empeñó en pasar por él y el coche se le caló. Mi madre se enfadó mucho porque no quería vivir en el campo», comenta María José entre risas.

Sus padres aprovecharon los bajos de la casa para construir una carnicería que ahora regenta. Ellos se encuentran muy bien en su casa. Sin embargo, su hija no cree que conserve la propiedad del chalé ya que a ella no le gusta tener su vivienda en el mismo sitio que su trabajo «es mejor desconectar, además del dinero que supone mantener esta propiedad».

Mantenimiento costoso

Todos los propietarios de los chalés coinciden con María José en la importante inversión que hay que realizar para poder mantenerlo en unas condiciones «más o menos decentes» este tipo de pequeños paraísos bajitos entre moles de hormigón y cemento llenas de pisos. José Luis Ortiz tuvo que realizar una «inversión bastante importante» cuando heredaron el chalé en 1991. «Al poco de entrar a vivir en él, comenzaron a hundirse los techos y tuvimos que sustituirlos».

Ortiz también se vio obligado a cambiar los tejados por lo que tuvo que traer las tejas vidriadas en verde desde Portugal. «A todo esto hay que añadir los costes del jardinero y del IBI».

Ante estos costes, María Villar propietaria de un amplio adosado en Almirante Vierna, optó por una solución intermedia. María decidió dividirlo en dos para compartirlo con su hija: «Hicimos dos puertas independientes y sólo dejamos el patio en común».

Ella tampoco se plantea vender, «los costes de mantenimiento se compensan con la calidad de vida que tengo en mi casa», defiende. Todo sea por conservar un patrimonio que constituye un verdadera seña de identidad de aquella sociedad gaditana que acudía a Extramuros a pasar las noches de verano en vacaciones.