Klaus se mostró muy vehemente durante su intervención ante los eurodiputados de Estrasbusgo. / REUTERS
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Klaus se enemista con la Unión

El presidente checo y comunitario compara la UE con el totalitarismo soviético en un discurso

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El presidente de la República Checa, Vaclav Klaus, provocó ayer un tumulto en el Parlamento europeo, adonde acudió como jefe de Estado del país que ocupa la presidencia de la UE, al pronunciar un discurso de corte liberal en el que menudearon las críticas al proyecto de integración comunitaria y a sus instituciones, la Eurocámara en particular.

El tono de Klaus fue juzgado abiertamente ofensivo por un amplio número de eurodiputados, que optaron por abandonar la sala. El presidente de la institución, Hans-Gört Pöttering, consumió su turno de despedida del ponente manifestándole que «en un Parlamento del pasado -de los de la antigua URSS y sus satélites, como el que Checoslovaquia soportó desde la II Guerra Mundial hasta la renovación democrática tras la caída del Muro-, usted no habría dado el mismo discurso». Le recordó, además, que «en una democracia, la opinión de la mayoría es la que cuenta», significándole con ello el carácter minoritario en la UE de sus posiciones intelectuales.

Klaus no dijo ante los eurodiputados nada que no se esperara de él. Apóstol de un neoliberalismo algo trasnochado desde que estallara la crisis económica, el jefe del Estado checo se manifestó opuesto a la regulación, a su entender excesiva, que emana de Bruselas y al proyecto de integración política que aletea, aunque muy débilmente, tras el Tratado de Lisboa.

No era éste un discurso conceptualmente escandaloso: lo habría hecho propio con gusto un tory británico, un miembro de la extrema derecha francesa o un político de la Liga Norte italiana, y nadie se hubiera escandalizado. El problema vino del tono y de los énfasis que Klaus puso en su intervención.

El Parlamento europeo, que se jacta de ser la única instancia democrática de la UE, en el sentido de que sus miembros son los únicos elegidos por sufragio directo para la función que desempeñan, tuvo que encajar la despreciativa bofetada de un Klaus recordándole que las últimas elecciones a la Eurocámara no llevaron a las urnas ni a la mitad de los electores potenciales.

La aproximación de la ciudadanía comunitaria al proyecto común constituye, al menos sobre el papel, uno de los objetivos perennes de la construcción comunitaria. Fue propósito de la Convención, de la CIG y, posteriormente, del acuerdo sobre el que se sustenta el Tratado de Lisboa, crear vínculos entre los Parlamentos nacionales y la UE, a través de la Eurocámara, para acentuar esa proximidad. Y el proyecto no llegó a la capacidad de veto que Holanda quería conceder a los Parlamentos nacionales porque los restantes socios comunitarios consideraron que tal potestad terminaría haciendo ingobernable a la Unión.

Pero Klaus, se supone que conociendo esta historia, fustigó al plenario afirmando que «las relaciones entre los ciudadanos y la UE no son las mismas que dentro de un Estado nacional, ya que hay un mayor distanciamiento que el que existe en el interior de los estados miembros».

Derroche de descortesía

Hasta entonces, el presidente checo se había limitado a afirmar su disconformidad con un derroche de descortesía parlamentaria, pero a continuación se le fue la mano: comparó el consenso mayoritario existente en la UE a propósito de la construcción europea con el totalitarismo soviético. «En la parte de Europa de la que procedo, dijo, hemos vivido en un sistema político en el que las alternativas políticas no eran admisibles y no existía oposición». Y llevó al extremo el sofisma al aseverar que «donde no hay oposición, no hay libertad».

Klaus no se conformó irritó, además, al cuerpo periodístico de Bruselas negándose a conceder una rueda de prensa con el presidente del Parlamento, como es habitual. Prefirió recluirse en la representación checa, donde fue acogido un reducido grupo de profesionales de la información. Los periodistas emitieron una protesta oficial.