PROTESTA. Dos manifestantes caracterizados como Sarkozy y Carla Bruni, ayer en Marsella. / REUTERS
Economia

Clamor sindical contra Sarkozy

Dos millones y medio de franceses protestaron ayer por las calles La llamada a la huelga general tuvo poco eco en los centros de trabajo

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Más de dos millones y medio de personas, según los sindicatos, se manifestaron ayer por las principales ciudades de Francia contra la política del Gobierno de Nicolas Sarkozy frente a la crisis económica y financiera. El cálculo policial rebaja a un millón la cifra de manifestantes. Los cerca de 200 desfiles sindicales organizados en todo el país fueron los más nutridos de los últimos veinte años, a juicio de las centrales convocantes de una jornada de huelga general que encontró menor eco en los centros de trabajo que en la calle. La cuarta parte de los funcionarios no fueron a trabajar, la mitad de los profesores no dieron clase y hubo muchos problemas en los transportes públicos sin llegar a provocar el colapso circulatorio.

«La crisis son ellos, la solución somos nosotros». «Los trabajadores no tenemos que pagar por los banqueros». «Urgencia social». Las consignas dan el tono de los multitudinarios desfiles en los que proliferaron las máscaras y las caricaturas de Sarkozy. «Lárgate, pobre gilipollas», la ya célebre frase del presidente a un agricultor hostil captada por un micrófono indiscreto en una feria, fue asumida por muchos manifestantes, dirigida esta vez a su autor.

La convocatoria unitaria de las ocho principales fuerzas sindicales del país resultó un clamor popular en defensa de los salarios, del poder adquisitivo y los servicios públicos.

El primer desafío social desde el inicio de la recesión lanzó una advertencia a Sarkozy sobre la impopularidad de su política económica frente a la crisis económica y financiera. Los sindicatos exigen al unísono medidas a favor de los salarios y el empleo ante la cerrazón del Gobierno a toda estrategia de reactivación basada en la demanda y el consumo. El jefe del Estado se ha decantado por favorecer la inversión con 26.000 millones de euros comprometidos en proyectos de infraestructuras y adelantos de tesorería de las arcas públicas a las empresas.

«Es un acontecimiento social de gran importancia, no un ramalazo de ira pasajero, que tendrá continuidad», advirtió Bernard Thibault, secretario general de la CGT, que el lunes va a proponer en una reunión intersindical prolongar la movilización.

Jean-Claude Mailly, su colega de Fuerza Obrera, recordó que a comienzos de febrero está convocada una entrevista con el presidente de la república acerca de la agenda social. «Hay que transformarla en una respuesta a las reivindicaciones, pues sería irresponsable no hacerlo cuando hay semejante movilización», valoró.

Pero desde el poder se lanzaron mensajes de firmeza en la política reformista, tanto en los ritmos como en su contenido, sin caer en fórmulas provocadoras contra el derecho de huelga o la legitimidad de la protesta. «El Gobierno no va a renunciar a reformar un país que lo necesita», dijo el ministro de Educación, Xavier Darcos. «Hay que guardar la sangre fría en este período de gran tempestad», insistió el titular del Presupuesto, Eric Woerth, parafraseando a Sarkozy que, por primera vez en mucho tiempo, dejó en blanco su agenda atrincherado en una especie de paro técnico en el palacio del Elíseo.

Vuelve el PS

Destacó el regreso del Partido Socialista a la primera fila de las movilizaciones callejeras, de las que llevaba mucho tiempo ausente. «El PS está en su sitio cuando sale a la calle porque Francia va mal y los franceses sufren», alegó Martine Aubry, su primera secretaria, en respuestas a las acusaciones de recuperación del malestar social proferidas por la derecha.

«Se prepara una forma de caos porque el Gobierno se empeña en liberalizar y deshacer el modelo social cuando habría que reconstruir las protecciones», señaló Benoît Hamon, portavoz socialista. Los llamamientos al paro general de 24 horas tuvieron menos eco que las convocatorias a manifestarse. La huelga afectó sobre todo a la enseñanza pública, secundada por la mitad del profesorado, y a los transportes colectivos. En París circularon el 85% de autobuses y tranvías, el 75% de los metros y las dificultades se centraron en los trenes de cercanías. Tampoco trabajó una cuarta parte de los funcionarios, las radios públicas suspendieron la programación habitual y se cancelaron numerosos vuelos. En el sector privado, la mayor incidencia estuvo en los sectores automovilístico, bancario, distribución y telecomunicaciones.