A LA BAJA. Cristina Fernández de Kirchner, con gesto serio durante una sesión de la última cumbre de Mercosur. / AP
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Cristina Kirchner marchita su poder

Un año después de acceder a la presidencia argentina su aceptación ha caído 30 puntos, mientras el fantasma de 2001 sobrevuela su gestión

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Sólo un año después de haber asumido la presidencia de Argentina, la gestión de Cristina Fernández parece cargada con el peso de seis: los cinco en los que gobernó su marido y antecesor, Néstor Kirchner, y el suyo, un período inesperadamente difícil que arrancó sin la habitual luna de miel.

El desgaste se puede traducir en números. Del 59% de la imagen positiva que la mandataria tenía al asumir el cargo el 10 de diciembre de 2007, la popularidad de la presidenta ha caído hasta el 29%, según la firma encuestadora Management y Fit. Otras consultoras coinciden, con matices, en una caída de 30 puntos porcentuales. El poder de Cristina Fernández se marchita.

A los pocos días de inaugurar su gestión, se enfrentó con Estados Unidos por el caso del venezolano que viajó a Buenos Aires en avión oficial con una maleta de 800.000 dólares (unos 600.000 euros) supuestamente para apoyar su campaña electoral. La Justicia norteamericana arrestó al 'enviado' y a otros colegas suyos en Miami acusados de espionaje, pero los entresijos del culebrón de la maleta se expandieron por todo el mundo.

Luego fue la crisis del campo. La presidenta argentina decidió aumentar fuertemente los impuestos a la exportación de granos, cuyos precios internacionales estaban por las nubes, y los agricultores, pequeños y medianos sobre todo, reaccionaron con una airada protesta. Bloquearon carreteras en casi todo el país y lograron desabastecer de alimentos las ciudades.

Fueron largos meses de enfrentamientos en los que se consumió el poder del Gobierno. Los sectores de la clase media de las principales urbes apoyaron la resistencia del campo y se movilizaron en su defensa con las populares caceroladas. El fantasma de 2001, que provocó la renuncia anticipada del presidente Fernando de la Rúa, sobrevoló de nuevo al país sudamericano.

Finalmente, el campo logró que el Congreso rechazase el aumento impositivo por apenas un voto: el del vicepresidente Julio Cobos. El número dos, un aliado del gobernante Partido Justicialista que pertenecía a la opositora Unión Cívica Radical, no vota, salvo que deba desempatar, y lo hizo en contra del Gobierno, un hecho que puso fin a un conflicto y dio inicio a otro: el de la ruptura del diálogo entre Fernández y Cobos, el tándem que había ganado las elecciones de 2007.

«¿Qué vicepresidente!»

«Todas las mañanas Cristina me dice: '¿Qué vicepresidente me pusiste, Néstor'!», confesó hace pocos días Kirchner. El comentario revela no solo que el matrimonio está enemistado con Cobos, sino que el ex mandatario conserva un gran poder, otro factor de desgaste para el Ejecutivo que lidera su esposa. Los argentinos rechazan esta injerencia nada disimulada.

La crisis del campo también generó nuevas deserciones. Miembros del Partido Justicialista abandonaron el Gobierno y el bloque kirchnerista en el Congreso, y también lo hicieron los integrantes de la alianza con Cobos. Luego renunció el jefe de gabinete, Alberto Fernández, que había acompañado a Kirchner durante toda su gestión y siguió con Cristina. El ahora ex funcionario se fue criticando la falta de apertura de la pareja y desde entonces todo kirchnerista que levanta la voz contra la pareja se ve obligado a abandonar el Ejecutivo.

Para colmo de males, en medio de todo el maremágnun político irrumpió la crisis financiera internacional. Al principio, Cristina y Néstor negaron que Argentina fuera a sufrir el impacto. Más tarde, ante la evidencia de que nadie quedaría fuera, lanzaron medidas que incrementaron la desconfianza. Anunciaron a bombo y platillo la cancelación de la deuda con el Club de París, que luego quedó en suspenso. Eliminaron el sistema de jubilación privada para reemplazarlo por el régimen de reparto estatal. Invitaron a los dueños de capitales que se los llevaron al extranjero -muchos de ellos de origen dudoso- a que los devolvieran al país casi sin pagar impuestos y ofrecieron ventajas para el consumo a las clase media y alta.

Sin embargo, todo hace suponer que los tres años que quedan de gestión serán difíciles para la primera mujer que llegó al gobierno argentino a través de las urnas y acaba de cumplir un año en los que ha dejado jirones de poder.