MUNDO

Herencia malgastada

Hace un año muchos creían que el Gobierno de Cristina Fernández sería como un camino sin dificultades luego de los tremendos desafíos que le tocó afrontar a su esposo, Néstor Kirchner. El anterior mandatario asumió el poder en 2003 tras la más grave crisis económica, social y política que ha afectado a Argentina, y en cuatro años, la economía, acompañada por una fuerte demanda internacional de sus productos, se recuperó con creces.

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El producto interior bruto se incrementó hasta un 8% anual, la pobreza se redujo a la mitad, el paro bajó a una tercera parte y las cuentas fiscales, lejos del tradicional déficit que lastraba la vida de los sucesivos gobiernos, arrojaron superávit. El Ejecutivo renegoció una liberación la deuda externa que le ahogaba con acreedores privados y se permitió cancelar la totalidad de los créditos con el Fondo Monetario Internacional para quitarse de encima la mirada inquisitoria del organismo financiero.

Pero Cristina Fernández, lejos de sacar frutos a los logros de esa gestión, debió enfrentarse a un nuevo y mal ciclo, que ha acabado por convertirse en una sucesión de hechos negativos. Algunos de ellos, no cabe duda, fueron consecuencia de los retos de la economía global, pero la mandataria argentina también falló al intentar buscar unas soluciones que la llevaron a cometer numerosos errores.

Los precios se desbocaron y el Gobierno en lugar de hacer frente al problema -que consumía los ingresos de los más pobres- lo negaba con índices de inflación manipulados que distorsionaban la realidad y le hacían perder credibilidad. Después el pesimista panorama aún se ensombreció más con la crisis que la enfrentó a agricultores y ganaderos.

Adiós a la bonanza

Y, además, la posterior desaceleración que provocó la debacle financiera con epicentro en Estados Unidos fue otro factor que se llevó por delante la bonanza que parecía infinita. Entonces, todo comenzó a resquebrajarse y la economía se desaceleró.

Ahora, los precios se han detenido por la caída de la demanda, pero esa ya no es una buena noticia. Las empresas han comenzado a cerrar o a despedir personal, la pobreza no deja de aumentar y los argentinos vuelven a temer por sus empleos.

En lugar de gastar en forma desenfrenada, como se observaba en los últimos tiempos en los sectores de clase media y alta, los consumidores con mayor poder adquisitivo están decididos a cuidar cada moneda a la espera de que pase el temporal y se pueda conocer hasta dónde llegan los daños.