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El moro muerto del jersey a rayas

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Encontré un moro muerto con un jersey a rayas flotando en aguas del estrecho. Corrían los años 80, y yo hacía pesca submarina en la playa de los alemanes. «Van 27», dijo el Guardia Civil al sacarlo. Hoy, un cuarto de siglo después, no puedes bucear por ninguna playa del estrecho sin encontrarte el fondo plagado de pateras. Sólo en estos días de semana Santa más de 100 personas han intentado aprovechar las fechas para cruzar el Estrecho en busca de una vida mejor. Más de 20.000 personas han muerto desde que encontré a ese pobre hombre ahogado. La atracción que sienten los africanos hacia Europa es comprensible. Entre Cádiz y Marruecos sólo hay 14 kilómetros y se dan unas de las mayores diferencias de nivel de vida del mundo. El problema es que las aguas del Estrecho no son como las del Mar Rojo del éxodo de los judíos, que se abren bajo los pies del peregrino. Estas se cierran sobre sus cabezas. A pesar de los esfuerzos de España la situación no para de empeorar. Ni el sistema de vigilancia en el Estrecho, SIVE, las detenciones de mafiosos y las repatriaciones han servido para nada. Sólo la estrategia de la UE de crear una zona de riqueza en el norte de África parece que puede funcionar, de la misma forma que los antiguos romanos interponían a otros pueblos entre ellos y los bárbaros, una «franja gala», para que sus aliados luchasen por ellos. Europa quiere subvencionar la industria del norte de Marruecos para que esa riqueza sirva de barrera para que los subsaharianos no tengan la necesidad de seguir subiendo. Pero no es suficiente. 20.000 muertos en el cruce del Estrecho es casi un genocidio. Son más muertos que los que hubo durante la Guerra Civil en Cádiz, más muertos que los de los accidentes de tráfico en 25 años, y diez veces más que los producidos por la violencia de género en toda España durante el mismo periodo. Decía Vaclav Havel, que lo que realmente le daba miedo a los judíos durante la II Guerra Mundial no eran los verdugos, sino sobre todo la indolencia de la nación nazi frente al sufrimiento de sus semejantes. En Playa de los Alemanes, refugio de nazis después de la Segunda Guerra Mundial, ya no hay nazis. Aunque, probablemente, nuestra indolencia, apatía, indiferencia, ante la muerte 20.000 hombres, mujeres y niños ahogados del Estrecho nos ha convertido ahora a nosotros en nazis. Al menos a ojos de las familias, padres, esposos e hijos, de los muertos del Estrecho.