Sociedad

Humor en tiempos revueltos

Un libro del cineasta Rudolph Herzog recoge las mofas y chistes que circularon en la Alemania del Tercer Reich

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Hitler tenía poca guasa y cara de pocos amigos. Su rictus avinagrado y sus atrocidades no evitaron, sin embargo, que la gente se riera, si no con él, al menos de él. No se puede decir que los alemanes, sobre todo si eran judíos, se lo pasaran en grande con el Führer, pero durante los 12 años que duró el Tercer Reich la gente no dejó de reír. Algunos chistes que circulaban entonces siguen teniendo gracia; otros, en cambio, son terribles por su antisemitismo y ferocidad. El escritor y cineasta Rudolph Herzog se ha atrevido con una tarea que concita no pocas suspicacias: documentar la comicidad en tiempos de la Alemania nazi. En el libro 'Heil Hitler, el cerdo está muerto' (Capitán Swing), Herzog recoge chanzas y mofas, caricaturas, películas y canciones de la época. A veces el régimen era indulgente y el gracioso salía libre con una simple amonestación; otras, tomaba el camino directo al patíbulo.

El trabajo del autor, hijo del actor Werner Herzog, es delicado. Testimoniar el lado cómico de la maquinaria del terror nazi ha provocado críticas furibundas. Los más susceptibles consideran que es una forma de trivializar el Holocausto. Sin embargo, para el autor del ensayo, el comentario cáustico no fue una forma de insumisión contra el poder totalitario. Su tesis es que los chistes políticos constituían más bien «una vía de escape para la rabia acumulada del pueblo». Con todo, la broma y el sarcasmo la cultivaban por igual los opositores de izquierda y los acólitos del nacionalsocialismo.

Si bien muchos alemanes acabaron levantando el brazo como un resorte y el gesto casi acabó sustituyendo al 'buenos días', el saludo romano, copiado de la Italia de Mussolini, dio lugar a muchas burlas. Un botón de muestra: «Hitler visita un manicomio. Los pacientes hacen sumisamente el 'saludo alemán'. Pero de repente Hitler descubre a un hombre que no lo hace. '¿Por qué no saluda usted como los demás?', le increpa. Y el hombre le contesta: 'Mein Führer, es que yo soy el enfermero, ¡yo no estoy loco!'».

Cuando el 27 de febrero de 1933 se incendió el Reichstag, Hitler y Göring no perdieron el tiempo y echaron la culpa a comunistas y socialdemócratas. Una versión que cayó en saco roto, pues pronto circularon chismes que atribuían a los gerifaltes nazis ser los causantes de las llamas. Cómo no, aparecieron chistes que culpaban a las SA o 'camisas pardas' de acercar la cerilla al Parlamento. Uno de ellos decía así: «¿Cuál es la diferencia entre un comando de defensa del Reich y un comando de la SA? El comando del Reich dice: '¡Apunten, fuego!'; en las SA se dice: 'Prendan fuego'».

A Hitler no le debían de hacer ni pizca de gracia estas maledicencias. Sus gustos iban más por los chistes vulgares y la diversión banal. Hitler y su ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, frecuentaban los cabarés. Los artistas y actores que por un momento hacían que el sátrapa se desternillara tenían su recompensa: quedaban exentos del servicio militar si aparecían en la llamada 'lista del Führer'. El dictador gastaba un humor despectivo para con sus adversarios. Chamberlain era el «tipo del paraguas», Roosevelt un «paralítico» y Churchill un «borrachín». Hubo gente que se enfrentó al déspota con las armas del humor, con más acierto, eso sí, que el marido de Eva Braun. Charles Chaplin vio pronto la amenaza alemana. Rodó 'El gran dictador' espoleado por los ataques de los propagandistas nazis, que le llamaba «tentetieso judío». La prensa controlada por Goebbels añadía leña al fuego tildando sus películas de «repugnantes». Pese al éxito de la cinta, al terminar la guerra Chaplin se distanció de su obra. Decía que si hubiera sabido de la existencia de Auschwitz, 'El gran dictador' nunca hubiera visto la luz. En su ánimo hicieron mella algunas críticas contra el «ingenuo pacifismo» -en palabras de Herzog- del discurso final del filme.

Tampoco se vio libre de la reprobación Ernst Lubitsch, creador de la gran comedia antinazi 'Ser o no ser'. Hoy la película es un clásico, pero en 1942 la cinta levantó ronchas. Que Hitler y sus esbirros aparecieran pintados no como demonios, sino como personajillos insustanciales y estúpidos, «pequeños burgueses sumisos que se habían transformado en asesinos», escoció a muchos.

Los chistes despreciativos que se prodigaron contra los dirigentes del Tercer Reich revelan que los alemanes no fueron en ningún caso víctimas pasivas de la propaganda, sino que eran conscientes del gigantesco fraude que estaban perpetrando Goebbels y sus secuaces. «Pero ello no evitó que su país se viera arrastrado en el transcurso de unos pocos años por un torbellino criminal», concluye Herzog.