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La abuela del año

La aparición de su nieto vuelve a poner de relieve la lucha incansable de Estela de Carlotto durante la dictadura argentina

BUENOS AIRES. Actualizado: Guardar
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Para muchos resultó increíble que, con 83 años, Estela de Carlotto pudiera contener el llanto y se enfrentase a los periodistas con su temple habitual, apenas unas horas después de enterarse el martes que su nieto, ese que tanto anhelaba encontrar desde hace 36 años, había sido recuperado. Ella tiene una explicación: «Lloro por dentro», decía ayer.

Estela era directora de escuela en 1977 cuando Argentina padecía la feroz represión de la dictadura militar que dejó 30.000 desaparecidos. En noviembre de aquel año secuestraron a su esposo, Guido Carlotto. Lo sometieron a torturas para que hablase de sus dos hijas mayores, Laura y Claudia, pero él no habló. Lo liberaron. «Nunca más fue el mismo», afirman sus hijos.

Tres meses después se llevaron a Laura. «Yo aguantaba porque era directora de escuela, tenía maestras a mi cargo y no podía contar lo que pasaba en casa», recuerda. Tanto aguantó que ahora no puede llorar ante los demás. «Sólo me quebré cuando abracé a mi nieto», reveló. Eso fue el miércoles, cuando Ignacio Urban dio positivo en las pruebas de ADN. Era el hijo de Laurita.

La vida de Estela había dado un giro brutal en aquellos años. Su feliz cotidianidad, con marido y cuatro hijos, devino en pesadilla. Después de que Laura fuese secuestrada, se enteró de que la joven estaba embarazada y que si era varón le pondría Guido como su padre. El niño nació durante su cautiverio, pero a Laura la asesinaron.

Un día de 1978 a Estela la citaron en una comisaría. No descartaba lo peor, pero pensó que quizás le darían al bebé. Pero no. Le dijeron que tenían el cuerpo de Laura. Casi no la vio. No pudo. Tenía el rostro destrozado por los disparos. Se la llevó y le dieron sepultura. «Me enojé con Dios, con Jesús.Había rezado tanto, había hecho promesas. Pero me duró poco el enojo porque me dije: 'No es Dios, son los hombres los que hacen estas cosas'».

La ilusión que más la motivaba era encontrar a ese nieto, el primero. Entonces se jubiló y empezó a preparar el ajuar mientras recorría los pasillos de tribunales y centros de maternidad. En ese trajín conoció a otras mujeres que buscaban a hijos y nietos. Fue el germen de las Abuelas de Plaza de Mayo, que en el furor de la represión caminaban en silencio junto a las madres con sus pañuelos blancos, transitando el paseo público situado frente a la Casa Rosada.

Primeras pistas

En 1980 encontró a una exreclusa que había estado con su hija. La muchacha le confirmó que el bebé había nacido. Era varón. Desde entonces, la búsqueda tenía nombre: Guido. Supo también que Laura les dijo a sus captores que su madre no los perdonaría, que los perseguiría. «Mi hija me conocía más que yo misma. Yo no era una mujer heroica», mantiene todavía.

Estela iba siempre a las reuniones con las Abuelas y al cementerio a visitar la tumba de Laura. A veces iba detrás de algún niño que le resultaba parecido a su hija. Hasta que en 1985 se animó a pedir la exhumación. «Esa vez quise verla. Vi sus huesitos, su pelo. La vi y cerré el duelo». Desde entonces, va poco al cementerio.

La autopsia confirmó lo que esperaba. Su hija había sido mamá. En la película 'Verdades verdaderas', que narra su vida, se ve a la familia esperando en un pasillo lúgubre de la morgue. Cuando sale el forense, con una sonrisa le dice a Estela: «sos abuela». La mujer se abraza a los suyos sonriente, como quien se abraza a una inmensa esperanza.

Ilusionada, siguió buscando. En el trayecto su marido falleció. Fue en 2001. Para Estela fue como perder otro pedazo de su vida. Él siempre la alentó a no dejar su lucha. Creyó que no se volvería a recuperar. Pero lo superó, una vez más. Los otros tres hijos de Estela, Claudia, Remo y Kibo (otro Guido, al que se le conoce por su apodo), la acompañaron en la búsqueda y hoy ocupan cargos públicos en áreas relacionadas con los derechos humanos. Le dieron otros 13 nietos, pero el mayor seguía dejando la silla vacía en los encuentros de familia.

Apoyada en su bastón, Estela continuó al frente de la organización, que en estos años consiguió recuperar a 114 nietos -de un total de 500-. Pero su felicidad no era completa hasta el martes, cuando por fin apareció Ignacio. O Guido. Lo hizo después de que su abuela construyera su legado: la lucha pacífica de un país por la justicia, la verdad y la memoria.