Obras en la futura terminal de contenedores del puerto. :: ANTONIO VÁZQUEZ
CÁDIZ

CÁDIZ, SU PUERTO Y CANALEJAS

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El pasado mes de junio tuve la oportunidad de participar, como ponente, en un foro sobre la industria de los cruceros turísticos que se celebró en Cádiz. Durante el poco tiempo libre disponible pude disfrutar de un rápido paseo por su casco histórico (sin duda, uno de los más atractivos de nuestro país), imaginándome posibles circuitos peatonales para los turistas de cruceros. El ejercicio me demostró, una vez más, la excelente capacidad de Cádiz de enamorar a sus visitantes y me invitó a una reflexión que me gustaría compartir.

Que la ciudad ha vivido de espaldas al mar, que el puerto no ha querido saber nada de la ciudad, que si verja, que si valla... Todas esas frases recurrentes y reivindicativas las hemos podido oír o decir, leer o escribir, no sólo en Cádiz sino en muchísimas ciudades portuarias (sospecho que en todas). Formulan una verdad que no se mantiene en el tiempo o una inexactitud que olvida gran parte de la historia y desconoce buena parte del presente.

Es sabido que la concreción del puerto y de la ciudad de Cádiz es consecuencia de la zona de varada que ofrecía, como refugio a los navegantes fenicios, hace treinta siglos. Por otra parte, la conformación del puerto de Cádiz ha venido influyendo, notablemente, en el desarrollo urbano de la ciudad. Y es que, desde los primeros momentos, la ciudad y el puerto componían una misma realidad. La actividad marítima provocaba asentamientos de población y diseñaba una ineludible y necesaria centralidad urbana del espacio portuario; los muelles también eran calles; el ciudadano sorteaba, en sus paseos junto al mar, las mercancías que cargaban y descargaban los buques; la alineación del cantil marcaba el principio del muelle o el final de la calle.

Las relaciones de los puertos con sus ciudades mantuvieron una unidad de convivencia y gestión hasta el siglo XVIII. Es a partir del XIX, con la llamada revolución industrial, cuando los puertos y sus ciudades empiezan a distanciarse, a separarse; tanto los medios de transporte marítimos como terrestres plantean demandas espaciales, nuevos accesos, y comienzan los primeros problemas de seguridad y medioambientales de una nueva actividad industrial y portuaria. Estas divergencias entre lo urbano y lo portuario derivan en una auténtica segregación, una metamorfosis que hace que los puertos no mantengan su tradicional relación social y económica con la población que los rodea; la ciudad y el puerto empiezan a funcionar de manera autónoma; las infraestructuras portuarias crecen al margen del urbanismo de las ciudades produciendo asimetrías espaciales. Todo ello se visualiza con la implantación de vallas y verjas que provocan que se haga más patente esa separación; es un cerramiento obligado por los nuevos parámetros fiscales y para garantizar la seguridad de los ciudadanos ante las nuevas grúas, ferrocarriles portuarios y otros elementos de la nueva operativa. Durante el siglo XX, la situación continúa en la misma tendencia y, concretamente en Cádiz, en los últimos años, las necesidades de espacio, calados más profundos y nuevos accesos se hacen cada vez más apremiantes para el puerto.

En este escenario, el puerto y la ciudad de Cádiz deben afrontar los retos de sus pujantes tráficos de contenedores y cruceros y, a la vez, dar respuesta a los intereses urbanos del centro histórico. Se demandan soluciones de espacios y de usos que contemplen las nuevas necesidades planteadas.

Desde el punto de vista de la oferta turística, el puerto de Cádiz es ya un referente importante como puerto de cruceros. El destino, sin embargo, debe consolidarse aún y conformar una oferta adecuada a las exigencias de este segmento turístico. A la proximidad de la Giralda y a los fantásticos atractivos de la provincia, es obligado añadir la propia oferta de la ciudad de Cádiz. Para ello no parece (al menos, desde un rápido acercamiento a la realidad gaditana) que haya que inventar nada; pero sí hay que ordenar espacios e ideas.

Un planteamiento integral de una, cada vez más necesaria, operación puerto-ciudad parece irrenunciable. Solucionar el borde litoral de la ciudad con su puerto es imprescindible no sólo desde el ámbito físico del urbanismo, sino que debiera contemplar un desarrollo socio-económico de usos comerciales, de restauración, de ocio y de todo aquello que articule una oferta lúdica y cultural a los gaditanos, en primera instancia, y con el adecuado tratamiento, y en segundo lugar, a la potencial demanda turística. Porque no se trata de ofertar una especie de parque temático para turistas cuya sostenibilidad en el tiempo es siempre incierta; se debe procurar crear ciudad en ese borde litoral, humanizar esos lugares con ambición de perpetuidad y que esos nuevos espacios y usos ciudadanos den la debida respuesta a la demanda turística.

Se presenta una oportunidad magnífica con la puesta en marcha de la nueva terminal de cruceros; el muelle ciudad tiene su vertiente urbana en el Paseo de Canalejas y es importante que la solución espacial sea la adecuada para el tránsito de cruceristas a la ciudad y no existe ninguna duda de que se logrará sin muchas dificultades. El problema fundamental no estará representado por el diseño de esos espacios, sino por la utilización de los mismos y su rentabilidad ciudadana, social y económica. Aprovechar la cercanía no es difícil, entender para qué y para quiénes queremos aprovecharla es fundamental. El sector del comercio, la restauración, el turismo, todos deberían participar en la búsqueda de las mejores soluciones. No sólo se trata de adecuadas ideas promocionales, del tipo del acertado programa Hospitality Desk. Es algo mucho más integral: Ni más, ni menos que unas nuevas relaciones del puerto y la ciudad de Cádiz en su borde litoral. Y como en el clásico Casablanca, Canalejas puede ser el principio de una gran amistad.