Sociedad

«Odian a sus verdugos, no a las nuevas generaciones de alemanes»

Un libro recoge los testimonios de los últimos supervivientes españoles de los campos de concentración

MADRID. Actualizado: Guardar
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Mañana 27 de enero se conmemora el Holocausto, un día para recordar la pesadilla que millones de hombres y mujeres sufrieron y que cada día está en la memoria de aquellos que han logrado sobrevivir hasta nuestros días. Unos supervivientes, en este caso españoles, a los que la periodista y escritora Montserrat Llor ha tenido el privilegio de conocer para su libro 'Vivos en el averno nazi'.

-¿Cómo pudieron los supervivientes volver a una vida normal tras aquella pesadilla y de qué manera han ido las víctimas incorporándola a su vejez?

-A lo largo de los años se tuvieron que reinventar. Les ha costado mucho, y lo han ido logrando con trabajo y apoyo familiar, cariño y comprensión. Con todo, siguen teniendo pesadillas por las noches. Me comentaba Lluís Bassat, el publicista, que su pariente Léon Arditti, a sus 97 años, dice: «No hay día en que no me acuerde de aquello». Otro deportado, José Marfil, me decía que ahora, en la vejez, cuando ya no trabajas y las fuerzas físicas van mermando, es cuando todo aflora de nuevo.

-Ha visto sus emociones y le han hablado sobre sus traumas psicológicos.

-Así es. Por ejemplo, Jesús Tello, que ha fallecido recientemente, era un hombre muy guerrero y aún tenía rabia por las brutalidades que contra ellos cometieron. Él fue quien me comentó que todavía escuchaba por las noches el sonido de los zuecos desgastados arrastrándose por la nieve de aquellos prisioneros que de madrugada iban al baño y el grito brutal de los SS. O José Alcubierre, quien aún llora y se emociona al hablar de su padre, junto al que llegó a Mauthausen cuando tenía 15 años. Todos tienen aquellos días muy presentes.

-Usted ha hablado con tres mujeres. ¿Sufrían más?

-Quizás me sale la vena femenina, pero creo que sí, que fue peor. Todos, hombres y mujeres, sufrieron muchísimo, pero algunas de ellas fueron obligadas a prostituirse, y llegaron a suicidarse. Eso no les sucedía a las mujeres resistentes, a las que los nazis no podían ver y de las que huían como si fueran la peste, como me contó Conchita Grangé. También estaba el tema de la maternidad: a los hijos se les separaba de las madres y tras la liberación muchas no pudieron llegar a encontrarles jamás. También se mataba a las embarazadas que llegaban al campo y, al principio, a los bebés. Conchita me habló de aquello: «Mataban al hijo cuando nacía. Los ahogaban en una balda de agua... o las SS los cogían de los pies y los tiraban contra un muro».

-Especialmente dura fue también la experiencia de Marcelino Bilbao, el último superviviente de los experimentos médicos nazis.

-Es tremendo. Durante seis sábados seguidos le inocularon benceno cerca del corazón. «Se me quedó un bulto azul que fue subiendo y cuando llegó a la altura del hombro no me permitía mover la cabeza. Al cabo de una semana anduve a rastras», me contaba. Pasados unos 15 días dice que el dolor fue remitiendo. Fue uno de los siete supervivientes de aquello.

-Hay dos historias que llaman especialmente la atención. La de los aragoneses Francisco Bernal, el zapatero de Ebensee, y Segundo Espallargas, 'Paulino', el boxeador imbatido de Mauthausen.

-Estas dos son bestiales. Cuando llegué a casa del zapatero y le vi noté su energía, me impactó mucho este hombre que gesticulaba defendiendo lo suyo. Él se encargaba de hacer las botas a los nazis y gracias a su oficio llegó a ser unos de los 'kapos', pero bueno. De hecho, sacó zapatos de donde pudo para calzar a centenares de hombres que iban descalzos por la nieve, evitando que murieran por congelación. Y la historia de Espallargas me encantó también. Cuando fui a verle estaba muy enfermo -murió en 2012- y aun así era enorme. En el libro cuenta Ramiro Santisteban, otro de los refugiados, que 'Paulino' era una muy buena persona, que una vez le tocó boxear contra un excampeón alemán que ya tenía una edad y cuando este se sinceró y le dijo: «No me mates, hago esto por comida». Paulino le dijo: «No te preocupes, haremos un poco de teatro y se irán todos contentos». ¡Y eso que él los vencía a todos!

-Todos estas víctimas, ¿han sido capaces de perdonar?

-Cuando les pregunté sobre eso me dijeron que sentían odio hacia los que estaban allí, sus verdugos, pero no hacia las nuevas generaciones de alemanes ni sus familiares porque realmente ellos no tienen la culpa de lo que pasó.